– Ya sabes lo que voy a decir, ¿verdad? -empezó con aire serio.
Ophélie asintió, casi lamentando que Pip se hubiera acostado.
– Lo sospecho -repuso con una sonrisa.
La conmovía que Matt las apreciara tanto. También ella lo apreciaba, y cada vez que lo veía se daba cuenta de que el vínculo se estrechaba. Consideraba que formaba parte de su vida y la de Pip, fuera en el formato que fuese.
– ¿Has vuelto a pensar en el tema? De verdad creo que deberías dejar el equipo -dijo, mirándola a los ojos.
– Ya lo sé. Pip dice que te explique que nunca le ha pasado nada a nadie del equipo. Son cuidadosos e inteligentes, y saben muy bien lo que se hacen. No son unos locos, Matt, ni yo tampoco. ¿Te tranquiliza que te lo diga?
– No, lo único que significa es que hasta ahora han tenido suerte, pero que podría pasar en cualquier momento. Y lo sabes tan bien como yo.
– Quizá debamos tener un poco de fe. Puede que te suene absurdo, pero no creo que Dios permita que me suceda nada malo mientras me dedico a una labor tan noble.
– ¿Y si está ocupado en otra parte una noche que te metas en algún aprieto? El mundo está lleno de hambrunas e inundaciones, no solo existes tú.
Ophélie no pudo contener la risa al oír aquello y por fin consiguió arrancar una sonrisa a Matt.
– Me vas a volver loco. Nunca he conocido a una persona tan obstinada como tú… ni tan valiente -añadió en un murmullo-, ni tan buena… ni tan loca, por desgracia. No quiero que te pase nada malo -dijo casi con tristeza-. Tú y Pip significáis mucho para mí.
– Y tú para nosotras. Le has regalado a Pip un cumpleaños maravilloso -aseguró Ophélie con gratitud.
El año anterior, su cumpleaños había sido horripilante, tan solo una semana después de la muerte de su padre y su hermano, pero este había sido divertido y muy agradable gracias a él. El fin de semana que viene, Pip invitaría a dormir a sus amigas de la escuela, lo cual también le hacía mucha ilusión, pero la cena con Matt y sus regalos habían sido el punto álgido de la celebración para ella y para Ophélie. Tan solo lamentaba que el equipo de asistencia y su participación en él se hubieran convertido en un punto de conflicto entre ellos. Ophélie no tenía intención de dejarlo, y Matt lo sabía, aunque estaba resuelto a seguir razonando con ella y presionarla para que abandonara.
Por fin empezaron a hablar de otros temas por primera vez en una semana, y ambos se relajaron sentados ante el fuego con sendas copas de vino. Resultaba tan fácil y cómodo estar en compañía de Matt. También él se sentía a gusto con ella. Al marcharse parecía algo más contento. No había abandonado la lucha contra su trabajo con los indigentes ni pensaba hacerlo, pero también era consciente de que solo ejercía una influencia limitada sobre ella. En cualquier caso, hacía cuanto estaba en su mano dadas las limitaciones de su presencia en la vida de Ophélie.
Mientras subía la escalera a oscuras y llegaba a su habitación, donde encontró a Pip durmiendo en su cama, como de costumbre, Ophélie pensó en él. Era un buen hombre, un buen amigo, y tenía suerte de que alguien se preocupara tanto por ellas. Había sido una velada estupenda, más de lo que ella habría deseado en algunos aspectos. A veces la inquietaba la posibilidad de apegarse demasiado a él, pero desterró aquella idea de su mente. La situación parecía bajo control; Matt era su amigo, nada más.
Matt condujo de regreso a Safe Harbour con una sonrisa en los labios. Estaba un poco asombrado por lo que había hecho antes de irse de casa de Ophélie, pero era por una buena causa. La idea se le había ocurrido en un momento de la velada, al ver una fotografía sobre la mesa del salón. Esperó a que Ophélie subiera a ver a Pip para actuar. Mientras se dirigía a su casa, pensando en la cena y en la expresión de Pip cuando los camareros le dedicaban su canción, en el asiento del acompañante, Chad le sonrió desde una fotografía encuadrada en un marco de plata.
