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No cabía ninguna duda de que Peter estaba dispuesto a aceptar la situación. A Tanya se le llenaron los ojos de lágrimas. Era tan bueno con ella, tan honesto… A pesar de su generoso consentimiento, Tanya no quería marcharse. Podía ser muy duro para ambos.

– Cinco meses de rodaje, dos de preproducción y un mes o dos de posproducción, es decir, un total de ocho o nueve meses, lo que equivale a todo un curso escolar. Es mucho pedir, Peter. Te quiero más que nunca por permitírmelo, pero no puedo.

– Quizá sí que puedes -dijo él meditabundo. No quería privarla de algo que siempre había deseado con todas sus fuerzas.

– ¿Cómo? Para ti no es justo, yo te echaría terriblemente de menos y las chicas me matarían. Es su último año. Debo estar aquí, y quiero estar.

– Yo también te echaría de menos -dijo Peter con sinceridad-, pero quizá, por una vez en la vida, las chicas tengan que conformarse. Siempre estás aquí, dispuesta para cualquier cosa que te pidan. Para variar, no les vendría mal tener que ser un poco más independientes. Y a mí tampoco. Tanya, no quiero que te pierdas algo así. Quizá no vuelva a surgir otra oportunidad y no puedes dejarla pasar sin más.

Su actitud era tan entregada y tan bondadosa que Tanya casi se puso a llorar.

– Sí puedo dejarla pasar. Llamaré a Walt en cuanto salgas de casa y rechazaré la oferta -dijo Tanya con firmeza y serenidad, convencida de que era la decisión adecuada.

– No quiero que hagas eso. Dile que espere. Hablemos primero con las chicas.

Peter quería actuar con calma y tomar la decisión en familia, en provecho de Tanya, siempre que fuera posible y que las chicas se mostraran magnánimas. Por el bien de su madre, confiaba en que así fuera.

– Se sentirán totalmente abandonadas y con razón. En realidad, estaría fuera durante todo su último curso escolar y solo volvería los fines de semana. Y una vez empiecen a rodar la película, no sé con certeza si podré venir los viernes. Siempre se oyen historias espantosas sobre noches interminables de rodaje, fines de semana inacabables, planes que se desbaratan por completo y películas en las que los cálculos de tiempo y de presupuesto han resultado totalmente erróneos. A lo mejor se alarga más de lo previsto.

– El presupuesto es su problema; tú eres el mío. Quiero que busquemos una solución.

Tanya le miró con una sonrisa en los labios y se levantó para abrazarle. Le rodeó con los brazos y le dio un beso.

– Eres maravilloso y te quiero, pero créeme, no funcionaría.

– No seas tan derrotista. Por lo menos debemos intentarlo. Esta noche, cuando volvamos, hablaremos con las niñas. Y no iremos a cenar, iremos a celebrarlo.

De repente, cayendo en la cuenta de un pequeño detalle, le preguntó:

– ¿Cuánto te han ofrecido?

Tanya sonrió un instante, todavía sorprendida por la cifra, y después la soltó. Se hizo un silencio sepulcral en la cocina durante un largo minuto que Peter rompió con un silbido.

– Más vale que aceptes. El año que viene tendremos que pagar tres matrículas universitarias, pero con el dinero que te han ofrecido sería una minucia. Es una cantidad increíble. ¿De verdad ibas a rechazarlo?

Tanya asintió.

– ¿Por nosotros? -preguntó Peter.

Tanya volvió a asentir sin dejar de abrazarle.

– Cariño, estás loca. Voy a mandarte ahora mismo a Los Ángeles para que te pongas a trabajar a destajo. ¡Por todos los diablos! Si se dispara tu carrera como guionista cinematográfica, debería pensar en retirarme.

Aunque las revistas literarias no suponían grandes ingresos para Tanya, se había ganado decentemente la vida con la escritura. Con las telenovelas había ganado un buen pellizco y, desde luego, la cantidad que le ofrecían por la película de Douglas Wayne era sencillamente increíble. Peter estaba realmente impresionado con la oferta.

– Además, me ofrecen un bungalow en el hotel Beverly Hills durante toda mi estancia allí, o si lo prefiero, un apartamento o una casa. Y todos los gastos pagados.

