– Nunca ha sido mi intención -aseguró el joven-. Creía que nos habías olvidado. La única explicación que encontraba era que habías muerto. No imaginaba que pudieras haber dejado de escribirnos por ninguna otra razón. Sabía que no eras capaz de desaparecer sin más, pero tenía que cerciorarme.
Robert había recurrido a toda clase de estrategias ingeniosas para dar con él, y sus esfuerzos habían arrojado por fin frutos.
– Menos mal que me has encontrado. Tenía intención de ponerme en contacto con vosotros dentro de unos años para averiguar si habíais cambiado de opinión respecto a mí y queríais volver a verme. No había desistido; tan solo esperaba el momento adecuado.
Quedaba pendiente lo que le diría a Sally, pero lo que era aún más importante, ¿qué podía decirle ella para justificar lo que había hecho? ¿Y qué podía contarles a sus hijos? Los había privado de su padre, había mentido a todo el mundo. Era un pecado imperdonable, no solo a ojos de Matt, sino también de su hijo. Desde luego, Sally tenía mucho en que pensar, y ni que decir tenía que jamás volverían a confiar en ella.
Robert se marchó a regañadientes el viernes a las diez y media. Había sido el mejor día de Acción de Gracias de la vida de Matt y no veía el momento de contárselo a Ophélie y Pip. Sin embargo, primero tenía que averiguar qué le había sucedido a Ophélie y cómo estaba. Marcó su número en cuanto Robert se fue. Se sentía como un hombre nuevo o como el hombre que había sido en tiempos. Era una sensación incomparable, y sabía que Ophélie y Pip se alegrarían por él.
Pip contestó al segundo timbrazo. Parecía seria, pero no trastornada, y le contó en voz baja que su madre tenía mejor aspecto que la noche anterior. Al poco fue a decirle a Ophélie que Matt estaba al teléfono y quería hablar con ella.
– ¿Cómo estás? -preguntó con serenidad en cuanto Ophélie se puso.
– No lo sé. Aturdida, creo -repuso ella, concisa.
– Has pasado una noche tremenda. ¿Vais a venir?
– No estoy segura.
Parecía indecisa y aún alterada. Matt estaba dispuesto a ir a la ciudad si ella se lo pedía, algo que habría resultado más complicado con Robert en casa. Pero de todos modos, lo habría hecho en caso necesario, aunque hubiera significado llevar a su hijo consigo. Se moría de impaciencia por contar a sus amigas lo sucedido.
– ¿Quieres que vaya a tu casa? Aunque creo que te sentaría bien venir. Podemos ir a dar un paseo por la playa. En fin, lo que tú quieras.
Ophélie vaciló unos instantes, pero debía reconocer que la idea le resultaba tentadora. Tenía ganas de salir de casa, alejarse de cuanto le recordaba a él. Ni tan siquiera sabía qué le contaría a Matt. Todo el asunto era denigrante, vergonzoso, humillante. Ted la había traicionado con su mejor amiga. Era la más cruel de las maniobras, y Andrea había estado dispuesta a utilizar a Chad para destruirla. Ophélie sabía que nunca se recobraría del golpe, que jamás podría perdonarla. También sabía que Matt lo comprendería, pues pensaba lo mismo que ella acerca de la lealtad.
– Iré -accedió en voz baja-. No sé si quiero hablar, solo estar allí y respirar.
Tenía la sensación de no poder respirar en la casa, como si sus pulmones, su pecho entero estuvieran aplastados.
– No tienes que decir nada si no quieres. Estaré aquí. Conduce con cuidado, y cuando lleguéis tendré la comida preparada.
– No sé si podré comer.
– No importa, Pip sí comerá. Tengo mantequilla de cacahuete.
Y fotografías de sus hijos que mostrarles. Robert le había dejado todas las fotos que llevaba en la cartera. Eran los mejores regalos que Matt había recibido en muchos años. Se sentía como si le hubieran devuelto el alma que su ex mujer había intentado destruir. Pero no lo conseguiría, y para Matt, el proceso de curación ya había empezado. No veía el momento de ir a Stanford para volver a ver a su hijo.
