Tonio se ruborizó intensamente y los ojos se le humedecieron. Sin embargo, en su rostro apareció una sonrisa involuntaria.
Como si leyera los pensamientos de su contrincante, Bettichino abrió de repente los brazos. Durante unos instantes abrazó a Tonio con fuerza y luego lo soltó.
Cuando el cantante abrió la puerta, Tonio se sentía flotando en un silencioso desvarío, pero se detuvo cuando oyó a sus espaldas que Bettichino hablaba con Guido.
– Esta no es su primera ópera, ¿verdad que no, maestro? -le preguntaba-. ¿Qué hará a continuación?
Capítulo16
Cientos de personas asistieron a la recepción del cardenal Calvino, una fiesta que se prolongó hasta el amanecer. Las más rancias familias romanas, los más nobles, hasta la realeza pasó por aquellas amplias salas profusamente iluminadas.
El propio cardenal presentó a Tonio a muchos de los presentes, y al final toda aquella situación le resultó deliciosamente exasperante: los elogios interminables, el dulce recuento de determinados momentos, los elegantes saludos y los leves apretones de mano. Sonrió ante los despectivos comentarios que se hicieron sobre Bettichino. Estaba plenamente convencido de que Bettichino era el mejor cantante, no importaba lo que dijese la gente.
No obstante Tonio les había hecho olvidar todo eso durante un rato.
Hasta el propio cardenal se había conmovido con la obra. Se llevó a Tonio aparte y pugnó por expresar los sentimientos que la ópera le había suscitado.
– Angeles, Marc Antonio -dijo con asombro contenido-. ¿Qué son? ¿Cómo es el sonido de sus voces? ¿Y cómo alguien corpóreo puede cantar como tú lo has hecho esta noche?
– Sois demasiado generoso, mi señor -dijo Tonio.
– ¿Me equivoco cuando digo que se trataba de algo etéreo? ¿Lo he comprendido mal? En el teatro, en un momento determinado, iban juntos el mundo del espíritu y el mundo de la carne, y a partir de esa fusión, tu voz se elevó. Estaba rodeado de seres terrenales, que reían, bebían, y se divertían como hacen en todas partes, y luego escuchaban tu voz en completo arrobo. Así pues, ¿era aquello la cima más alta del placer sensual o más bien un placer espiritual que, por unos momentos, se había instalado en nuestro mundo?
Tonio se maravilló ante la seriedad del cardenal. La rendida admiración de éste lo llenó de calidez, y hubiera renunciado alegremente a la multitud, a la bebida, al dulce delirio de la noche, para disfrutar otra vez a solas de la compañía del cardenal y hablar un buen rato de todas aquellas cuestiones.
Sin embargo, el cardenal lo tomó de la mano y lo llevó junto a los demás. Unos lacayos abrieron la puerta doble del salón. Al cabo de unos instantes se separarían de nuevo.
– Hoy me has enseñado una cosa, Marc Antonio -confesó el cardenal en un rápido y furtivo susurro-. Me has enseñado a amar lo que no comprendo. Te aseguro que no amar lo que es hermoso e incomprensible sería vanidad, no virtud. -Entonces le dio a Tonio un pequeño beso ceremonial.
El conde Raffaele di Stefano también dejó oír sus cumplidos hacia la música, confesando que, en el pasado, la ópera nunca lo había conmovido. Permaneció cerca de Tonio, aunque no habló mucho con él, observando celoso a todos los que se acercaban a su amigo.
A medida que transcurría la velada, la visión de Raffaele hechizaba a Tonio. Le trajo vividos recuerdos de la noche que habían compartido y en algunos momentos llegó a considerar a Raffaele una criatura que no podía vestirse como los demás hombres. El grueso vello de sus manos ofrecía una imagen incongruente bajo diversas capas de encaje, y Tonio tuvo que desviar la mirada varias veces para reprimir el impulso de marcharse con él en aquel mismo instante.
