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– Es probable.

– Pues pide una orden de alejamiento -dijo Myron.

– Ya la he conseguido.

– ¿Entonces cuál es el problema? Contrata a un detective privado. Si se acerca a menos de cien metros de ella, telefonea a la policía.

– No es tan sencillo.

Norm miró hacia la pista. Los participantes en la sesión de fotos se movían como partículas en una olla cuando el agua llega al punto de ebullición. Myron bebió un sorbo de café. Un café para exquisitos. Hasta hacía un año nunca lo había probado. Un día entró en uno de esos cafés que estaban apareciendo en la ciudad como las películas malas en la televisión por cable. Ahora Myron no podía enfrentarse a una mañana sin una taza de café del bueno.

Hay una línea muy delgada entre la pausa para el café y una casa de crack.

– No sabemos dónde está -añadió Norm.

– ¿Perdón?

– Su padre -respondió Norm-. Ha desaparecido. Brenda no deja de mirar por encima del hombro aterrorizada.

– ¿Crees que el padre es un peligro para ella?

– Este tipo es el Gran Santini con esteroides. Él también jugaba al baloncesto. En la Conferencia Pacific-10, creo. Su nombre es…

– Horace Slaughter -le interrumpió Myron.

– ¿Lo conoces?

Myron asintió lentamente.

– Sí, lo conozco.

Norm observó su rostro.

– Eres demasiado joven para haber jugado con él.

Myron no dio ninguna explicación. Norm no captó la indirecta. Casi nunca lo hacía.

– ¿Cómo es que conoces a Horace Slaughter?

– No te preocupes -dijo Myron-. Dime por qué crees que Brenda Slaughter está en peligro.

– Ha recibido amenazas.

– ¿Qué clase de amenazas?

– De muerte.

– ¿No podrías ser un poco más específico?

El frenesí de la sesión fotográfica continuaba en marcha. Ataviadas con lo último de la marca Zoom, las modelos pasaban por un ciclo de poses, mohines, posturas y labios fruncidos. Venga a bailar. Alguien llamó a Ted, dónde demonios está Ted, esa prima donna, por qué Ted todavía no está vestido, Ted acabará por matarme, lo juro.

– Recibe llamadas telefónicas -prosiguió Norm-. Un coche la siguió. Ese tipo de cosas.

– ¿Qué quieres que haga?

– Vigilarla.

Myron meneó la cabeza.

– Aunque dijese que sí, cosa que no he hecho, dijiste que no está dispuesta a tolerar la presencia de guardaespaldas.

Norm sonrió y palmeó la rodilla de Myron.

– Ésta es la parte en que yo te pesco. Como un pez en el anzuelo.

– Una analogía original.

– En este momento, Brenda Slaughter no tiene agente.

Myron no dijo nada.

– ¿Se te ha comido la lengua el gato, guapo?

– Creía que había firmado un contrato exclusivo con Zoom.

– Estaba a punto de hacerlo cuando desapareció su viejo. Era su representante. Pero ella se lo quitó de encima. Ahora está sola. Confía en mi juicio, hasta cierto punto. Permíteme que te diga que esta chica no es ninguna tonta. Así que éste es mi plan: Brenda llegará aquí dentro de un par de minutos. Te recomendaré a ella. Ella dice hola. Tú dices hola. Luego le das con tu famoso encanto Bolitar.

Myron arqueó una ceja.

– ¿Con toda la fuerza?

– Cielos, no. No quiero ver a la pobre chica desnudarse.

– Presté juramento sobre que sólo utilizaría mis poderes para hacer el bien.

– Eso está muy bien, créeme.

Myron siguió sin estar convencido.

– Incluso si aceptase seguir con esta locura, ¿qué pasa con las noches? ¿Esperas que la vigile las veinticuatro horas del día?

– Por supuesto que no. Win te ayudará con esa parte.

– Win tiene cosas mejores que hacer.

– Dile a ese niño bonito que se trata de mí -dijo Norm-. No podrá negarse, me ama.

Un fotógrafo agitadísimo se acercó a la carrera hasta su altura. Llevaba perilla y el pelo rubio erizado como Sandy Duncan en un día libre. Ducharse no parecía ser aquí una prioridad. Suspiró varias veces, para asegurarse de que todos en la vecindad supiesen que era importante y le estaban dejando de lado.

