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El primer libro de Tanya fue una recopilación de ensayos que giraban principalmente en torno a cuestiones femeninas. Había sido publicado por una pequeña editorial de Marin a finales de los ochenta y quienes lo habían reseñado eran mayoritariamente desconocidas críticas literarias feministas que estaban de acuerdo con sus teorías, planteamientos e ideas. El libro de Tanya no era rabiosamente feminista, pero estaba escrito desde una perspectiva lúcida e independiente; era el tipo de libro que se espera de una mujer joven. Su segundo libro, publicado al cumplir los cuarenta, es decir, dos años atrás y dieciocho años después del primero, era una antología de cuentos que había publicado una editorial de primera línea. Había obtenido una crítica excepcional en The New York Times Book Review. Para Tanya supuso una inmensa alegría.

Entre ambos libros, su obra había sido publicada en The New Yorker y también en revistas literarias. En ellas habían aparecido ensayos, artículos y cuentos. Tenía una obra prolífica y consistente y, si era necesario, dormía poco o no dormía. Las ventas de su último libro de cuentos indicaban que debía de tener un público fiel tanto entre lectores medios que disfrutaban de su literatura como entre los más exigentes. Algunos escritores famosos y de gran prestigio le habían escrito alabando su obra y habían hecho elogiosos comentarios de su libro en la prensa. Como en todo lo demás, Tanya era extremadamente meticulosa y cuidadosa con su trabajo. Había logrado tener una familia y mantenerse activa en su profesión. Durante veinte años se había reservado siempre algo de tiempo para escribir. Era una persona diligente y enormemente disciplinada; solo dejaba de dedicar las mañanas a la escritura durante las vacaciones escolares o cuando los niños estaban enfermos y no podían ir al colegio. En esas ocasiones, ellos eran lo primero. De lo contrario, nada podía alejarla de su trabajo. Durante las horas en las que no estaba con Peter o con los niños, se volvía una fanática de la escritura. Una vez los chicos estaban en clase, conectaba el contestador automático, apagaba el móvil y, cada mañana, después de su segunda taza de té, se sentaba a escribir.

También disfrutaba cultivando un estilo más comercial. Esos eran sus trabajos más rentables, que Peter también valoraba. De vez en cuando escribía artículos para los periódicos de Marin y, a petición del editor, también para el Chronicle. Le gustaba escribir artículos divertidos y con un estilo irónico e ingenioso. Tenía vis cómica. Cuando describía la vida de un ama de casa con niños, el resultado eran auténticas astracanadas. Peter opinaba que era el género que se le daba mejor y a Tanya le divertía. Le gustaba escribir cosas graciosas.

Aunque los artículos y los ensayos generaban ingresos, donde realmente había ganado dinero era escribiendo ocasionalmente guiones para telecomedias. A lo largo de los años había escrito unos cuantos. No le suponían un gran esfuerzo literario y Tanya tampoco se lo tomaba como tal. Pero pagaban estupendamente y a los productores de las series para las que escribía les gustaba su trabajo y la llamaban a menudo. No se enorgullecía de lo que escribía, pero sí del dinero que ganaba; un dinero del que Peter también disfrutaba. Solía escribir una docena de guiones al año y a ellos había que agradecer el nuevo monovolumen Mercedes y el alquiler de la casa de verano en el lago Tahoe. Peter siempre le agradecía su colaboración económica en la educación de sus hijos. Aquella faceta como escritora comercial le había permitido hacerse con unos buenos ahorros. También había escrito en colaboración con otros guionistas para algunas teleseries, pero eso había sido antes de que el mercado de las teleseries y de los telefilmes sufriera el impacto de los reality shows. Ahora, para la pequeña pantalla, solo le encargaban guiones de telenovelas. Su agente solía llamarla como mínimo una vez al mes para encargarle alguno de esos guiones. Tanya se los quitaba de encima en pocos días, trabajando hasta tarde por la noche mientras el resto de la familia dormía. Afortunadamente para su agente, tenía la suerte de necesitar pocas horas de sueño. Nunca había ganado enormes sumas por su trabajo, pero durante años había generado unos ingresos regulares. Realmente era un ama de casa y una escritora resistente y con talento; una combinación que funcionaba muy bien.

A lo largo de los años, la profesión de Tanya se había convertido en una forma satisfactoria, continuada y lucrativa de ganarse la vida y tenía la intención de dedicar más tiempo a la escritura conforme los niños se fueran haciendo mayores. El único sueño que todavía no había podido cumplir era el de escribir un guión para una película de cine. Le insistía a su agente sobre ello constantemente, pero su trabajo para la televisión le restaba posibilidades, ya que apenas había trasvase de guionistas entre la televisión y el cine. Era algo que la irritaba. Ella sabía que tenía cualidades como guionista cinematográfica. Sin embargo, hasta la fecha, no había llegado ninguna oferta y no creía que fuese a llegar nunca. Era una oportunidad que llevaba esperando veinte años. Mientras tanto, se sentía satisfecha con su trabajo y sus malabarismos para combinar horarios funcionaban para todos. Escribía con la mano izquierda, mientras con la derecha se ocupaba de su familia y atendía todas sus necesidades. Peter siempre decía que Tanya era una mujer increíble, además de una maravillosa madre y esposa. Para ella eso era más importante que las buenas críticas de sus libros. La familia siempre había sido su prioridad y, en su opinión, había hecho lo correcto, incluso si ello significaba tener que rechazar algún encargo de vez en cuando, algo que, por otro lado, no solía hacer. Normalmente encontraba la forma de encajarlo en su vida y estaba orgullosa de ello. Nunca había dejado de lado a nadie; ni a Peter ni a los niños, ni tampoco a la gente que le pagaba por su trabajo.

Acababa de sentarse frente al ordenador con una taza de té y estaba repasando el borrador de un relato que había comenzado el día anterior, cuando sonó el teléfono. Oyó cómo saltaba el contestador automático. Jason había pasado la noche en San Francisco, las niñas estaban fuera y Peter se había marchado a trabajar temprano porque estaba preparando un juicio para la semana siguiente. Tanya tenía por delante una tranquila y hermosa mañana de trabajo, algo poco habitual cuando los chicos estaban de vacaciones. En verano escribía mucho menos que en los meses de invierno. Le resultaba muy difícil concentrarse con sus hijos paseándose por la casa continuamente. Pero hacía varios días que una idea para un relato le rondaba la cabeza; estaba batallando con esa historia cuando oyó que su agente dejaba un mensaje en el contestador. Cruzó la cocina rápidamente para coger el teléfono. Sabía que todas las telenovelas para las que escribía en aquellos momentos estaban en temporada de descanso, así que era poco probable que la llamada fuese para encargarle un guión. Quizá se trataría de un artículo para una revista o para The New Yorker.