Si algo lo decepcionaba era la ausencia de Christina Grimaldi en la recepción.
La buscó con avidez. No podía haberla pasado por alto y no comprendía por qué no estaba allí.
Había asistido al teatro, por supuesto, la había visto. Aunque comprendía perfectamente que después no apareciera por el camerino. Pero ¿por qué no había acudido a casa del cardenal Calvino?
Por su cabeza pasaron ideas abominables. Cuando pensó que ella lo había visto vestido de mujer, se sintió sumido en una pesadilla. No obstante le había hecho una reverencia, y ella se la había devuelto desde el palco de la condesa, había aplaudido a rabiar después de las arias, y Tonio distinguió claramente su sonrisa pese a la distancia que los separaba.
¿Por qué no había acudido a la fiesta del cardenal?
No se atrevía a preguntárselo a Guido o a la condesa, que no se apartaba del maestro.
Aquella noche habían asistido muchas personas al teatro sólo porque el cardenal Calvino celebraba después un baile. La condesa había procurado que el mayor número posible de invitados conocieran a sus músicos y asistieran a la ópera al día siguiente, aunque fuera la primera vez que pisasen un teatro.
El éxito de la ópera, sin embargo, estaba casi asegurado.
Se representaría cada noche hasta que terminase el carnaval, Ruggerio estaba seguro de ello, y esa noche, tanto Tonio como Guido tuvieron que exponer varias veces qué planes tenían para el futuro.
Bolonia, Milán, hasta se mencionó Venecia.
¡Venecia! Tonio se excusó de inmediato.
Aquellas conversaciones lo emocionaban, al igual que lo emocionaba que lo presentaran a tantos miembros de la realeza.
Al final Guido y él se quedaron solos. La puerta estaba cerrada. Y tras confesarse mutuamente un ligero asombro ante el ardor de su deseo, hicieron el amor.
Después, Guido se durmió, pero Tonio permaneció despierto como si no quisiera desprenderse de la emoción de aquella noche.
El sol invernal se derramaba en rayos polvorientos sobre el suelo de baldosas, y Tonio caminaba de un lado a otro en aquellas grandes habitaciones llenas de objetos, echando un vistazo de vez en cuando a la pila de regalos y cartas que, desde la mesa de mármol, se alzaba hasta igualarlo en altura. Dejó el vino a un lado y pidió que le preparasen un café fuerte.
Después de acercar una silla, comenzó a revolver aquellos impecables y ornamentados pergaminos. Se dijo que no buscaba nada en concreto, que se limitaba a hacer lo que correspondía, pero no era cierto.
Abundaban los apellidos venecianos. El ser gélido y callado que había en su interior leyó los saludos de su prima Catrina, y advirtió que había roto sus promesas y había viajado a Roma. Bueno, no pensaba recibirla. Se sentía demasiado feliz para hacerlo. La familia Lemmo también había estado entre el público, y otro Lisani, y una docena más a los que apenas conocía.
Así que el mundo entero lo había visto perdido en aquel disfraz de mujer, pronunciando sonidos propios de niños y dioses. Pesadillas y humillaciones de otro tiempo, había logrado hacer realidad sus más angustiosos sueños.
Tomó un gran sorbo del caliente y aromático café.
Leyó un puñado de pequeñas notas llenas de cálidos halagos, reviviendo mientras lo hacía curiosos momentos de la actuación. Luego, se recostó y jugueteó con el borde rígido de una carta y advirtió que a esa misma hora los abbatti ya se habrían reunido en los cafés para revivir también aquella noche gloriosa.
Había invitaciones de todo tipo: dos procedentes de nobles rusos, una de un bávaro, otra de un poderoso duque. Algunas lo convidaban a cenas que se celebrarían después de la ópera; fueron éstas las que más le intrigaron.
Sabía lo que se esperaba que ocurriera en ellas. Se sintió tentado, como si una lejana banda callejera lo atrajese con un rítmico compás que se filtrara por las paredes.