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– ¿Por qué no venís con nosotros a Tahoe después del viaje? A nosotros nos encantaría y podríais iros justo después.

Phillip ya había avisado que dejaba el apartamento, así que Tanya le ofreció su casa de nuevo. Sería un verano muy alegre. Cuando Phillip aceptó la invitación para ir a Tahoe, Tanya accedió a acompañarles en su viaje.

Molly y Megan estaban encantadas con el plan de su madre. Aquel año habían estado muy preocupadas viéndola todo el día trabajando y tan apagada después de su ruptura con Gordon. Sabían que lo ocurrido en el bungalow había sido muy duro para Tanya y estaban felices de verla de nuevo relajada. Tenían muy claro que Phillip y su madre eran amigos, y a Megan, mucho más madura últimamente, le parecía estupendo.

Tanya, Phillip y los niños empezaron el viaje en Monterrey, donde visitaron el acuario y estuvieron paseando por Carmel. Después, viajaron a Santa Bárbara a visitar a Jason, que se había quedado en la universidad para hacer unos cursos de verano, y de ahí, viajaron a Los Ángeles. Estuvieron dos días en Disneyland; una gozada para Isabelle y Rupert. Tanya les acompañó en todas las atracciones, mientras Phillip hacía fotos sin parar. La última noche asistieron al espectáculo de luces y sonido. Isabelle tenía a Tanya cogida de la mano y cuando esta se volvió para mirar a Phillip, vio que la estaba observando con una sonrisa. Regresaron en tren hasta el hotel. Mientras se dirigían hacia sus habitaciones, Phillip le pasó el brazo a Tanya por los hombros. Quería darle las gracias pero no sabía cómo. Se habían repartido las habitaciones entre chicos y chicas. Isabelle estaba entusiasmada por dormir con Tanya. Phillip entró en la habitación de las chicas para dar un beso de buenas noches a su hija; después, mirando a Tanya con ternura, dijo:

– Gracias por ser tan maravillosa con mis hijos.

Isabelle se había quedado dormida abrazada a la muñeca de Minnie que Tanya le había comprado. Lo que más le había gustado a Rupert, por el contrario, había sido la atracción de Piratas del Caribe, en la que se habían subido dos veces.

– Les adoro -contestó Tanya-. No sé qué haré cuando os marchéis.

Sus ojos reflejaban una tristeza que, de pronto, descubrió también en los de Phillip.

– Yo tampoco -dijo él con dulzura.

Se dirigió hacia la puerta de la habitación y, cuando iba a salir, se volvió como si fuera a decirle algo. Se contuvo, pero finalmente dijo:

– Tanya, estos han sido los mejores meses de mi vida en mucho tiempo.

Phillip también sabía que habían sido unos meses muy felices para sus hijos, los mejores desde la muerte de su madre.

– Para mí también -susurró ella, sabiendo que, por encima de todo, el mayor regalo habían sido aquellos niños que habían conquistado su corazón por completo.

Al final, escribir el guión para la película había sido la guinda del pastel. Phillip asintió, dio un paso hacia Tanya y, sin pensarlo, le acarició el cabello. Tanya llevaba todo el día sin mirarse al espejo y sin preocuparse por su aspecto. Su atención se había centrado únicamente en Isabelle y en Rupert, en correr con ellos de un lado a otro, hacer cola en las atracciones, observar a Mickey y a Goofy, ocuparse de que comiesen algo. Llevaba muchos años sin disfrutar tanto y le gustaba compartir esa felicidad con Phillip, tanto como le había gustado compartir con él la película. Se le hacía extraño imaginar su vida sin él, y más aún, sin ellos tres. Se habían convertido en unos amigos muy queridos para Tanya y se había acostumbrado a tenerles cerca. Ver cómo partían hacia Inglaterra en unas semanas iba a ser una dura prueba.

Mientras Tanya pensaba en ello, Phillip la observaba; podía ver la tristeza en sus ojos. Él sentía lo mismo. No sabía cómo expresárselo. Hacía mucho tiempo que no hablaba íntimamente con nadie, así que abrazó a Tanya y la besó. El tiempo pareció detenerse para ambos. Cuando se separaron, Phillip seguía sin saber qué decir y temía haber cometido un terrible error.

– ¿Me odias? -preguntó él con dulzura.

