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– Oui -respondió Norm.

– Necesito su ayuda, s'il vous plaît.

– Oui -dijo Norm.

Myron estuvo tentado de pedir un intérprete.

– Vosotros dos sentaos -dijo Norm-. Tengo que ocuparme de un asunto. -Palmeó las sillas vacías para dejar bien clara su intención-. Myron va a ayudarme a montar la liga. Algo así como un consultor. Así que habla con él, Brenda. De tu carrera, tu futuro, de lo que sea. Será un buen agente para ti. -Le dedicó un guiño a Myron. Sutil.

Cuando Norm se marchó, Brenda se sentó en la silla contigua.

– ¿Así que todo eso es verdad? -preguntó.

– Una parte -dijo Myron.

– ¿Qué parte?

– Que me gustaría ser tu agente. Pero en realidad no es por eso por lo que estoy aquí.

– ¿Ah, no?

– Norm está preocupado por ti. Quiere que te vigile.

– ¿Que me vigiles?

Myron asintió.

– Cree que estás en peligro.

Ella apretó las mandíbulas.

– Le dije que no quiero vigilancia.

– Lo sé -admitió Myron-. Se supone que debo hacerlo en secreto.

– ¿Entonces por qué me lo dices?

– No soy muy bueno guardando secretos.

Ella asintió.

– ¿Y?

– Si voy a ser tu agente, creo que no es muy útil para nuestra relación comenzar con una mentira.

Ella se echó hacia atrás y cruzó sus piernas, más largas que la cola en la Dirección General de Tráfico a la hora de la comida.

– ¿Qué más te pidió Norm que hicieses?

– Que ponga en marcha mi encanto.

Ella parpadeó.

– No te preocupes -añadió Myron-. Presté un solemne juramento de que sólo lo utilizaré para el bien.

– Suerte que tengo.

Brenda acercó un largo dedo al rostro y se dio varios golpecitos en la barbilla.

– Bueno -dijo por fin-. Así que Norm cree que necesito una niñera.

Myron levantó las manos e hizo su mejor imitación de Norm.

– ¿Quién ha dicho nada de una niñera? -Era mejor que su Hombre Elefante, pero nadie corrió a llamar a Rich Little.

Ella sonrió.

– De acuerdo -asintió con un gesto-. Acepto el trato.

– Estoy agradablemente sorprendido.

– Pues no deberías sorprenderte. Si no lo hago, Norm podría contratar a algún otro que quizá no fuese tan sincero. De esta manera sé las reglas del juego.

– Tiene sentido -dijo Myron.

– Pero hay condiciones.

– Ya lo suponía.

– Poder hacer lo que quiera cuando lo desee. No va a ser un cheque en blanco para invadir mi intimidad.

– Por supuesto.

– Si te digo que te pierdas un rato, tú preguntas hasta dónde te pierdes.

– Correcto.

– Y nada de espiarme sin que yo lo sepa -añadió. -Vale.

– Te mantienes fuera de mis asuntos.

– Aceptado.

– Si paso la noche fuera, no dices ni una palabra.

– Mudo.

– Si escojo participar en una orgía con pigmeos, no dices nada.

– ¿Puedo mirar al menos? -inquirió Myron.

Eso produjo una sonrisa.

– No pretendo parecer difícil, pero ya he tenido demasiadas figuras paternas en mi vida. Quiero que quede bien claro que no vamos a estar juntos las veinticuatro horas del día o nada parecido. Ésta no es una película con Whitney Houston y Kevin Costner.

– Algunos aseguran que tengo cierto parecido a Kevin Costner.

Myron le dedicó una rápida imitación de aquella sonrisa cínica y traviesa, a lo Bull Durham.

Ella lo miró de pies a cabeza.

– Sí, quizás en la línea del pelo.

Ay. En mitad de la cancha, Sandy Duncan con perilla comenzó a llamar de nuevo a Ted. Su comitiva le imitó. El nombre de Ted rebotó en la cancha como bolas de plastilina.

– ¿Entendido?

– Perfectamente -dijo Myron. Se removió en la silla-. ¿Y ahora quieres explicarme qué está pasando?