Capítulo 19
Pip y Ophélie no volvieron a ver a Matt hasta tres semanas más tarde, con ocasión de la cena de padres e hijas. Estaba muy atareado, al igual que ellas. No obstante, Matt llamaba casi cada día para hablar con Pip. Ophélie intentaba eludir el tema del centro Wexler porque sabía muy bien lo que pensaba el al respecto. No estaba enfadado con ella, de eso estaba segura, tan solo exasperado por su negativa a abandonar y preocupado tanto por ella como por Pip.
Para la cena se presentó con americana, pantalones grises, camisa azul y corbata roja. Pip parecía muy orgullosa cuando partieron para la cena, que se celebraba en el gimnasio de su escuela. Aquella noche, Ophélie cenó con Andrea en un pequeño restaurante japonés del barrio. Su amiga había contratado a una canguro para disfrutar de unas cuantas horas de libertad.
– ¿Qué tal va todo? -preguntó a Ophélie con intención.
– Ando muy ocupada en el centro, y Pip parece contenta en el colegio. Y nada más… Todo va bien. ¿Y tú qué?
Ophélie tenía buen aspecto; el trabajo en el centro le sentaba bien, también Andrea lo advertía.
– Tu vida parece tan aburrida como la mía -espetó con ademán desdeñoso-. No me refería a eso y lo sabes. ¿Cómo van las cosas con Matt?
– Ha llevado a Pip a la cena de padres e hijas -explicó Ophélie con aire enloquecedoramente inocente.
– ¡Eso ya lo sé! Quiero decir qué pasa entre vosotros. ¿Hay algo?
– No seas tonta. Algún día se casará con Pip y se convertirá en mi yerno -bromeó Ophélie, complacida.
– Estás como una cabra. Matt debe de ser gay.
– Lo dudo, pero en cualquier caso no es asunto mío -señaló Ophélie con indiferencia.
Andrea se reclinó en la silla con un bufido de frustración. Desde hacía un tiempo salía con uno de sus compañeros de bufete, aunque Ophélie sabía que estaba casado. Sin embargo, ese detalle nunca parecía molestar a Andrea. Había salido con muchos hombres casados a lo largo de los años, y la situación no la perturbaba. No quería casarse, no quería tener a un hombre constantemente en su vida. Pero Ophélie sospechaba desde hacía mucho tiempo que no era cierto, sobre todo ahora que tenía al pequeño. Sin duda le habría gustado casarse, pero no confiaba demasiado en encontrar a nadie a esas alturas y se conformaba con liarse con hombres de prestado.
– ¿Ni siquiera te apetece liarte con él? -inquirió.
Le parecía antinatural. Ophélie era una mujer preciosa que aún no había cumplido los cuarenta y tres, demasiado joven para dar carpetazo a su vida sentimental y pasarse el resto de sus días llorando a Ted.
– Pues no -replicó Ophélie en voz baja-. No quiero liarme con nadie; todavía me siento casada con Ted.
Y sintiera lo que sintiese, en cualquier caso tampoco tenía importancia para Matt. A ambos les parecía bien su relación tal como era. Esperar más de ella o permitir que siguiera otro rumbo, si es que lo seguía, resultaría demasiado arriesgado para Ophélie. No quería poner en peligro lo que tenían, pero no se lo confesó a Andrea, porque sabía que no lo comprendería. Era demasiado propensa a la autocomplacencia para pensar en cualquier tipo de contención, actitud que Ophélie prefería.
– ¿Y si Ted no se sintiera casado contigo? ¿Qué crees que habría hecho de haber muerto tú? ¿Crees que habría llevado duelo por ti toda la vida?
Ophélie pareció entristecida por aquellas preguntas, porque reavivaban algunos recuerdos dolorosos que Andrea conocía. Pero su amiga no soportaba verla desperdiciar su vida; no creía que Ted lo mereciera, por mucho que Ophélie lo hubiera amado. No era saludable que se quedara sola para siempre únicamente por respeto a su memoria, y a todas luces Ophélie había tomado la decisión de vivir como viuda afligida y célibe el resto de sus días.