Capítulo 20
El día de Acción de Gracias fue aún más doloroso de lo que esperaba. Celebrar la fiesta sin Ted ni Chad significaba un golpe durísimo. No había forma de adornar el dolor, de mitigarlo, de fingir que no existía. Al bendecir los alimentos ante el pequeño grupo que se sentaba a la mesa de la cocina para dar gracias por todo lo que compartían y rogar por su esposo y su hijo, Ophélie se desmoronó y rompió a llorar. Pip se unió a ella y, al observarlas, también Andrea prorrumpió en llanto. Consciente de la tristeza reinante a su alrededor, William no tardó en hacerse oír. Incluso Mousse parecía alterado. Era una situación tan espantosa que al poco Ophélie se echó a reír, y durante el resto del día alternaron entre carcajadas histéricas y lágrimas.
El pavo era de unas dimensiones considerables, pero a nadie le apetecía, además de que el relleno había quedado algo seco. Ninguna de ellas disfrutó de la comida. Habían decidido comer en la cocina, pues a sus casi siete meses, sabían que William lo ensuciaría todo desde la trona. Ophélie se alegraba de no estar en el comedor, donde solo habría podido imaginar a Ted trinchando el pavo, como había hecho cada año, y a Chad ataviado con traje y quejándose por tener que llevar corbata. Los recuerdos y la pérdida eran demasiado recientes.
A última hora de la tarde, Andrea se fue a casa con el pequeño, y Pip subió a dibujar a su habitación. No había sido un día fácil. En un momento dado, salió de su cuarto justo a tiempo para ver a su madre a punto de entrar en la habitación de Chad.
– No entres, mamá, por favor -suplicó-. Te pondrás todavía más triste.
Sabía bien lo que su madre hacía ahí dentro, tumbarse sobre la cama de Chad, aspirar los vestigios de su olor y percibir su aura. Permanecía allí tendida durante horas, llorando. Pip siempre la oía a través de la puerta cerrada con el corazón encogido. No podía sustituir a Chad a los ojos de su madre, y a Ophélie le resultaba imposible explicarle que no se trataba de que ella significara menos que su hermano, sino de que nadie podía mitigar aquella pérdida, una pérdida que nada podía sustituir, un vacío imposible de llenar. Ningún otro hijo podía reemplazar a Chad, pero eso no significaba que quisiera menos a Pip.
– Solo estaré un momento -prometió Ophélie con expresión implorante.
Pip dio media vuelta, regresó a su habitación y cerró la puerta con los ojos llenos de lágrimas. La mirada de la niña hizo sentir culpable a Ophélie, que se fue a su habitación y se plantó ante el armario de Ted para contemplar su ropa. Necesitaba algo, a alguien, a uno de ellos, cualquier cosa, un objeto, un contacto, una de sus chaquetas, una camisa, algo conocido que aún oliera a él o a su colonia. Era una necesidad imposible de comprender para alguien que no hubiera sufrido semejante pérdida. Lo único que quedaba eran sus pertenencias y su ropa, las cosas que había tocado, llevado o manejado. Desde hacía un año, Ophélie llevaba la alianza de Ted colgada de una cadenita alrededor del cuello. Nadie sabía que estaba allí, pero ella sí, y de vez en cuando se llevaba la mano al anillo para cerciorarse de que Ted había existido en realidad, de que habían estado casados, de que había sido amada por él, cosas que ahora le costaba recordar. En ocasiones se sentía embargada por el pánico, de repente consciente de que ya no estaba, de que nunca volvería. También en aquel momento la atenazó el terror mientras se llevaba una de sus americanas al rostro, y, como si con ello pudiera sentir los brazos de Ted en torno a su cuerpo, la descolgó y se la puso.