Ted -tenía que ser un tío llamado Ted- hizo su entrada triunfal por la derecha. Llevaba sólo un pantalón corto marca Zoom y su abdomen estaba cincelado como un mapa en relieve hecho en mármol. Tenía unos veinte y pocos años, guapo al estilo de los modelos y entrecerraba los ojos como un guardia de prisión. Mientras avanzaba contoneándose hacia la pista, no dejaba de pasarse las manos por su pelo negro azulado al estilo de Superman, el movimiento aumentaba su pecho y estrechaba su cintura, dejando a la vista las axilas afeitadas.

– Un gallito gilipollas -murmuró Brenda.

– Un comentario del todo injusto -señaló Myron-. Quizás es un erudito de Fulbright.

– He trabajado antes con él. Si Dios le diese un segundo cerebro, moriría de soledad. -Su mirada se dirigió a Myron-. Hay una cosa que no entiendo.

– ¿Qué?

– ¿Por qué tú? Eres un agente deportivo. ¿Por qué Norm te pediría que fueses mi guardaespaldas?

– Solía trabajar… -se interrumpió para mover la mano en un gesto vago-, para el gobierno.

– Nunca lo oí mencionar.

– Es otro secreto.

– Los secretos no duran mucho contigo, Myron.

– Puedes confiar en mí.

Ella se lo pensó.

– Bueno, eres un blanco que conseguía saltar -dijo-. Supongo que si podías hacer eso, quizá puedas también ser un agente deportivo de confianza.

Myron se echó a reír, y después mantuvieron un incómodo silencio. Él irrumpió con una nueva pregunta.

– ¿Quieres hablarme de las amenazas?

– No hay gran cosa que decir.

– ¿Es todo invención de Norm?

Brenda no respondió. Uno de los maquilladores aplicó aceite en el pecho lampiño de Ted, que continuaba mirando a la multitud con su expresión de tipo duro. Demasiadas películas de Clint Eastwood. Ted apretó los puños y continuó flexionando los pectorales. Myron decidió que podía dejarse de rodeos y comenzar a odiar a Ted ya mismo.

Brenda permaneció en silencio. Myron decidió enfocar el tema por otro lado.

– ¿Dónde vives ahora? -preguntó.

– En una de las residencias de la Universidad de Reston.

– ¿Todavía vas a la facultad?

– A la de medicina. Cuarto año. Acabo de conseguir una prórroga para jugar al baloncesto profesional.

Myron asintió.

– ¿Has escogido especialidad?

– Pediatría.

Él asintió de nuevo y decidió aprovechar la coyuntura.

– Tu padre debe estar muy orgulloso de ti.

Una sombra cruzó su rostro.

– Sí, supongo. -Comenzó a levantarse-. Será mejor que me vaya a cambiar para la sesión.

– ¿No querrías explicarme antes qué está pasando?

Ella permaneció en su asiento.

– Papá ha desaparecido.

– ¿Desde cuándo?

– Hace una semana.

– ¿Fue entonces cuando comenzaron las amenazas?

Brenda eludió la respuesta.

– ¿Quieres ayudarme? Encuentra a mi padre.

– ¿Es él quien te está amenazando?

– No te preocupes por las amenazas. A papá le gusta el control, Myron. La intimidación es sólo una herramienta más.

– No te entiendo.

– No tienes por qué entenderlo. Sois amigos, ¿no?

– ¿De tu padre? Hace más de diez años que no veo a Horace.

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó ella.

Las palabras, por no mencionar el tono amargo, le sorprendieron.

– ¿Qué se supone que quieres decir con eso?

– ¿Todavía le aprecias?

Myron no tuvo que pensárselo.

– Sabes de sobra que sí.

Ella asintió y se levantó de un salto.

– Tiene problemas -dijo-. Encuéntralo.

2

Brenda reapareció con un pantalón corto de lycra Zoom y lo que se llama comúnmente un sostén deportivo. Era puras piernas, brazos, hombros, músculos y sustancia, y si bien las modelos profesionales miraron furiosas su tamaño (no su altura porque la mayoría de ellas también medían un metro ochenta), Myron pensó que destacaba como una brillante supernova junto a, bueno, unos entes gaseosos.