No era la primera vez que se le había pasado por la cabeza besarla, pero se había reprimido pensando que era una locura. No quería complicar las cosas mientras trabajaban juntos, y ahora era demasiado tarde. Estaba a punto de marcharse. Al menos le quedaba haber compartido su trabajo más importante con ella y saber que era una amiga muy querida.

Tanya negó despacio con la cabeza.

– No te odio. Todavía no te has marchado y ya te echo de menos.

Tanya pensó en lo extraña que era la vida. La gente entraba y salía de su vida con delicadeza o con crueldad, pero siempre de manera dolorosa. Les echaría terriblemente de menos. Miró a Phillip a los ojos preguntándose qué significaba aquel beso.

– No quiero irme -dijo él suavemente.

Ahora que había bajado la guardia, Phillip sentía que las emociones que llevaba meses ocultando le sobrepasaban.

– Pues no lo hagas -dijo ella.

– Ven con nosotros -suplicó él.

Tanya negó con la cabeza.

– No puedo. ¿Qué iba a hacer allí?

– Lo mismo que hemos hecho aquí. Haremos otra película juntos.

– Y cuando la película terminase, ¿qué? Aun así tendré que volver. Mis hijos viven aquí, Phillip.

– Son prácticamente adultos. Te necesitamos, Tanya… Yo te necesito -dijo con lágrimas en los ojos.

Phillip no sabía qué argumentos darle, pero sabía que no quería que aquello terminase, ni el viaje, ni el tiempo, ni la vida que había compartido con ella. Cuando se marcharan, se acabaría para siempre.

– ¿Hablas en serio? -preguntó Tanya.

Phillip asintió y volvió a besarla.

– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó ella, angustiada.

¿Por qué había tenido que ocurrir aquello tan cerca de su partida? Parecía que fuera ya demasiado tarde. Ellos tenían que marcharse y ella tenía que quedarse. Pero la vida se le antojaba vacía sin su compañía.

– Hablo muy en serio -dijo Phillip con solemnidad y abrazándola con fuerza-. Me enamoré de ti el día que nos conocimos, pero no quería estropear las cosas y decírtelo mientras trabajábamos juntos.

Era exactamente la actitud opuesta de la que mantenía Gordon en su vida, liándose sentimentalmente en cada película. Phillip había sido un auténtico profesional hasta el final. Quizá demasiado profesional. Podrían haber estado juntos durante todos aquellos meses.

Tanya también había sentido algo, pero había decidido hacer caso omiso. Había centrado toda su energía emocional en Isabelle, en Rupert y en la película. Pero ahora ya no podía seguir fingiendo que no sentía algo por Phillip. Y él solo quería abrazarla con fuerza y detener el tiempo. Estaban pasando sus últimos días juntos; después, tendrían que separarse para siempre.

– ¿Por qué no hablamos de esto mañana? -pidió ella con cautela.

Él asintió y sus ojos se iluminaron con una chispa de esperanza. Volvía a vivir y veía que a Tanya le pasaba lo mismo.

– No estamos totalmente locos, ¿verdad? -preguntó Tanya con preocupación.

– Sí, pero no creo que tengamos otra elección. Yo no creo que pueda hacer otra cosa.

Tanya tampoco creía que tuviera elección. Se sentía arrastrada completamente por las palabras de Phillip y por los sentimientos que compartían. Todo había cambiado. Tanya quería detenerse y actuar con raciocinio, tomar decisiones razonables. Pero era como si las decisiones se estuvieran tomando por sí solas y estuviera perdiendo el control.

Miró a Phillip y él volvió a besarla antes de marcharse de la habitación. Tanya se quedó tendida en su cama, al lado de Isabelle, despierta. Sentía a la pequeña cerca y pensaba en su padre. ¿Qué extraño designio les había unido? ¿Y para qué, si al final tenían que acabar separándose? Tanya no quería volver a amar a alguien que no pudiera estar con ella o que tuviera que marcharse. Y ellos se iban al cabo de tres semanas. Sin embargo, ya se estaba enamorando de Phillip o quizá lo había estado durante todo aquel tiempo. No solo de él sino también de sus hijos. Pero no podía irse a vivir con ellos a Inglaterra. Debía existir otra solución y debía haber un modo de encontrarla. Se dijo a sí misma que aquello era el destino y que tenía que haber una solución. No podía ser de otro modo. Tenía que tener valor suficiente para buscarla y aún más valor para volver a confiar en la vida.