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Sin embargo, la perspectiva de actuar en grandes teatros lo llenaba de un extraño miedo, excitante y desconocido.

– ¡Dos niños en dos años!

Había momentos en que ese pensamiento lo golpeaba de forma tan contundente y enérgica que se detenía sobre sus pasos. Dos hijos, ambos varones.

Para muchas familias venecianas ése era su único derecho a la inmortalidad.

Deseó con todas sus fuerzas que su padre y su madre le hubieran dado un poco más de tiempo.

Capítulo14

A mediodía, Tonio caminaba por la Via di Toledo entre una gran multitud, cuando advirtió que ese día, el primero de mayo, se cumplían tres años de su llegada a Nápoles.

Parecía imposible, tenía la sensación de llevar allí toda la vida, de que nunca había conocido otro mundo.

Se detuvo, momentáneamente desorientado, aunque el movimiento del gentío lo arrastró. Entonces se volvió despacio, alzó los ojos al cielo azul inmaculado y sintió la suave caricia de una brisa cálida y envolvente.

Cerca de allí había una pequeña taberna con mesas fuera sobre el suelo adoquinado, a la sombra de dos viejas y retorcidas higueras, y Tonio se sentó y pidió una botella de Lacrima Christi, el vino blanco napolitano al que tanto se había aficionado.

Las hojas de las higueras proyectaban sobre las piedras unas inmensas sombras con forma de mano. El aire cálido, atrapado en la estrecha calle, parecía sin embargo estar en constante y suave movimiento.

Al poco rato ya estaba borracho. No había bebido ni medio vaso cuando lo invadió una felicidad inaudita mientras se recostaba en la tosca silla y contemplaba el incesante flujo de gente. Nápoles nunca se le había antojado tan hermosa. Y pese a todos aquellos aspectos que le desagradaban profundamente: la terrible pobreza que se extendía por doquier, la holgazanería de la que hacía gala su nobleza, se consideraba parte de aquel lugar, había llegado a entenderlo en sus propios términos.

Además, tal vez los aniversarios siempre evocaban en él un cierto sentido de celebración. En Venecia eran muy abundantes, y siempre iban acompañados de festivales. No era una manera de medir la vida, sino la manera de vivirla.

Después de los asuntos que había atendido aquella mañana, esa felicidad constituía un apacible alivio.

Se había pasado horas encerrado con el sastre. No podía evitar los espejos. La costurera le recordaba machaconamente lo mucho que había crecido. Medía un metro y ochenta centímetros y difícilmente podría pasar ya por un muchacho.

La lozanía de su piel, la exuberancia de sus cabellos, su expresión de inocencia se combinaban con la longitud de sus extremidades para proclamar a los cuatro vientos su condición.

Había momentos en que todos los cumplidos que recibía lo irritaban, y volvía a él el leve recuerdo de un hombre anciano en un desván, un hombre que denunciaba un mundo donde todo se supeditaba al paradigma del buen gusto. El buen gusto dictaba que una estampa como la suya fuera elegante, hacía que las mujeres le mandasen ofrendas y promesas de eterna adoración, cuando lo único que él veía en el espejo era la espantosa ruina a la que había sido condenada la obra de Dios. No podía evitar el horror que le producía contemplar el esquema de la creación malogrado hasta tal punto. A veces se preguntaba si los que sufrían alguna grave dolencia no sentían lo mismo que él, cuando perdían la sensibilidad en los miembros o las altas fiebres les provocaban la caída del cabello. Los enfermos graves lo atraían, los monstruos lo atraían, los enanos que veía a veces en los escenarios, los tullidos, dos hombres unidos por la cadera riendo y bebiendo, sentados en la misma silla. Aquellas criaturas lo absorbían y lo torturaban, se consideraba una de ellas bajo su magnífico disfraz de encaje y brocado.

Compró todos los tejidos que le mostró el sastre, una docena de pañuelos, corbatas, guantes que no necesitaba.

