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– Sí, nunca se olvidaba.

Ninguna de las dos se daba cuenta de que hablaban tanto en presente como en pasado cuando se referían a él. Para ellas era natural.

– ¿Cómo está Pappa?

– Siempre quejándose.

– Normal -comentó Minnie y ambas se echaron a reír-. ¿Y Charlie?

Netta dejó escapar un gemido al oír el nombre de su hijo menor.

– Es un chico malo. Cree que ya es un hombre porque llega tarde por las noches, bebe demasiado y frecuenta demasiadas chicas.

– De lo más normal en un joven de dieciocho años -repuso Minnie, con suavidad.

De hecho, ella también se había inquietado un poco a causa de los hábitos exuberantes de su joven cuñado, pero había evitado mencionarlo por la tranquilidad de Netta.

– Se comportaba mejor cuando estaba enamorado de ti -se lamentó la madre.

– Mamma, no estaba enamorado de mí. Recuerda que tiene dieciocho años y yo treinta y dos. Sólo fue una ilusión ingenua, propia de la adolescencia, que me encargué de apaciguar; al menos eso espero. Y naturalmente que no me interesa en ese aspecto.

– Ningún hombre te interesa. Eso no es normal. Eres una hermosa mujer.

– Soy una viuda.

– Llevas siéndolo demasiado tiempo. Ya es hora de cambiar.

– ¿Y lo dice mi suegra?

– No, una mujer que habla a otra mujer. Hace cuatro años que eres viuda y todavía no te interesas por un hombre. ¡Scandaloso!

– No es del todo cierto que no haya habido hombres en mi vida -dijo Minnie, con cautela-. Y lo sabes bien porque vives en la misma finca.

– De acuerdo, los veo entrar y los veo salir. Pero no veo que se queden.

– No los invito a quedarse -dijo Minnie con calma.

– La esposa de ningún hombre podría ser mejor que la que tuvo Gianni -puntualizó al tiempo que la abrazaba-. Ahora es tiempo de que pienses en ti. Necesitas un hombre en tu vida, en tu cama.

– Netta, por favor…

– A tu edad yo tenía…

– Un marido y cinco hijos -le recordó Minnie.

– Es cierto, pero… bueno, eso fue hace mucho tiempo.

– Estoy muy bien sin un hombre -insistió Minnie.

– Tonterías. Ninguna mujer es feliz sin un hombre.

– Y si quisiera uno, no sería Charlie. No soy una asaltacunas.

– Desde luego que no. Pero puedes hacer que te escuche. ¿Dónde ha ido esta noche? No lo sé. Aunque podría asegurar que anda en malas compañías.

– Y yo estoy segura de que cuando llegues a casa lo encontrarás con una expresión de niño tímido y culpable.

– Entonces me voy. Y le diré que debería avergonzarse por preocupar a su madre de esta manera.

– Yo también se lo diré. Vamos, te acompaño.

El hogar de Minnie se encontraba en la tercera planta y daba al patio. Algunos de los otros pisos también estaban ocupados por miembros de la familia Manfredi, porque siempre les había gustado vivir en cercanía. Luego subieron la escalera de hierro que recorría la fachada del edificio que daba al patio y llegaron a la cuarta planta, donde estaba el piso que Netta compartía con su marido, su hermano y Charlie, el hijo menor que, por cierto, no estaba en casa.

– Pronto llegará. Está probando sus alas, como todos los jóvenes.

Minnie besó a su suegra y volvió a su pequeño apartamento. Como siempre, estaba muy silencioso. Desde el día que su joven marido había muerto en sus brazos.

De pronto, se sintió muy cansada. La charla con Netta le había hecho recordar cosas en las que normalmente intentaba no pensar.

Minnie sonrió a la fotografía de Gianni para encontrar el consuelo que siempre sentía al mirarlo. Sin embargo, esa vez no lo consiguió.

La mesa de la cocina estaba llena de papeles. Sin mayor entusiasmo, se sentó con la intención de acabar su trabajo pero, incapaz de concentrarse, fue un alivio oír el timbre del teléfono.

