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– Tiene razón. ¿Puedo entrar en su habitación?

– Sí. Traje la tarjeta que abre la puerta -dijo mientras la sacaba del bolsillo trasero del pantalón y le daba el código-. Está en la tercera planta.

– No puedo creer lo que estoy haciendo -murmuró ella.

– Intente olvidar que soy la encarnación del demonio.

Charlie paseó la mirada del uno al otro, totalmente desconcertado.

– Explíqueselo a Charlie cuando me haya marchado -dijo Minerva al tiempo que Rico le abría la puerta de la celda.

Más tarde y bufando de rabia, cruzó el Ponte Sisto en dirección al hotel Contini.

Durante años había estado furiosa. El antiguo propietario de la Residenza era un malvado que siempre se había opuesto a gastar dinero en reparar la finca. Cuando Minerva había hecho caer sobre él todo el peso de la ley, siempre había encontrado la manera de escapar mañosamente. Y más tarde, justo cuando pensaba que lo tenía acorralado, el infame había cedido la propiedad a Luke Cayman; así que ella había tenido que volver a empezar. Minerva no sabía si estaba más enfadada con él o con Luke Cayman. Y en ese momento, el mero hecho de tener que defender al enemigo era suficiente para hacerla explotar.

Empezaba a amanecer y la ciudad se cubría de un fino manto de niebla. En la distancia, distinguió el inmenso y lujoso palazzo, convertido en el hotel Contini. Apenas podía creer que el rufián que había dejado en la celda realmente se hospedara allí.

Afortunadamente, el recepcionista dormitaba y Minerva fue directamente a los ascensores. En la tercera planta encontró la habitación de Luke sin dificultad.

«Una estancia hecha para un hombre rico que decidió visitar los barrios pobres sólo para divertirse», pensó con irritación. Y mientras tanto, sus inquilinos vivían en una finca que se caía a pedazos.

Durante un instante, pensó en marcharse y dejar que se las arreglara solo. Sin embargo, su ética profesional ganó la batalla. Haría su trabajo.

Minerva eligió un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata de seda azul marino. Luego sacó de un cajón calcetines y ropa interior.

Tras meter la ropa en un bolso de viaje que encontró en el armario, abrió la caja fuerte, sacó el billetero y buscó el carné de identidad. Sí, estaba ahí junto a la fotografía de la joven más encantadora que alguna vez hubiera visto. Era maravillosamente alta, pensó Minerva fascinada, y su hermosa melena oscura caía hasta la cintura, lo que le confería un aire exótico y misterioso.

– ¿Quién eres? ¿Su esposa? ¿Su novia? ¿Su chica? Quienquiera que seas, no tienes derecho a ser tan hermosa -gruñó mientras guardaba la foto en el billetero, que metió en su bolso.

En ese momento, las campanas de San Pedro dieron las siete y se dio cuenta de que empezaba a amanecer con bastante rapidez.

Tenía que llamar a Netta pero, tras buscar en el bolso, se dio cuenta de que había dejado el móvil en casa. Sería una indiscreción utilizar el teléfono de la habitación, así que finalmente se decidió por el móvil de Luke y marcó el número de su suegra.

– ¿Netta? Ese chico tonto anoche bebió demasiado, se metió en una riña callejera y ahora está en la comisaría. No te preocupes. Lo sacaré de allí.

– Prométemelo, Minnie.

– No temas, sabes que no es la primera vez que lo hago. En todo caso, necesito que vayas allí con ropa limpia para que esté presentable en el tribunal. Le pondrán una multa y cuando lo lleves a casa podrás hacer que se arrepienta de haber nacido. Hasta pronto.

El teléfono empezó a sonar justo cuando iba a apagarlo.

– ¿Pronto?

Fue un acto reflejo y cuando la palabra salió de su boca se dio cuenta de lo que había hecho.

– ¿Scusi? -dijo una sorprendida voz de mujer-. ¿Es el número de Luke Cayman? ¿O tal vez me he equivocado?

