Выбрать главу

La mesa estaba vacía excepto por unas brillantes tijeras de podar«

Myron miró a Sam. Sam sonrió, con el arma en una mano.

– Deme por intimidado -dijo Myron.

Sam se encogió de hombros.

– ¿Dónde está Brenda? -preguntó Arthur.

– No lo sé -dijo Myron.

– ¿Y Anita? ¿Dónde está?

– ¿Por qué no se lo pregunta a Chance? -respondió Myron.

– ¿Qué?

Chance se irguió en el asiento.

– Está loco.

Arthur se levantó.

– No saldrá de aquí hasta que me dé por satisfecho de que no me oculta nada.

– De acuerdo -asintió Myron-. Entonces empecemos, Arthur. Verá, me he comportado como un tonto en todo este asunto. Me refiero a que las pistas estaban todas ahí. Las viejas escuchas telefónicas. Su enorme interés en todo esto. El primer ataque a Anita. La entrada en el apartamento de Horace para llevarse las cartas de Anita. Las crípticas llamadas diciéndole a Brenda que llamase a su madre. Sam cortándoles los tendones de Aquiles a aquellos chicos. El dinero de las becas. ¿Pero sabe qué fue lo que acabó por descubrirle?

Chance estaba a punto de decir algo, pero Arthur le hizo callar con un gesto. Se rascó la barbilla con el dedo índice.

– ¿Qué? -preguntó.

– La hora del suicidio de Elizabeth -manifestó Myron.

– No lo entiendo.

– La hora del suicidio -repitió Myron-, y lo más importante, el interés de su familia en cambiarla. ¿Por qué Elizabeth decidió matarse a las seis de la mañana, en el momento exacto en que Anita Slaughter entraba a trabajar? ¿Coincidencia? Quizás. Pero ¿entonces por qué se preocuparon tanto ustedes por cambiar la hora? Elizabeth bien podría haber tenido su accidente a las seis de la mañana como a medianoche. ¿Entonces por qué el cambio?

Arthur mantuvo la espalda recta.

– Dígamelo usted.

– Porque la hora no fue casual -dijo Myron-. Su esposa se suicidó cuando lo hizo y como lo hizo por una razón. Quería que Anita Slaughter la viera saltar.

Chance hizo un ruido.

– Eso es ridículo.

– Elizabeth estaba deprimida -continuó Myron con la mirada puesta en Arthur-. No lo dudo. Tampoco dudo de que una vez la amó. Pero aquello fue hace mucho tiempo. Dijo que ella no había estado bien en años. Tampoco lo dudo. Pero, tres semanas antes del suicidio, Anita fue atacada. Me dije que uno de ustedes le había pegado. Después pensé que quizás Horace lo había hecho. Pero las heridas más visibles eran rasguños. Rasguños muy profundos. Como los de un gato, dijo Wickner.

Myron observó a Arthur. El político parecía estar encogiéndose ante sus ojos, consumido por sus propios recuerdos.

– Su esposa fue quien atacó a Anita -prosiguió Myron-. Primero la atacó, y tres semanas más tarde, todavía desesperada, se suicidó delante de ella porque Anita estaba viviendo una aventura con su marido. Fue la última gota mental que la quebró, ¿no es así, Arthur? ¿Fue así cómo ocurrió? ¿Elizabeth los descubrió a los dos juntos? ¿Parecía estar tan ida que usted se descuidó?

Arthur se aclaró la garganta.

– Si quiere saber la verdad, sí. Fue así como ocurrió. Pero ¿y qué? ¿Qué tiene aquello que ver con el presente?

– ¿Cuánto tiempo duró su aventura con Anita?

– No veo la importancia que puede tener.

Myron lo miró durante un largo momento.

– Es un hombre malvado -declaró-. Fue criado por un hombre malvado, y hay mucho de él en usted. Ha causado muchos sufrimientos. Incluso mandó matar a personas. Pero éste no era u capricho, ¿verdad? Usted la amaba, ¿no es así, Arthur?

Bradford no dijo nada. Pero algo detrás de la fachada comenzó a hundirse.

– No sé cómo pasó -prosiguió Myron-. Quizás Anita quería dejar a Horace. O quizás usted la animó. No importa. Anita decidió fugarse y comenzar de cero. Dígame, ¿cuál era el plan, Arthur? ¿Iba a ponerle un apartamento? ¿Una casa fuera de la ciudad? Sin duda ningún Bradford iba a casarse con una criada negra de Newark.