– ¡Charlie! La Mamma está preocupada por ti. ¿Dónde te has metido? ¿Dónde?

CAPÍTULO 2

CUANDO Minerva entró precipitadamente en la comisaría, el joven agente la miró con admiración.

– Buona notte. Siempre es un placer verla por aquí, signora.

– Ten cuidado, Rico -le advirtió Minerva-. Esa observación puede ser interpretada como un recordatorio de que mis familiares siempre se buscan problemas con la policía. Y eso se llama hostigamiento.

– No, sólo decía que siempre que la veo está más bonita que la vez anterior.

Minnie se echó a reír. Le agradaba Rico, un joven ingenuo, recién llegado del campo y todavía abrumado por su designación a Roma. Todo lo miraba con los ojos muy abiertos, incluso a ella.

– ¿Siempre?

– Bueno, cada vez que uno de sus parientes se busca un lío. No sé cómo una abogada tan importante como usted puede estar emparentada con tantos delincuentes.

– Basta -dijo con severidad-. Puede que algunos sean un poco rebeldes, pero nunca violentos.

– Me atrevería a decir que el signor Charlie ha intervenido en una pelea a juzgar por su aspecto. Su camisa está desgarrada y con manchas de sangre. Y el tipo que lo acompaña se encuentra en peor estado. Es grande y con una cara desagradable. Un mal hombre. No tiene documentación. Ni carné de identidad ni pasaporte.

– Bueno, no siempre llevamos el pasaporte en el bolsillo.

– Pero ese hombre habla italiano con acento. Creo que es inglés -cuchicheó, horrorizado.

– Mi madre también lo era -replicó Minnie, tajante-. No es un delito que merezca la horca.

– Pero no tiene documentación y se niega a decirnos dónde vive, así que es posible que duerma en la calle. Está muy borracho.

– ¿Y se peleó con Charlie?

– No, creo que estaban en el mismo bando, aunque es difícil asegurarlo porque su hermano también está muy ebrio.

– ¿Dónde se encuentra?

– En una celda con el otro. Creo que le tiene miedo. No dirá una palabra en su contra.

– ¿Y ese tipo tiene nombre?

– Se niega a dar su nombre, aunque Charlie lo llama Lucio. La acompañaré a la celda.

Minerva conocía el camino, acostumbrada como estaba a sacar a un pariente del calabozo de la comisaría cuando alguna vez se veía envuelto en un lío. Incluso así, se quedó espantada al ver el aspecto sucio y magullado de su joven cuñado, sentado contra la pared y dormitando.

Rico había olvidado la llave de la celda, así que tuvo que regresar a buscarla. Minnie se quedó mirando a Charlie y al otro hombre que, efectivamente, estaba en peor estado. Era como si hubiese peleado con diez hombres a la vez. Alto, atlético, con la barba crecida, parecía ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a cualquier cantidad de adversarios. Al igual que su cuñado, su camisa estaba desgarrada y tenía la cara magullada y un corte en una ceja. Aunque, a diferencia de Charlie, no parecía abrumado por lo sucedido.

Así que ése era Lucio, un hombre habituado a utilizar la fuerza de sus puños para conseguir lo que quería. Minerva se estremeció de repugnancia.

Charlie despertó a medias. Tras frotarse los ojos, se inclinó con las manos entre las rodillas y bajó la cabeza con un gesto de desaliento. Lucio se sentó junto a él y, con una mano en el hombro, lo zarandeó con suavidad. Charlie dijo algo que ella no pudo oír y Lucio respondió en voz baja, aunque Minnie notó que le hablaba en un tono comedido. Y entonces sonrió. Un gesto que sorprendió a Minerva. Era una sonrisa maliciosa, burlona y amable que conmovió al chico.

Rico volvió con la llave.

– Lo dejaré salir y podrán hablar en la sala de reuniones, lejos de ese otro.

Al oír el sonido de la llave en la cerradura, los hombres alzaron la vista.

– Signor Manfredi, su hermana se encuentra aquí. Y también su abogada -anunció tras abrir la puerta de la celda. Y luego añadió con la intención de mostrarse ingenioso-: Han venido juntas.