El 1 de octubre Matt llamó a Ophélie y la invitó a pasar el día en la playa el fin de semana siguiente, pero ella vaciló unos instantes antes de exponerle su reticencia.
– El aniversario de la muerte de Ted y Chad es el día anterior -dijo con tristeza-. Creo que será un día duro para las dos; no sé cómo estaremos después y no me gustaría nada ir a verte deprimida. Quizá sería mejor esperar una semana más. De hecho, Pip cumple años la semana siguiente.
Matt lo recordaba vagamente, aunque la niña no le había hablado mucho del asunto, lo que le parecía muy discreto y adulto.
– Podríamos hacer las dos cosas. Veamos cómo va todo el día después del aniversario. Tal vez os siente bien venir a Safe Harbour para cambiar de aires. No hace falta que me digas nada hasta el mismo día. Y, si no te parece mal, me encantaría invitaros a cenar para celebrar el cumpleaños de Pip, si crees que le haría ilusión.
– Seguro que sí -asintió Ophélie con sinceridad.
Por fin accedió a llamarlo la mañana después del aniversario, aunque sospechaba, y con razón, que volverían a hablar antes de aquella fecha. Por muy atareada que estuviera, le gustaba escuchar su voz.
Contó a Pip lo de las dos invitaciones, y la niña reaccionó visiblemente complacida, aunque también ella estaba nerviosa por el aniversario. Sobre todo temía que fuera muy duro para su madre y volviera a sumirla en la depresión. En los últimos tiempos había mejorado mucho, y el día del triste aniversario pendía sobre ambas como una espada de Damocles.
Ophélie había organizado una misa en Saint Dominic, pero por lo demás no habían planeado nada. Puesto que el avión había estallado, no quedaban restos mortales, y Ophélie había decidido no instalar lápidas sobre tumbas vacías. No quería tener un lugar al que ir a llorar. Por lo que a ella respectaba, según había explicado a Pip el año anterior, llevaban a sus dos seres más queridos en el corazón. Lo único que habían recuperado era la hebilla del cinturón de Chad y la alianza de Ted, ambos objetos retorcidos y casi irreconocibles, pero pese a ello Ophélie los conservaba.
Por lo tanto, su única actividad del día sería asistir a la misa y volver a casa para pasar el resto de la jornada recordando a los seres amados que habían perdido. Eso era precisamente lo que preocupaba a Pip y, a medida que se acercaba el día, también a Ophélie. Aguardaba el aniversario con auténtico terror.
Capítulo 18
El día del aniversario amaneció hermoso y soleado. El sol bañaba el dormitorio de Ophélie cuando ella y Pip despertaron en su cama. La niña había pasado allí casi todas las noches desde principios de septiembre. Su presencia proporcionaba gran consuelo a Ophélie y aún estaba agradecida a Matt por la sugerencia. Pero ese día, ambas se levantaron en silencio.
De inmediato, tanto Ophélie como Pip recordaron el día del funeral, igual de soleado que aquel y un tormento para todos. Asistieron todos los colegas y colaboradores de Ted, sus amigos comunes, todos los amigos de Chad y toda su clase. Por fortuna, Ophélie apenas recordaba nada, pues había estado demasiado aturdida. Lo único que recordaba era el mar de flores y la mano de Pip aferrada dolorosamente a la suya. De repente, como un coro bajado del cielo, el «Ave María», que nunca había sonado tan hermoso y fascinante como aquel día. Era un recuerdo que jamás lograría desterrar de su mente.
Fueron juntas a misa y se sentaron en silencio una junto a la otra. A petición de Ophélie, el sacerdote leyó los nombres de Ted y Chad en el apartado de intenciones especiales. Al escucharlos, los ojos de Ophélie se inundaron de lágrimas, y de nuevo se cogieron de la mano. Al término del oficio regresaron a casa tras dar las gracias al sacerdote. Cada una puso una vela, Ophélie para Ted y Pip para Chad. En la casa, el silencio era tan denso que se podía cortar, y a ambas les recordó el día del funeral. Ninguna de las dos comió ni habló, y por la tarde, cuando sonó el timbre de la puerta, dieron un respingo. Eran flores enviadas por Matt, un pequeño ramillete para cada una. El gesto las conmovió profundamente. «Os llevo a las dos en el corazón», rezaba la sencilla tarjeta.
