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Abrió la boca y sintió que los ojos se le salían de sus cuencas. La cuesta, que se había ido haciendo más pronunciada a cada paso que daba, se aproximó a su cara. Todo su campo visual se vio ocupado por el camino duro y seco que se transformaba en tinieblas y se apoderó totalmente de él.

En la pendiente que conduce al Meïdan, yacía Alí-Hodja. En medio de breves convulsiones entregó su alma a Dios.

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