– Ojalá fueras invisible, larguirucho -le susurró al espejo.

Luego, tras la primera oleada de deliciosa euforia producida por el vino, esa alquimia inmediata del alcohol y el calor del verano, sonrió.

– Peor sería si fueras feo -se dijo-. O si hubieras perdido la voz, como le ocurrió a Guido.

Sin embargo, la pequeña cámara de tortura del sastre le había traído a la memoria las recientes discusiones con Guido y el maestro di capella, unas discusiones que no tenían visos de cesar en el futuro. Guido se había quedado muy decepcionado cuando Tonio rechazó el papel de prima donna en la ópera de primavera del conservatorio, afirmando que nunca haría de mujer. El maestro di capella había tratado de castigarle dándole un papel insignificante, pero Tonio no mostró ningún pesar.

Si algo lo había molestado de la ópera de primavera era que su amiga de cabello rubio no había asistido. Llevaba también un tiempo sin ir a la capilla, y tampoco la había visto en el último baile de la condesa. Aquello lo inquietaba.

En lo referente a actuar vestido de mujer, sus maestros no iban a dejar que se saliera con la suya. No compartían su opinión de que podía triunfar representando sólo papeles masculinos. Siglos atrás, los primeros castrati se habían dado a conocer interpretando papeles femeninos, y aunque las mujeres actuaban ya en todas partes, a excepción de los Estados Papales, los castrati seguían siendo famosos por esos papeles. Por otra parte, como en la ópera la mayoría de los papeles estaban escritos para voces altas, todo el mundo debía estar preparado para enfrentarse a cualquier exigencia. Hasta las mujeres representaban a veces papeles masculinos.

Un día, el maestro di capella lo llamó a su estudio y le dijo:

– Tú sabes tan bien como yo que necesitas esta experiencia antes de marcharte de aquí. El momento de tu debut ya casi ha llegado.

– Pero eso no es posible -adujo Tonio-. No estoy preparado…

– Calla -lo interrumpió el maestro-. Puedo juzgar tus progresos mucho mejor que tú. Sabes que tengo razón. También creo que te sería de gran ayuda actuar fuera del conservatorio aunque tú te niegues. Cada semana llegan invitaciones para que cantes en casas particulares, y tú sigues ignorándolas. ¿No te das cuenta, Tonio, de que esta escuela se ha convertido en un refugio para ti?

– Eso no es cierto -murmuró Tonio procurando disimular su enojo, pero sabía que el maestro tenía razón.

– Cuando llegaste -prosiguió el maestro-, cuando finalmente accediste a cantar, no creí que lo soportases. Pensé que no te adaptarías a la disciplina y temí ver a Guido decepcionado una vez más. Sin embargo, me sorprendiste. Te has convertido en un aristócrata de este pequeño lugar, lo has convertido en tu propia Venecia, aquí has brillado de la misma forma que podías haberlo hecho allí.

»Aun así, esto no es el mundo, Tonio, como tampoco lo es Venecia. Y ahora ya estás preparado para el mundo.

Después de una larga pausa, Tonio se volvió para encontrarse con los ojos del maestro.

– ¿Puedo confiarle un pequeño secreto? -le preguntó.

El maestro asintió.

– Nunca en mi vida había sido tan feliz como aquí.

El maestro le dedicó una cariñosa sonrisa teñida de tristeza.

– ¿Le sorprende? -preguntó Tonio.

– No -respondió el maestro-. Cuando alguien posee una voz como la tuya, no. -Entonces se inclinó sobre el escritorio-. Esa es tu fuerza, tu poder. Un día te prometí que si te lo proponías, lo conseguirías. Ahora voy a decirte algo más. Guido también está preparado para el mundo. Está preparado para escribir tu ópera de debut en Roma. Es paciente contigo porque no soporta verte sufrir, por eso espera. No obstante los dos estáis ya preparados, y para Guido, el trabajo y la espera ya han durado demasiado.