Tanya le dio los nombres del director y de las estrellas del reparto y Peter volvió a silbar. No era solo una oportunidad de oro. Era una de esas ocasiones que se presentan una sola vez en la vida y que te permiten alcanzar el cielo con las manos. Y ambos lo sabían. Peter no entendía que Tanya pudiera rechazarla y temía que, de hacerlo, se arrepintiera el resto de su vida y acabase por guardar rencor a su familia. Era rechazar algo muy importante.

– Tienes que hacerlo -dijo abrazándola-. No permitiré que digas que no. A lo mejor deberíamos mudarnos todos a Los Ángeles durante un año.

A Tanya le habría gustado esa solución, pero solo había sido una broma de Peter. No podían hacerlo. Su marido tenía una sólida carrera como socio en su bufete de abogados, y lo lógico era que las mellizas terminaran su etapa escolar en el colegio al que habían asistido toda su vida. Si alguien iba a ir a Los Ángeles sería Tanya, y sola. Pero eso era precisamente lo que ella no quería. Sin embargo, al mismo tiempo, la idea le producía una extraña excitación. Era la realización de un sueño y una cantidad de dinero increíble para ambos.

Pero jamás había sacrificado a su familia en favor de su carrera y no era el momento para empezar a hacerlo.

– No seas tonto -dijo Tanya con una sonrisa melancólica-. Solo el hecho de que me hayan escogido a mí para hacer el guión ya me satisface.

– Esperemos a ver qué dicen las niñas esta noche. Dile a Walt que estás pensándolo, y Tanya -continuó Peter mirándola con cariño y abrazándola con fuerza-, quiero que sepas que estoy orgulloso de ti.

– Gracias por tomártelo tan bien. Todavía no puedo creer que me hayan escogido… Douglas Wayne…, debo reconocer que es bastante alucinante.

– Muy alucinante -dijo él echando un vistazo a su reloj.

Ya llegaba una hora tarde al trabajo, pero no era una noticia cualquiera.

– ¿Dónde quieres que vayamos a cenar esta noche?

– A algún sitio tranquilo donde podamos hablar.

– ¿Qué te parece Quince? -propuso Peter.

– Perfecto.

Era un pequeño restaurante romántico en Pacific Heights con una carta excelente.

– Vas en taxi y luego volvemos juntos a casa, ¿de acuerdo? Vaya, tenemos una cita.

Unos minutos más tarde, Peter le dio un beso de despedida y cuando se hubo marchado, Tanya suspiró, miró el teléfono, lo descolgó y llamó a Walt. No sabía muy bien qué decirle. Creía haber tomado una decisión la noche anterior, pero, al parecer, no había sido así. Todavía no se veía aceptando la propuesta y cuando se lo contó a Walt, este lanzó un gruñido.

– ¿Qué debo hacer para convencerte de que no tienes elección?

– Diles que rueden aquí la película -replicó Tanya sintiéndose presionada.

Hasta Peter había hecho que pareciera viable. Sin embargo, en el fondo de su corazón, Tanya sabía que por muy predispuesto que se mostrase su marido, no era factible y sospechaba que sus hijas compartirían su opinión. No era el año más indicado para tener a su madre lejos.

– Espero que Peter te convenza, Tanya. Por Dios, si tu marido está de acuerdo, ¿qué es lo que te preocupa? No va a divorciarse de ti solo porque estés nueve meses en Los Ángeles.

– Nunca se sabe -dijo Tanya riéndose.

No era ese su miedo, pero también era consciente de que la distancia no era buena consejera en un matrimonio. Además, ella era feliz a su lado y solo podía pensar en lo desgraciada que iba a sentirse durante todos esos meses separada de él toda la semana.

– Llámame mañana. Le diré a Doug que no he logrado hablar contigo todavía. Cuando le comenté lo mismo ayer, me dijo que merecía la pena esperarte. Quiere que seas tú quien escriba ese guión.

Tanya se contuvo y no pronunció ese «yo también» que bullía en su interior. Sabía que no podía dejar que todo aquello la embaucase. Era solo un sueño, un sueño que la había acompañado toda su vida, por qué negarlo, pero un sueño que no podía permitirse.