Arthur soltó un sonido, mitad burla, mitad gemido.

– Sin duda -dijo.

– ¿Entonces qué pasó?

Sam permanecía varios pasos atrás, su mirada iba y venía de la puerta del sótano a Myron. De vez en cuando susurraba en la radio. Chance permanecía inmóvil, al mismo tiempo nervioso y reconfortado. Nervioso por lo que se estaba descubriendo; reconfortado porque creía que todo lo dicho nunca saldría de esa bodega. Quizá tenía razón.

– Anita era mi última esperanza -manifestó Arthur. Se dio un golpe con dos dedos en los labios y forzó una sonrisa-. Es irónico, ¿no le parece? Si vienes de un hogar desaventajado, puedes culpar al entorno por tus maneras pecaminosas. Pero ¿qué pasa si eres de una casa rica? ¿Qué pasa con aquellos educados para dominar a otros, para tomar lo que quieran? ¿Qué pasa con aquellos que son criados para creer que son especiales y que el resto de las personas no son más que adornos? ¿Qué pasa con esos chicos?

Myron asintió.

– La próxima vez que esté solo, lloraré por ellos.

Arthur rió.

– Muy justo. Pero se equivoca. Fui yo quien quería huir. No Anita. Sí, la amaba. Cuando estaba con ella, todo mi cuerpo y mi mente eran felices. No sé explicarlo de otra manera.

No necesitaba hacerlo. Myron pensó en Brenda. Y lo comprendió.

– Iba a dejar Bradford Farms -continuó el candidato-. Anita y yo íbamos a fugarnos juntos. Comenzar por nuestra cuenta. Escapar de esta prisión. -Sonrió de nuevo-. Ingenuo, ¿no le parece?

– ¿Entonces qué pasó? -preguntó Myron.

– Anita cambió de opinión.

– ¿Por qué?

– Había otro.

– ¿Quién?

– No lo sé. Se suponía que debíamos encontrarnos por la mañana, pero Anita nunca se presentó. Creí que quizá su marido le había hecho algo. Lo vigilé. Entonces recibí una nota de ella. Decía que necesitaba comenzar de cero. Sin mí. Me envió de vuelta el anillo.

– ¿Qué anillo?

– El que yo le había dado. Una alianza de compromiso no oficial.

Myron miró a Chance. Chance no dijo nada. Myron mantuvo su mirada en él por unos segundos más. Luego miró de nuevo a Arthur.

– Pero no renunció, ¿no?

– No.

– La buscó. Los teléfonos pinchados. Mantuvo los teléfonos pinchados durante todos estos años. Creía que Anita acabaría por llamar a su familia alguna vez. Usted quería poder rastrear la llamada cuando lo hiciese.

– Sí.

Myron tragó saliva y rogó para que no se le quebrase la voz.

– Después estaban los micrófonos en la habitación de Brenda. El dinero de las becas. Los tendones de Aquiles cortados.

Silencio.

Las lágrimas asomaron a los ojos de Myron. También a los de Arthur. Ambos hombres sabían lo que venía después. Myron insistió, esforzándose por mantener un tono tranquilo y firme.

– Los micrófonos estaban allí para poder vigilar a Brenda. Las becas fueron creadas por alguien con mucho dinero y conocimiento financiero. Incluso si Anita se hubiese hecho con el dinero, no hubiese sabido cómo enviarlo a través de las islas Caimán. Usted, en cambio, podía. Por último, los tendones de Aquiles. Brenda creía que lo había hecho su padre. Creía que su padre se mostraba demasiado protector. Y tenía razón.

Más silencio.

– Acabo de llamar a Norm Zuckerman y me dio el grupo sanguíneo de Brenda, que está en los informes médicos del equipo. La policía tiene el tipo de sangre de Horace en el informe de la autopsia. No están relacionados, Arthur. -Myron pensó en el color café con leche de la piel de Brenda y en el tono mucho más oscuro de sus padres-. Por eso tiene tanto interés en Brenda. Por eso se apresuró tanto a ayudarla para que no acabase en la cárcel. Por eso está tan preocupado por ella ahora mismo. Brenda Slaughter es su hija.