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– No hace falta.

– Es una buena oportunidad para congraciarme con Netta.

– ¿No lo ha intentado ya?

– Eso la enfurece más que nada, ¿no es así? En su mundo ideal, ella tendría que odiarme tanto como usted.

– No lo odio, signor Cayman. Sencillamente me limito a pedir un trato justo con sus inquilinos.

– ¿Y usted no cree que lo recibirán?

– Verá, el tono de sus cartas no me inspiró ninguna confianza.

– Y el tono de las suyas me hizo pensar en una vieja arpía calzada con botas claveteadas.

Ella dejó escapar una risita malvada que Luke encontró extrañamente agradable.

– Y lo aplastaré con esas botas. Espere y verá.

Algo en el timbre de su voz hizo recordar a Luke las palabras de su madre. Tonterías. Hope había inventado aquello de la mujer apasionada para gastarle una broma. Y la autosugestión había hecho el resto.

– ¿Cuál es su oficina? -preguntó cuando llegaron a la Via Veneto.

– Ahí arriba, a la izquierda -dijo al tiempo que señalaba un lujoso edificio.

Luke quedó impresionado e hizo el resto del trayecto en pensativo silencio hasta que ella lo dejó en el hotel. Más tarde, cuando estaba en su habitación, sonó el teléfono.

Era Olympia, la joven que había perdido hacía sólo dos días, aunque a él le pareció que habían pasado dos años por todo lo que le había sucedido.

– Luke, ¿estás bien?

– Desde luego. No te preocupes por mí.

– Es que te marchaste tan repentinamente que no tuve oportunidad de despedirme de ti… y darte las gracias.

Su dulce voz, ligeramente ronca, le recordó que siempre lo dejaba extasiado y le pareció que eso también ya pertenecía al pasado.

– ¿Cómo está Pietro?

– Tan agradecido como yo por haber contribuido a unirnos.

– No intentes hacerme pasar por un noble perdedor -le rogó.

– Un noble y generoso perdedor.

– ¡Olympia, por favor!

Ella se echó a reír y, tras intercambiar algunas palabras más, él cortó la comunicación bastante relajado, con la sensación de que su corazón estaba a salvo.

Luego se quitó la ropa y fue a la ducha para sacarse de encima la opresiva atmósfera de la celda de la comisaría. Sus pensamientos estaban concentrados en la próxima batalla que libraría contra la signora Minerva y cómo se enfrentaría a ella. Le había sorprendido comprobar que era una mujer más joven y hermosa de lo que había pensado. Sin embargo, el instinto le dijo que también era más fuerte e impredecible.

En ese momento, Luke recordó lo que Charlie le había contado cuando ella se marchó al hotel y quedaron solos.

– Minnie y mi hermano Gianni se adoraban. No es la misma desde que él falleció.

– Entonces es viuda -comentó muy sorprendido.

– Sí, hace cuatro años. Y se mantiene así, y no por falta de proposiciones. Todos los hombres van tras ella. Incluso yo mismo.

– Pero eres demasiado joven.

– Eso es lo que dice Minnie. Aunque no sería tan diferente si yo fuera mayor. Lo que pasa es que no soy Gianni. Y él era su mundo. Cuando falleció, parte de ella murió con él.

Luke intentó congraciar ese retrato con la mujer vibrante que había conocido, y no lo logró. Sin embargo, guardó la información en su mente para su futura campaña. Podría serle útil.

Incluso si no hubiera sabido dónde se hallaba la Residenza, Luke habría distinguido desde lejos el lugar en que se celebraba la fiesta.

Las luces del patio, así como las de toda la finca, estaban encendidas e iluminaban la calle. Eso le hizo recordar la Villa Rinucci de Nápoles, su hogar de tantos años, desde que Hope se casó con Toni Rinucci. Estaba enclavada en una colina y por las noches sus luces se veían desde lejos, incluso iluminaban el mar.

Claro que había una gran diferencia entre la lujosa mansión y esa gran casa de vecindad venida a menos. Por eso lo desconcertó experimentar en ese patio la misma sensación de agrado que sentía en la villa.

