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Capítulo 25

Para Phillip y Tanya el resto del viaje por California resultó muy extraño. Se pasaron la mayor parte del tiempo mirándose el uno al otro por encima de las cabezas de los niños y sonriendo. Habían descubierto una magia insólita, algo que llevaban compartiendo mucho tiempo y de lo que no se habían percatado hasta entonces. Pero ahora que había salido a la luz, ninguno de los dos quería oponer resistencia. No había modo de volver atrás y de ocultar lo que ambos finalmente habían descubierto y habían reconocido. Estaba ahí, expuesto a la luz del día y brillando con toda su fuerza.

Dieron largos paseos por las playas de San Diego; los niños delante, ellos un poco rezagados, mojándose los pies con las olas y recogiendo conchas de la orilla.

– Te quiero, Tanya -dijo Phillip suavemente con aquel acento que ya le resultaba tan familiar.

Tanya había estado absolutamente convencida de que ningún hombre volvería a dirigirle jamás esas palabras. Y convencida también de no querer oírlas.

– Yo también te quiero.

Pero no sabía qué hacer con aquel amor. Durante el viaje de vuelta a casa, ambos estuvieron pensando en ello en silencio.

Las hijas de Tanya parecieron no darse cuenta de la transformación que había experimentado su madre durante el viaje. Cuando llegó Jason, se fueron todos juntos a Tahoe. Una vez allí, por fin los tres chicos se fijaron en que estaba ocurriendo algo nuevo entre su madre y Phillip. Hasta entonces, habían creído firmemente que solo les unía el trabajo. Aunque a los tres les gustaba Phillip, sabían que el director y sus hijos volvían a Inglaterra en un par de semanas y veían claro lo complicada que era la situación.

Una noche, Phillip pidió abiertamente a Tanya que se fuera con ellos a Inglaterra, pero ella le explicó que no podía hacerlo. Tenía unos hijos y una vida.

– No puedo dejar a los chicos -sentenció.

Phillip no podía quedarse en Estados Unidos, puesto que solo tenía un permiso de trabajo temporal durante el rodaje. Ahora que la película había terminado, tenía que regresar. Estarían separados por casi diez mil kilómetros de distancia. El destino les había jugado una mala pasada.

Una noche, mientras cenaban, Molly comentó que tenía ganas de pasar un semestre en la Universidad en Florencia. Tanya y Phillip se miraron el uno al otro y ambos tuvieron la misma idea. Esperaron a que sus hijos estuvieran dormidos y, cuando Phillip empezó a hablar, Tanya tenía claro lo que iba a preguntarle.

– ¿Querrías vivir conmigo en Italia durante un año mientras decidimos qué hacer con nuestra vida?

Uno de los dos iba a tener que mudarse y era demasiado pronto para decidirlo. Después de seis meses trabajando juntos se conocían muy bien, pero les quedaba mucho por descubrir, cosas que ambos habían olvidado y habían creído perdidas para siempre. Hasta entonces.

– Mis hijos no volverán a Marin hasta las vacaciones de Acción de Gracias -explicó Tanya a Phillip-. Cuando se vayan a la universidad en septiembre, podría ir a Inglaterra y estar contigo un par de meses. Desde allí tal vez podríamos buscar una casa cerca de Florencia. Si Molly va a la Universidad de Florencia el semestre después de Navidad, estaríamos cerca. Incluso podría vivir con nosotros. Y quizá Megan quiera ir también.

Jason no tenía mucho interés en estudiar en Europa, pero lo cierto era que tampoco dependía tanto de Tanya como sus hermanas. Además, para no interrumpir su vida académica, podría visitarlas durante las vacaciones.

– ¿Vendrías aquí conmigo en Navidad? -preguntó ella.

– ¿Por qué no? Tengo algunos puntos para volar gratis que tendría que amortizar -replicó Phillip con los ojos brillantes de emoción.