– ¿Dónde está Brenda? -gimoteó.

– Aquí mismo.

Myron se giró hacia una voz como la miel tibia en los creps de los domingos. Con su paso largo y decidido -no el paso tímido de la chica demasiado alta o el desagradable pavoneo de las modelos-, Brenda Slaughter entró en la pista como un frente cálido de los que muestra el Meteosat. Era muy alta, más de un metro ochenta, con la piel del color del Mocha Java con una generosa cantidad de leche desnatada que Myron tomaba en el Starbucks. Vestía unos vaqueros descoloridos que se ajustaban deliciosamente pero sin ninguna obscenidad, y un suéter de esquiador que te hacía pensar en mimitos en el interior de una cabaña de troncos cubierta por la nieve.

Myron apenas consiguió reprimir un «tía buena» en voz alta.

Brenda Slaughter no era una belleza excepcional, sino más bien eléctrica. El aire a su alrededor crepitaba. Era demasiado alta y tenía los hombros demasiado anchos para ser modelo. Myron conocía a algunas modelos profesionales. Siempre estaban intentando ligar con él -las ganas- y eran ridículamente flacas, construidas como cordeles con globos de helio en la parte superior. Brenda no era ningún esqueleto. Notabas la fortaleza en ella, la sustancia, el poder, una fuerza si quieres, y sin embargo todo era femenino, sea lo que fuere lo que eso signifique, y de un atractivo irresistible.

Norm se inclinó para susurrar:

– ¿Ves por qué es nuestra chica del calendario?

Myron asintió.

Norm se bajó de la silla de un salto.

– Brenda, cariño, ven aquí. Quiero presentarte a alguien.

Los grandes ojos castaños encontraron a los de Myron, y hubo un titubeo. Esbozó una sonrisa y se le acercó. Myron se levantó, el eterno caballero. Brenda caminó en línea recta hacia él y le tendió la mano. Él se la estrechó. Su apretón era fuerte. Ahora que ambos estaban de pie, Myron vio que él le sacaba tres o cuatro centímetros. Eso la situaba en el metro ochenta y cinco, quizá metro ochenta y ocho.

– Bueno, bueno -dijo Brenda-. Myron Bolitar.

Norm hizo un gesto como si los estuviese empujando para que se acercasen.

– ¿Vosotros dos os conocéis?

– Oh, estoy segura de que el señor Bolitar no se acuerda de mí -contestó Brenda-. Fue hace mucho tiempo.

A Myron sólo le llevó unos pocos segundos. Su cerebro comprendió de inmediato que de haber conocido a Brenda Slaughter antes, sin duda lo recordaría. El hecho de que no lo recordase significaba que su anterior encuentro había sido en circunstancias muy diferentes.

– Solías esperar junto a la pista -dijo Myron-. Con tu padre. Debías de tener unos cinco o seis años.

– Y tú acababas de entrar en el instituto -añadió ella-. El único chico blanco que nunca faltaba. Conseguiste que el equipo de Livingston High fuera campeón del estado, jugaste en la All-American Basketball Alliance al entrar en Duke, te escogieron para los Celtics en primera ronda…

Su voz se detuvo. Myron ya estaba habituado.

– Me halaga que lo recuerdes -dijo.

Ya la estaba hechizando con su encanto.

– Crecí viéndote jugar -continuó ella-. Mi padre siguió tu carrera como si fueses su propio hijo. Cuando te lesionaste…

Ella se interrumpió de nuevo, y apretó los labios.

Él sonrió para demostrar que comprendía y apreciaba el sentimiento.

Norm se apresuró a romper el silencio.

– Pues Myron es ahora agente deportivo. Uno muy bueno. En mi opinión, el mejor. Justo, honesto, fiel como nadie… -Norm se interrumpió de golpe-. ¿Acabo de utilizar esas palabras para describir a un agente deportivo?

Meneó la cabeza.

El Sandy Duncan con perilla apareció de nuevo. Habló con un acento francés que sonaba tan real como el de Pepe la Mofeta.

– Monsieur Zuckermahn.