Permaneció inmóvil como una niña perdida y se abrazó a sí misma. De repente oyó un leve crujido en uno de los bolsillos y sin pensar deslizó la mano en él. Era una carta, y por un instante absurdo deseó que fuera una carta de Ted dirigida a ella, pero no era así. Era una sola hoja de papel escrita con ordenador y firmada con una inicial. Le resultaba embarazoso leerla puesto que no iba dirigida a ella, pero al menos era algo, una parte de él, algo que Ted había tocado y leído. Deslizó los ojos lentamente por la página. Por un momento se preguntó si quizá ella misma la habría escrito, pero sabía que no era así, y a medida que leía, el corazón le latía cada vez con más violencia.
«Querido Ted», comenzaba, y la cosa no mejoraba, sino que empeoraba.
Sé que esto ha sido una gran sorpresa para ambos, pero a veces los golpes más duros acaban siendo los mejores regalos de la vida. No era esta mi intención, pero creo que es el destino. Ya no soy tan joven y, para serte sincera, temo que no tendré otra oportunidad ni contigo ni con nadie más. Este bebé lo significa todo para mí, más que nada en el mundo, porque es tuyo.
Sé que no es lo que planeabas, ni yo tampoco. Lo nuestro empezó como una diversión inofensiva. Siempre hemos tenido muchas cosas en común, y sé lo mal que lo has pasado en casa los últimos años, lo sé mejor que nadie. Creo que Ophélie se ha equivocado mucho, contigo, con Chad y, sobre todo, con vosotros dos como pareja. Ni siquiera estoy convencida de que Chad hubiera intentado suicidarse, si es que lo intentó, de no ser porque ella lo alejó de ti. Sé muy bien lo difícil que ha sido para ti, y como tú, no estoy muy segura de que Chad tenga problemas en realidad. Nunca he dado crédito al diagnóstico y creo que los supuestos intentos de suicidio no eran más que tentativas de llamar tu atención, quizá de pedirte que lo salvaras de ella. Creo que Ophélie ha malentendido todo el asunto desde el principio. Tal vez la solución, si acabamos juntos como espero y como tú consideras posible, es que ella se quede con Pip y que nosotros vivamos con Chad. Puede que entonces sea mucho más feliz de lo que es ahora, con ella revoloteando a su alrededor como una avispa, siempre aterrada por él. No puede ser bueno para él. Además, Chad se parece mucho más a nosotros, a ti y a mí, que a ella. Los dos sabemos perfectamente que ella no le entiende, quizá porque es más inteligente que ella, tal vez incluso más inteligente que nosotros. En cualquier caso, si es lo que deseas, estaría dispuesta a intentar que viva con nosotros, si eso es lo que decides.
En cuanto a nosotros, tengo la firme convicción de que esto no es más que el comienzo. Tu vida con ella se acabó hace años. Ella no lo ve, no quiere o no puede verlo. Depende por completo de ti y de los niños. No tiene vida propia y no quiere tenerla. Se alimenta de ti y de ellos para conferir sentido a su vida, porque carece de él. Tarde o temprano tendrá que buscarse una vida propia. Tal vez a la larga sea lo que necesita para comprender lo absurda que es su existencia y lo poco que significa para ti. Ophélie exprime toda tu esencia desde hace años.
Este bebé es nuestro vínculo para el futuro. Sé que aún no has tomado una decisión definitiva, pero creo saber lo que quieres, y que tú también lo sabes. Lo único que tienes que hacer es alargar la mano y tomarlo, como me tomaste a mí, como te acercaste a mí hace ya casi un año. Este bebé no existiría si no fuera cosa del destino, si no lo desearas tanto como yo.
Tenemos seis meses para tomar una decisión, para dar los pasos apropiados antes de que nazca el niño. Seis meses para dejar atrás la vieja vida y empezar una nueva. No se me ocurre nada más importante, nada mejor, nada que desee más. Cuentas con mi fe en ti, con mi lealtad, con el amor que siento por ti, mi admiración y respeto por todo lo que eres y lo que significas para mí.