Había una solución y la estaban descubriendo juntos. Era como hacer un puzzle, como cuando lo que unos días atrás carece totalmente de sentido, empieza a encajar y se empieza a ver el cielo a través de los árboles.

– Podrías venir conmigo a Inglaterra hasta las vacaciones de Acción de Gracias y buscaríamos una casa en Italia. Luego yo iría contigo para Acción de Gracias y Navidad, y en enero nos instalaríamos en Italia, a tiempo para el comienzo de las clases de Molly. Podríamos quedarnos hasta el verano o durante el resto del año si nos gusta. Es un buen encaje de bolillos, ¿no? Creo que podría salir bien. Tendremos un año entero para ver qué pasa y para entonces ya sabremos qué hacer, ¿verdad?

Phillip la miró con cautela y Tanya se echó a reír.

– Me parece que acabamos de cuadrar el próximo año de nuestras vidas. Tal vez se nos ocurra una nueva película para hacer juntos. Durante este próximo año, pueden suceder muchas cosas, Phillip. Acaba de pasarnos algo increíble. Nos hemos enamorado, o al menos hemos aceptado lo que debió ocurrir hace ya varios meses pero no pudimos ver porque estábamos trabajando sin descanso. Ahora acabamos de organizar doce meses, o casi dieciocho, en los que poder vivir juntos. Me parece que somos unos hachas encontrando soluciones.

Había, claro está, algunas cuestiones que quedaban por resolver: encontrar una casa en Italia o las visitas a Santa Bárbara para ver a Megan en caso de que no quisiera irse con Molly, por ejemplo. No era un plan perfecto, pero podía funcionar. Estaba plagado de riesgos, como la vida misma. Pero ¿y si salía bien? ¿Qué más podían pedir? En la vida no hay nunca nada seguro ni nadie puede saber qué sucederá. No había garantías de que no les alcanzara una tragedia o el caos. Pero estando juntos, tenían muchas posibilidades de que las cosas fueran bien. No había nada que no pudieran lograr con amor, paciencia y valentía, máxime cuando ambos querían intentarlo.

Phillip rodeó a Tanya con los brazos y la atrajo hacia sí. Ella sintió su calidez, como siempre.

– No puedo creer que nos esté pasando esto, Tanya. Jamás pensé que volvería a enamorarme.

– Yo tampoco -dijo Tanya con dulzura.

Después, con sinceridad, añadió:

– Aunque la verdad es que tampoco quería. No quería volver a jugármela.

– Y ahora ¿qué opinas? -preguntó él con preocupación y ternura a la vez.

– No creo que tengamos elección. Creo que esta vez la decisión no la hemos tomado nosotros, así que hay que confiar y dejarse llevar. A veces, al emprender un camino, no se puede ver el final, pero hay que seguirlo.

Y eso era lo que estaban haciendo, arriesgándose juntos, solucionando los problemas, enfrentándose a los obstáculos, asumiendo los desafíos uno a uno.

– Yo siento que todo va bien, Tanya.

Y ella sentía lo mismo. No sabía cómo explicarlo o cómo justificarlo, pero sentía que todo estaba increíblemente bien por primera vez en mucho tiempo. Todo había cobrado sentido para ambos.

No había ningún indicio de que las cosas fueran a salir mal, aunque tampoco la garantía de que salieran bien. Solo les quedaba la confianza y ambos, a la vez, habían decidido dar alas a esa fe. Parecía imposible que hubiera tal coincidencia, pero así era: ambos se habían enamorado, lo habían confesado, habían organizado un plan y habían encontrado una solución a sus problemas, todo a la vez. Mucho más difícil que aterrizar un Boeing en el pico de una montaña. Pero lo habían conseguido o, por lo menos, iban camino de hacerlo. Luego llegaría el día a día, pero en ese momento, solo necesitaban continuar por el camino que habían iniciado y tener un poco de suerte.