Ophélie tardó más de lo habitual en vestirse y conducir hasta la playa. La embargaba la sensación de moverse bajo el agua, y ya era mediodía cuando Matt las oyó llegar. Las cosas iban peor de lo que había imaginado, o tal vez solo lo parecía. Pip ofrecía un aspecto solemne, y Ophélie estaba pálida y alterada. Por lo visto, ni siquiera había sido capaz de peinarse. Era el mismo aspecto que tenía justo después de la muerte de Ted, una apariencia que resultaba demasiado familiar a Pip, quien corrió a abrazar a Matt como si estuviera a punto de ahogarse.
– No pasa nada, Pip… tranquila… todo va bien.
La niña se aferró a él durante largo rato antes de entrar en la casa con el perro. Matt se volvió hacia Ophélie y se fijó en su mirada. Ella permaneció inmóvil, sin articular palabra. Matt se acercó, le rodeó los hombros con el brazo y entró con ella en la casa. Había escondido el retrato, y Pip miraba a su alrededor con una sonrisa tímida, preguntándose dónde estaría. Intercambiaron una mirada cómplice, y Matt asintió para indicarle que el cuadro estaba terminado.
Preparó bocadillos para los tres, y Ophélie no abrió la boca durante toda la comida. Al cabo de un rato, Matt intuyó que estaba preparada para hablar, de modo que sugirió a Pip que saliera a dar un paseo por la playa con Mousse. La niña captó la indirecta, se puso la chaqueta y se fue. En silencio, Matt alargó a Ophélie una taza de té.
– Gracias -musitó ella-. Lo siento, anoche estaba fatal. Fue horrible para Pip. Me sentía como si Ted hubiera vuelto a morir.
Era lo que Matt había supuesto, aunque ignoraba por qué había sucedido.
– ¿Fue por el día de Acción de Gracias?
Ophélie negó con la cabeza. No sabía qué contarle, pero sí que quería compartir la historia con él. Se acercó al bolso, sacó la carta de Andrea y se la alargó. Matt titubeó un instante con el papel en la mano, deseoso de preguntarle si estaba segura de que quería que la leyera, pero de inmediato comprendió que así era. Ophélie se sentó a la mesa frente a él y sepultó el rostro entre las manos mientras él leía. No tardó mucho.
Al acabar alzó la vista hacia ella sin decir palabra. Los ojos de Ophélie eran pozos insondables de dolor, y ahora entendía la razón. Alargó la mano para tomar la suya, y permanecieron en aquella posición largo rato. Al igual que ella, Matt había deducido al instante que la carta era de Andrea y el bebé de Ted. No era difícil inferirlo, aunque sí convivir con ello. Qué crueldad descubrir después de su muerte el engaño de Ted y el hecho de que Andrea hubiera utilizado a Chad para coaccionarlo, si es que necesitaba coacción.
– No sabes lo que habría hecho Ted -señaló Matt al cabo de largo rato-. La carta dice que no había tomado ninguna decisión.
Era un pobre consuelo habida cuenta de que Ted se había liado con su mejor amiga y era el padre de su hijo.
– Eso es lo que me dijo ella -replicó Ophélie, entumecida, como si su cuerpo se hubiera convertido en plomo.
– ¿Has hablado con ella? -exclamó él, atónito.
– Fui a verla. Le dije que no quería volver a verla en mi vida, y así es. Por lo que a mí respecta, está muerta, tan muerta como Ted y Chad. Y supongo que nuestro matrimonio también lo estaba, solo que yo no quería reconocerlo, como Ted no quería reconocer que Chad estaba enfermo. También yo vivía en un estado de negación. Todos fuimos estúpidos y ciegos, cada uno a nuestra manera.
– Tú le querías, eso no es malo. Y, a pesar de todo esto, lo más probable es que él también te quisiera a ti.
– Nunca lo sabré.
Eso era lo peor; la carta la había despojado de su fe en el amor de Ted. Qué crueldad.
– Tienes que creerlo. Un hombre no pasa veinte años con una mujer si no la quiere. Puede que fuera imperfecto, pero aun así estoy seguro de que te quería, Ophélie.
– Tal vez me habría dejado por ella.