«Seguro que es por las luces, que siempre proporcionan una sensación de cálida acogida», pensó Luke al tiempo que entraba sonriente mientras que, a sus espaldas, el taxista resoplaba bajo el peso de su contribución a la fiesta.

Cuando Netta lo llamó desde una ventana, él indicó las cajas de vino y cerveza. De inmediato se escucharon vítores de alegría y varios jóvenes bajaron ruidosamente la escalera y se llevaron a Luke junto con las cajas.

Netta lo abrazó efusivamente. Esa mañana había visto a la familia en el tribunal, pero en ese momento pudo saludarlos a todos. A Alessandro, Benito y Gasparo, que eran los hermanos de Charlie; Matteo, el hermano de Netta, su esposa Angelina y sus cinco niños. Tomaso, el marido de Netta, le dio unos golpecitos en la espalda y lo aclamó como un salvador mientras varios tíos y tías mayores intentaban acercarse a él. En un momento dado, Luke pensó que el pequeño apartamento se desplomaría con tanta gente como la que había allí.

Sin embargo, por más que la buscó con los ojos, no pudo localizar a Minnie.

Charlie se acercó a él para ofrecerle una copa.

– Gracias, pero ahora ha de ser zumo de naranja. Esta noche no voy a correr riesgos.

– Vamos, toma una cerveza.

– No lo presiones, Charlie -dijo una voz femenina-. No quiere acabar como anoche ni cargar contigo otra vez.

Era ella, arreglada tan vistosamente que lo dejó sorprendido. Llevaba unos pantalones de color púrpura que se ajustaban perfectamente a sus caderas y una blusa de seda de un extravagante color rosa. El efecto era sensacional. Se había peinado hacia atrás y su cara, despejada de cabellos, realzaba su delicada estructura ósea y blanca tez. Parecía una persona totalmente diferente a la austera letrada de la mañana.

– Gracias por venir a salvarme.

Ella se echó a reír.

– Me figuro que una ración doble de Charlie en un día es más de lo que el hombre más sólido podría soportar. Le traeré un zumo de naranja.

Minerva volvió con el zumo y tuvo que ir a atender a otro invitado. Luke la contempló, impresionado a su pesar por su esbelta figura. Era difícil conciliar a esa llameante criatura con la mujer que había muerto con su marido, según palabras de Charlie.

La habitación se llenaba cada vez más a medida que llegaban los invitados. Algunos lo miraban con curiosidad y Luke adivinó que todo el mundo ya estaba enterado de su identidad. Pronto se vio envuelto en innumerables presentaciones y no le pasó por alto el hecho de que todas las jóvenes intentaban coquetear con él.

De pronto empezó la música. En ese espacio tan reducido parecía imposible que alguien pudiera bailar, pero ellos lograron lo que parecía tan poco probable.

Luke participó activamente en la fiesta hasta que empezó a sentir el cansancio de un día sin dormir. Aunque por ningún motivo iba a dejar pasar la oportunidad de alternar con sus inquilinos para facilitar la comunicación con ellos y, de paso, darse el gran placer de poner nerviosa a la signora Minerva.

Cuando tuvo un momento libre vio que Minnie pasaba junto a él.

– Tenemos que bailar-dijo al tiempo que le tomaba la mano.

– ¿Tenemos?

– Desde luego. Cuando dos países están en guerra es costumbre que los jefes de estado bailen juntos.

– Tengo entendido que eso sucede cuando la guerra ha terminado.

– Entonces vamos a establecer un precedente -dijo al tiempo que le enlazaba la cintura con el brazo.

– Muy bien -replicó ella-. Sólo por las apariencias.

Minerva alzó la vista y descubrió en su mirada una mezcla de ironía y de invitación a compartir la broma. «Al diablo con este hombre tan atractivo que podría hacerme bajar la guardia, aunque sólo fuera por un momento», pensó.

– ¿Cómo se encuentra ahora?

– Más humano y bastante más pobre -repuso Luke.