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Apuntó a Myron.

– Te estarás preguntando por qué te cuento todo esto.

Ahora las palabras de Wickner sonaban un poco chapurreadas. El cañón aún apuntaba a Myron, cada vez más grande, la boca oscura y furiosa que intentaba tragárselo entero.

– El pensamiento pasó por mi mente -dijo Myron.

Wickner sonrió. Después soltó un profundo suspiro, apuntó más bajo y comenzó de nuevo.

– Aquella noche no estaba de servicio. Tampoco Roy. Me llamó a casa y dijo que los Bradford necesitaban un favor. Le dije que los Bradford podían irse al infierno, que no era su servicio de seguridad personal. Pero era pura fanfarronería.

»En cualquier caso, Roy me dijo que me vistiese de uniforme y me encontrase con él en el Holiday Inn. Fui, por supuesto. Nos encontramos en el aparcamiento. Le pregunté a Roy qué pasaba. Me dijo que uno de los chicos Bradford la había vuelto a joder. Le pregunté: «¿Qué ha sido esta vez?». Roy respondió que no sabía los detalles. Un problema con una chica. Se había pasado de la raya o habían tomado demasiadas drogas. Algo así. Hay que entender que esto fue hace veinte años. Palabras como violación no existían entonces. Ibas a una habitación de hotel con un tipo, y digamos que recibías lo que buscabas. No lo estoy defendiendo. Sólo digo cómo era.

»Así que le pregunté qué se suponía que debíamos hacer. Roy dijo que sólo debíamos sellar el piso. Verás, había una boda en marcha y una gran convención. El lugar estaba lleno, y la habitación estaba en un lugar bastante público. Por lo tanto, necesitaban que nosotros mantuviésemos apartada a la gente para que ellos pudieran limpiar lo que fuese que hubiese allí. Roy y yo nos colocamos a cada extremo del pasillo. No me gustaba, pero en realidad no tenía otra alternativa. ¿Qué podía hacer, denunciarlos? Los Bradford ya me tenían enganchado. El pago por arreglar lo del suicidio saldría a la luz. Y también todo el resto. Y no sólo de mí, sino de mis compañeros en el cuerpo. Los polis reaccionan de una forma curiosa cuando se sienten amenazados. -Señaló al suelo-. Mira lo que Roy estaba dispuesto a hacerle a su propio compañero.

Myron asintió.

– Así que sellamos el piso. Entonces vi al supuesto experto en seguridad del viejo Bradford. Un tipejo siniestro. Me meé en los pantalones. Sam algo.

– Sam Richards -dijo Myron.

– Sí, correcto, Richards. Ese tipo. Me soltó el mismo rollo que ya había oído. Un problema con una chica. Nada de qué preocuparse. Él se encargaría de arreglarlo todo. La chica estaba un poco maltrecha, pero ellos se encargarían de atenderla y le pagarían. Todo desaparecería. Así son las cosas con los ricos. El dinero limpia cualquier suciedad. Así que lo primero que ese tipo, Sam, hace es llevarse a la chica. Se supone que no debo verlo. Se supone que debo quedarme al final del pasillo. Pero miré de todas maneras. Sam la había envuelto en una sábana y se la llevaba cargada al hombro como un bombero. Pero por una fracción de segundo miré su rostro. Y supe quién era. Anita Slaughter. Tenía los ojos cerrados. Colgaba sobre su hombro como un saco de patatas.

Wickner sacó un pañuelo a cuadros del bolsillo. Lo desplegó sin prisas y se limpió la nariz como si estuviese limpiando un guardabarros. Después lo plegó y lo guardó de nuevo en el bolsillo.

– No me gustó lo que vi -continuó-. Me acerqué a Roy y le dije que debíamos pararlo. Roy dijo: «¿Y cómo vamos explicar haber estado aquí? ¿Qué vamos a decir, que estábamos ayudando a Bradford a ocultar un delito menor?». Por supuesto tenía razón. No había nada que pudiésemos hacer. Así que volví al final del pasillo. Sam estaba de nuevo en la habitación. Le oí utilizar una aspiradora. Se tomó su tiempo y limpió toda la habitación. Continué diciéndome que no era nada importante. Sólo era una mujer negra de Newark. Joder, todas tomaban drogas, ¿no? Y era hermosa. Sin duda estaba de juerga con uno de los chicos Bradford y las cosas se salieron de madre. Quizá Sam iba a llevarla a algún lugar, buscarle ayuda y darle dinero. Tal como dijo. Así que miré cómo Sam acababa de limpiar. Le vi subir al coche. Y después le vi alejarse con Chance Bradford.

