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Su agente acababa de dejarle un mensaje pidiéndole que la llamara, pero Tanya cogió el teléfono justo antes de que colgara. La agencia -que le representaba desde hacía quince años- llevaba mucho tiempo instalada en Nueva York, pero también tenía una oficina en Hollywood. A Tanya le llegaba más trabajo desde esta última que desde la costa Este. Disfrutaba con todos los aspectos de su profesión y por ello durante los años de crianza de sus hijos había mostrado una obstinada perseverancia para continuar adelante con ella. Los chicos estaban orgullosos de ella y de vez en cuando incluso veían sus telenovelas. Aunque no se libraba de que le tomasen el pelo o le comentasen lo cursis que eran, delante de sus amigos presumían de madre. Para Tanya era sumamente importante que Peter y sus hijos respetasen su trabajo. Y le gustaba saber que lo hacía bien sin tener que sacrificar el tiempo que compartía con ellos. En su oficina, había un cartel donde podía leerse: ¿Qué tiene que ver la noche con el sueño?

– Pensé que estarías escribiendo -comentó Walter Drucker, su agente, más conocido como Walt, cuando Tanya descolgó el teléfono.

– Así es -dijo ella apoyándose en un alto taburete que había junto al teléfono.

La cocina era el alma de la casa y Tanya la utilizaba también como oficina. Tenía el ordenador instalado en un rincón, junto a dos archivos abarrotados con sus escritos.

– ¿Qué me cuentas? Estoy trabajando en un relato corto pero creo que conforme vaya escribiendo, acabará convirtiéndose en parte de una trilogía.

Walt admiraba la infalible profesionalidad de Tanya y su forma concienzuda de afrontar todo lo que hacía. Sabía lo importante que eran sus hijos para ella, pero era capaz, al mismo tiempo, de tener su trabajo al día. Se lo tomaba muy en serio, como todo lo que acometía. Era un placer trabajar con ella. Walt jamás tenía que disculparse por un artículo retrasado, una historia olvidada o porque su autora estuviera en rehabilitación o hubiera destrozado un guión. Era una escritora de pies a cabeza y, además, muy buena. Una auténtica profesional. Tenía talento, energía y empuje. Walt no era muy aficionado a los relatos cortos, pero le gustaba el trabajo de Tanya y, en su opinión, sus cuentos eran buenos ya que siempre tenían un giro interesante, una sorpresa. En su forma de escribir había algo verdaderamente original y diferente. Cuando el lector menos se lo esperaba, ella se sacaba de la manga un giro inesperado, otra vuelta de tuerca o un final sorprendente. También le gustaba su vis cómica; había llegado a llorar de risa con sus historias más divertidas.

– Tengo trabajo -dijo él en tono vago, casi críptico.

Tanya seguía pensando en su relato y todavía no se había centrado en la conversación.

– Bueno, no puede ser una telenovela, gracias a Dios todas han parado hasta el mes próximo. No había tenido una sola idea en todo el mes, hasta ayer. He estado demasiado ocupada con los chicos y preparando el viaje a Tahoe. Nos vamos la semana que viene y allí seré jefa de cocina, chófer, asistenta social y sirvienta.

De una manera u otra, cuando estaban en Tahoe, Tanya siempre acababa ocupándose de todo el trabajo doméstico, mientras el resto de la familia nadaba, practicaba el esquí náutico o, simplemente, se divertía. Finalmente había acabado aceptando que las cosas eran así. Los chicos llevaban a sus amigos y, por más que Tanya suplicaba, rogaba o incluso amenazaba, nadie la ayudaba. A esas alturas, ya se había acostumbrado. Cuanto más mayores se hacían, menos eran las tareas de las que se ocupaban. Y Peter no se portaba mucho mejor. Cuando estaban en Tahoe, le gustaba relajarse y tomarse las cosas con calma; no estaba para lavar los platos, poner lavadoras o hacer las camas. Tanya lo aceptaba como uno de los pocos inconvenientes de su vida y sabía que si aquello era lo peor que podía ocurrirle es que tenía suerte, mucha, mucha suerte. Además, se enorgullecía de ocuparse de todos ella sola, sin contratar a nadie para que la ayudase. Era una auténtica perfeccionista y cuidar de su familia en todo era motivo de orgullo para Tanya.