– Lo quiero -constató Pip tras leerla.
Las cosas eran tan sencillas a su edad, tanto más que para los adultos.
– Es un buen hombre y un buen amigo -convino Ophélie.
Pip asintió en silencio y se llevó las flores a su habitación. Incluso Mousse estaba callado y parecía percibir que sus amas no tenían un buen día. Andrea también les había enviado unas flores que habían llegado la noche anterior. No era religiosa, razón por la que no las había acompañado a la iglesia, pero sabían que estaría pensando en ellas, como Matt.
Al caer la noche, ambas estaban ansiosas por acostarse. Pip encendió el televisor en la habitación de su madre. Ophélie le pidió que lo apagara o fuera a mirar la tele a otra parte. Pip no quería estar sola, de modo que permaneció en el dormitorio silencioso con ella, y fue un alivio dormirse abrazadas. Aunque Ophélie no se lo había dicho, Pip sabía que su madre había pasado varias horas de ese día llorando en el cuarto de Chad. Había sido un día espantoso para ambas en todos los sentidos. El aniversario no reportaba beneficio alguno, ninguna bendición, ninguna compensación por lo que habían sufrido. Era un día, como casi todos los del último año, cargado de pérdida.
A la mañana siguiente, cuando sonó el teléfono, las dos estaban sentadas a la mesa de la cocina. Ophélie leía el periódico mientras Pip jugaba con el perro. Era Matt.
– No me atrevo a preguntar cómo fue -empezó con cautela tras saludar a Ophélie.
– Más vale. Fue tan horrible como esperaba, pero al menos ya ha pasado. Muchísimas gracias por las flores.
Le resultaba difícil explicar, incluso a sí misma, por qué los aniversarios poseían tanto significado para ella. No existía razón alguna por la que tuvieran que ser peores que cualquier otro día, pero así era. Se trataba de la conmemoración del peor día de sus vidas, sin ningún beneficio en absoluto, el aniversario del peor día que jamás habían pasado, poblado de recuerdos de un momento espeluznante. Matt se mostró infinitamente compasivo, pero no tenía ningún consejo que darle, puesto que no había pasado por lo mismo. Sus desgracias habían sobrevenido a lo largo del tiempo hasta hacerse evidentes, no en un solo instante como las de ellas.
– Me pareció más prudente no llamaros ayer -comentó Matt.
– Mejor -repuso ella, sincera.
Ninguna de las dos había querido hablar con nadie, aunque tal vez a Pip sí le habría gustado hablar con su amigo, comprendió entonces Ophélie.
– Tus flores son preciosas. Nos pareció un gesto muy bonito.
– Quería preguntarte si os apetece venir hoy. Puede que os siente bien. ¿Qué te parece?
A decir verdad, Ophélie no quería ir, pero creía que Pip quizá sí querría si le brindaban la ocasión, y se habría sentido culpable al rechazar la invitación sin más.
– Hoy no soy buena compañía -advirtió.
Aún se sentía agotada por las emociones del día anterior, sobre todo por las horas que había pasado sollozando sobre la cama de Chad, ahogando el ruido de su llanto en la almohada, que todavía olía un poco a él. Nunca había lavado las sábanas ni la funda de la almohada, y sabía que nunca lo haría.
– Pero no puedo hablar en nombre de Pip. Quizá le haría ilusión verte. ¿Qué te parece si hablo con ella y después te llamo?
Pero Pip ya agitaba los brazos frenética cuando su madre colgó.
– ¡Quiero ir, quiero ir! -exclamó, reanimada al instante.
Ophélie no tuvo valor para desilusionarla pese a que no estaba de humor para ir a ninguna parte. En cualquier caso, era un viaje corto, de apenas media hora, y si las cosas se ponían feas sabía que podían regresar a casa al cabo de un par de horas y que Matt lo comprendería.