– ¿Chance? -repitió Myron-. ¿Chance Bradford estaba allí?

– Sí. Chance era el chico con problemas. -Wickner se echó hacia atrás. Miró el arma-. Y éste es el final de mi historia, Myron.

– Espera un momento. Anita Slaughter se alojó en aquel hotel con su hija. ¿La viste tú allí?

– No.

– ¿Tienes idea de dónde puede estar Brenda ahora?

– Lo más probable es que esté liada con los Bradford. Como su madre.

– Ayúdame a salvarla, Eli.

Wickner sacudió la cabeza.

– Estoy cansado, Myron. Y no tengo nada más que decir.

Eli Wickner levantó la escopeta.

– Acabará por saberse -dijo Myron-. Incluso si me matas no podrás taparlo todo.

Wickner asintió.

– Lo sé.

No bajó el arma.

– Mi teléfono está conectado -se apresuró a añadir Myron-. Mi amigo ha oído hasta la última palabra. Incluso si me matas…

– También sé eso, Myron. -Una lágrima brotó del ojo de Eli. Le arrojó a Myron una llave pequeña. Para las esposas-. Diles a todos que lo siento.

Después se llevó la escopeta a la boca.

Myron intentó saltar de la silla, la esposa lo retuvo: «¡No!», pero el sonido fue apagado por la detonación de la escopeta. Los murciélagos chillaron y remontaron el vuelo. Luego volvió a reinar el silencio.

33

Win llegó unos minutos más tarde. Miró los dos cadáveres y dijo:

– Muy bonito.

Myron no respondió.

– ¿Has tocado algo?

– Ya he limpiado todo el lugar -contestó Myron.

– Una petición -dijo Win.

Myron lo miró.

– La próxima vez que se dispare un arma en circunstancias similares di algo de inmediato. Un buen ejemplo podría ser: «No estoy muerto».

– La próxima vez -asintió Myron.

Salieron de la casa. Fueron hasta un supermercado cercano que abría las veinticuatro horas. Myron aparcó el Taurus y subió al Jaguar con Win.

– ¿Adónde vamos? -preguntó Win.

– ¿Oíste lo que Wickner dijo?

– Sí.

– ¿Qué has deducido?

– Todavía lo estoy procesando -respondió Win-. Pero es obvio que la respuesta está dentro de Bradford Farms.

– Probablemente, también Brenda.

Win asintió.

– Si es que todavía está viva.

– Pues es allí adonde debemos ir.

– ¿Rescatar a la rubia doncella de la torre?

– Si es que esta allí, es un gran sí. Y no podemos entrar disparando. Alguien podría asustarse y matarla. -Myron buscó su teléfono-. Arthur Bradford quiere que le ponga al día con las últimas noticias. Creo que le daré una. Ahora. En persona.

– Podría ser que intentasen matarte.

– Es ahí donde entras tú -señaló Myron.

Win sonrió.

– Mola.

Su palabra de la semana.

Entraron en la ruta 80 y fueron hacia el este.

– Deja que pelotee unos cuantos pensamientos contigo -dijo Myron.

Win asintió. Era un juego al que estaba acostumbrado.

– Esto es lo que sabemos -comenzó Myron-. Anita Slaughter es atacada. Tres semanas más tarde presencia el suicidio de Elizabeth Bradford. Pasan nueve meses. Luego huye de Horace. Vacía su cuenta bancaria, coge a su hija, y se oculta en el Holiday Inn. Es ahí donde las cosas comienzan a confundirse. Sabemos que Chance Bradford y Sam acaban allí. Sabemos que acaban llevándose a Anita herida del hotel. También sabemos que en algún momento antes Anita llama a Horace y le dice que recoja a Brenda…

Myron se interrumpió y miró a Win.

– ¿A qué hora sería eso?

– ¿Perdón?

– Anita llama a Horace para que recoja a Brenda. Tuvo que ser antes de que Sam entrase en escena, ¿correcto?