– ¿Qué tipo de trabajo? -preguntó finalmente centrándose en las palabras de Walt.

– Un guión basado en un libro de Jane Barney, fue un best seller el año pasado. Ya sabes cuáclass="underline" Mantra. Se mantuvo nueve millones de semanas en el número uno. Douglas Wayne acaba de comprar los derechos y necesitan un guionista.

– ¿Ah sí? ¿Y por qué yo? ¿No lo escribirá la autora?

– Parece ser que no. Nunca ha escrito ninguno y no quiere hacer un mal trabajo. Por contrato, tiene que dar la aprobación final, pero ha dicho que no quiere escribir el guión. Tiene muchos compromisos con la editorial. Va a publicar un nuevo libro en otoño y tiene una gira de promoción en septiembre. Así que no tiene ni tiempo ni interés en escribir el guión. A Douglas le gusta tu trabajo. Al parecer, es adicto a una de tus telenovelas. Dice que quiere hablar contigo sobre ello, que le has arruinado muchas tardes de trabajo reteniéndole en el sofá frente a la pequeña pantalla. Según él, tú eres quien hace la telenovela, aunque no sé qué querrá decir con eso. No le he explicado que la escribes entre idas y venidas al colegio o mientras los chicos duermen.

– ¿Es para la televisión? -preguntó dándolo por hecho.

Sin embargo, le parecía extraño que Douglas Wayne se dedicara a las producciones televisivas. Era un hombre de cine y no se lo imaginaba en televisión ni siquiera para el estreno de una película. A pesar de que era un productor muy conocido, el mercado de los telefilmes era prácticamente inexistente. Últimamente, el medio estaba más interesado en abandonar a gente corriente en islas desiertas, o en instalar cámaras ocultas para observar cómo las personas se engañaban las unas a las otras. O en los reality shows de gente famosa, como el caso de The Osbournes, que aquellos días reunía a la crème de la crème de la televisión. En uno de esos programas, el sobrino de un amigo había ganado cincuenta mil dólares por ser el concursante con la presión arterial más baja mientras un caimán vivo se retorcía encima de su cabeza. Era una forma de ganarse la vida, pero no del gusto de Tanya. Y los reality no necesitaban guiones.

– ¿Desde cuándo se ha pasado Douglas Wayne a la televisión?

Era uno de los productores más importantes de Hollywood y la autora del libro era mundialmente famosa. Mantra era una novela conmovedora y muy deprimente que había ganado el National Book Award en la categoría de ficción.

– No se ha pasado a la televisión -continuó Walt con cierta condescendencia.

Cuanto más importante era el proyecto, más tranquilidad aparentaba, pero la procesión iba por dentro. En aquel momento parecía casi medio dormido. Eran las doce del mediodía en Nueva York y debía de estar a punto de salir a almorzar. Solía pasar pocas horas en la oficina, ya que la mayoría de los negocios los hacía comiendo. Casi siempre que Tanya le llamaba, le encontraba en algún restaurante y siempre acompañado de grandes nombres artísticos: editores, autores, productores o estrellas.

– No es para televisión -continuó-. Es para una película, una de las grandes y están buscando un guionista de renombre.

Tanya no era una guionista de renombre; sí respetada, pero no importante. En su opinión, era sólida, fiable y formal.

– Te quiere a ti -siguió explicándole Walt-. Adora las escenas que haces para las telenovelas. Dice que son las mejores y que estás muy por encima del resto de guionistas de la serie. También le encantan tus comedias. Al parecer, lee todo lo que escribes para The New Yorker. Así que estamos ante un auténtico fan.

– Yo también soy fan de él -dijo Tanya con sinceridad.

Había visto todas sus películas. ¿De verdad le estaba pasando aquello?, se preguntó. ¿A Douglas Wayne le gustaba su trabajo y quería que escribiera un guión para una de sus películas? ¡Diantre, era demasiado bueno para ser verdad!