– No, es su número. Ahora, si me permite explicarle…

– Querida, no hace falta que expliques nada -dijo la voz en un tono encantador-. Comprendo perfectamente bien. Debo disculparme por haber llamado tan temprano, pero no me di cuenta de la hora que es. Hazme el favor de decirle a Luke que llame a su madre cuando disponga de unos minutos.

– Sí… sí, se lo diré -tartamudeó Minnie-. Aunque me temo que… no podrá hacerlo de inmediato porque…

– Me parece muy bien -la interrumpió la madre alegremente-. Yo también fui joven una vez. Estoy segura de que eres muy atractiva.

– Pero…

– Ciao -dijo antes de colgar el teléfono.

Así que la madre de Luke pensaba que ella era su chica, que salía de entre las sábanas tras una noche de pasión y que estaba a punto de repetir el desenfreno.

Minerva casi se puso a chillar del disgusto que sentía. Tras desconectar el móvil, salió apresuradamente de la habitación.

En la comisaría, Minerva enseñó el carné de identidad de Luke antes de ir a la celda.

– Hay un solo cargo por embriaguez y desorden en la vía pública. Supongo que no tiene otros antecedentes penales.

– Ninguno -le aseguró Luke.

– En un par de horas tendrá que comparecer ante el juez de paz. Le pondrá una multa y el asunto habrá concluido.

Luke miró el contenido del bolso que le había llevado.

– Esta ropa me hará parecer un ciudadano honorable, un pilar de la comunidad.

Sus rasgos se habían suavizado y había un brillo malicioso en sus ojos. Repentinamente, Minnie recordó las palabras de su madre y tuvo la horrible sensación de que estaba a punto de enrojecer.

– Lo veré en el tribunal -dijo antes de marcharse con dignidad.

Netta volvió a casa con Minnie para prepararle el desayuno mientras ella se duchaba.

– Bendita seas -dijo Minnie más tarde, envuelta en un albornoz de algodón al tiempo que se sentaba ante un tazón de muesli y zumo de fruta-. No te preocupes. Charlie estará bien.

– Lo sé. Te harás cargo de mi hijo como lo has hecho otras veces. Y también del otro joven tan agradable.

– ¿Agradable? No sabes nada de él.

– Rico me permitió entrar a la celda y los tres estuvimos charlando un rato. Me alegro de que lo ayudes también.

– No te dejes engañar, Netta. No te preocupes por ese tipo.

– Desde luego que me preocupo por el hombre que le salvó la vida a mi hijo -replicó la madre, escandalizada.

– ¡Salvarle la vida! ¡Que me ahorquen! No le creo una palabra.

– Fue Charlie quien lo dijo.

– Yo no confiaría en Charlie ni en el otro personaje. Seguro que ignoras que es nuestro nuevo propietario. El enemigo.

– No es nuestro enemigo, cara. Me explicó cómo había llegado a ser el dueño de una finca que no deseaba.

– Eso no lo convertirá en un casero mejor.

– Me dijo que creyó haberte ofendido y que se sentía desolado…

– ¿De veras?

– Le aseguré que le estaría eternamente agradecida por lo de Charlie y añadí que las puertas de mi casa estaban abiertas para él.

– Bien puedes decirlo, ya que es el dueño de toda la propiedad.

– Entonces todo está bien. Entablaremos una relación amistosa, él se encargará de las reparaciones y…

– Y doblará el alquiler.

– Si te muestras agradable con él, conseguirás llegar a un acuerdo.

– Netta, escúchame. Ese hombre es muy listo. Te ha engatusado para conseguir lo que se propone. Eres como un trozo de masilla en sus manos.

– Tal vez hace veinte años… -suspiró Netta. Minnie se esforzó por no sonreír.

– No digas eso. Es una forma de rendirse ante él.

– Tú deberías hacerlo. Un hombre como ése fue hecho para que una mujer se rinda ante él. O muchas.

– Tendrían que ser mujeres muy necias. Me gustaría saber exactamente qué pasó anoche.

– ¿Por qué eres tan dura con ese pobre hombre?

– Voy a vestirme para marcharnos cuanto antes -se limitó a responder Minnie para evitar una larga explicación.