– ¿Irás al funeral? -le preguntó Matt.
– Debería ir por mamá -observó Robert tras una vacilación-, pero tengo exámenes finales. He hablado con Nessie y dice que mamá estará bien aunque no vaya. Tiene un montón de gente a su alrededor.
Y otros siete hijos. Los cuatro de Hamish, Vanessa y los dos comunes. Era un séquito considerable, aunque sabía que Robert también era importante para ella.
– ¿A ti qué te parece, papá?
– La decisión es tuya, no puedo tomarla por ti. ¿Quieres que vaya a verte? -le preguntó, profundamente preocupado.
– No, gracias, papá. Estaré bien, solo que ha sido un golpe… aunque no una completa sorpresa. Hamish había tenido ya dos infartos y llevaba dos bypass. Además, no se cuidaba mucho. Mamá siempre decía que acabaría así.
Bebía, fumaba y le sobraban bastantes kilos. Al morir contaba cincuenta y dos años.
– Puedo ir a verte en cualquier momento, no tienes más que llamarme. Podríamos hacer algo este fin de semana si no tienes que estudiar demasiado.
– Tengo grupos de estudio todo el fin de semana. Ya te llamaré. Gracias, papá.
Matt permaneció sentado unos instantes, pensando en todo el asunto, y por fin llamó a Ophélie. No sabía por qué, pero la muerte de Hamish lo entristecía, tal vez porque afectaba a sus hijos o quizá porque en tiempos había sido amigo suyo. De hecho, lo sentía menos por Sally que por él.
Contó a Ophélie lo sucedido y, al igual que él, se mostró preocupada por Robert. Por un instante fugaz, se preguntó lo que significaría la viudedad de Sally para Matt. En tiempos la había amado apasionadamente y llevaba diez años llorando su pérdida. Ahora era libre. No existían muchas probabilidades de que renaciera algo entre ellos, pero nunca se sabía. Cosas más raras se habían visto. Sally solo tenía cuarenta y cinco años, y sin duda buscaría a otro hombre. En un momento de su vida había querido a Matt lo suficiente para casarse y tener dos hijos con él.
– Dice que quiere traer a Vanessa por Navidad para ver a Robert -explicó Matt-. Espero que no venga; no quiero verla, solo quiero estar con los niños.
También lo decepcionaba no poder ir a Auckland para ver a Vanessa, pero a todas luces no era el momento más adecuado. Había demasiado barullo, y Vanessa estaría muy ocupada con la familia de Hamish, su madre y los otros niños. No tendría tiempo para estar con él, como era lógico. Matt lo comprendía. Después de seis años, podía esperar una o dos semanas más.
– ¿Por qué quiere venir ella también? -inquirió Ophélie, sorprendida y preocupada.
– Quién sabe, puede que solo para fastidiarme -replicó él con una carcajada.
Pero lo cierto era que hablar con Sally y oír su llanto le había resultado inquietante. La conversación no lo había acercado en modo alguno a su ex mujer, tan solo le recordaba cuan desgraciado lo había hecho durante todos aquellos años. No tenía ni idea de que Ophélie estaba preocupada por su reaparición y la consideraba una amenaza potencial para su incipiente relación.
El resto de la semana fue frenética para ambos. La proximidad de las fiestas endurecía la situación en las calles. La gente bebía y se drogaba más, perdían sus empleos, hacía mucho frío… Encontraron a cuatro personas muertas en una sola noche. Como siempre, el trabajo resultaba desgarrador.
Matt fue a ver a Robert y habló con Vanessa por teléfono. Por incomprensible que le resultara, Sally encontró huecos en su apretadísima agenda para llamarlo varias veces con la intención de charlar. Matt no quería convertirse en su mejor amigo, como señaló exasperado a Ophélie.
El único momento de tranquilidad de que disfrutaron fue el domingo por la tarde en la playa. Era un día soleado, y Ophélie y Pip fueron a visitar a Matt. Robert no pudo escaparse, porque estaba estudiando de firme para los exámenes. Quedaban menos de dos semanas para Navidad.
Los tres dieron un largo paseo por la playa, y Matt habló a Ophélie de la casa que había alquilado desde Navidad hasta Año Nuevo. Iría a esquiar a Tahoe con Robert y esperaba que Vanessa pudiera sumarse a las vacaciones.
– ¿Sally aún tiene intención de venir? -inquirió Ophélie con fingida indiferencia.
La sorprendía que la reaparición de la ex mujer de Matt la molestara tanto, pero así era, sobre todo ahora que también había enviudado. No obstante, Ophélie era consciente de que se trataba de una actitud paranoica por su parte. Matt no parecía en absoluto interesado por Sally, pero nunca se sabía. Cosas más raras se habían visto, mucho más raras, como el hecho de que su marido fuera el padre del hijo de su mejor amiga. Aquello había alterado profundamente su perspectiva.
– No lo sé ni me importa. Si viene haré que alguien lleve a Nessie a Tahoe. No tengo ninguna intención de ver a Sally -aseguró, lo que tranquilizó un tanto a Ophélie-. Me encantaría que tú y Pip nos acompañarais. ¿Qué haréis por Navidad?
Era un tema delicado ese año, más aún que el año anterior.
– Pues aún no lo sé. Nuestra familia ha quedado muy menguada. El año pasado la pasamos con Andrea.
Por entonces su amiga estaba embarazada de cinco meses. El conocimiento de que el bebé era de Ted y la farsa de la amistad con Andrea hizo estremecer a Ophélie.
– Creo que Pip y yo pasaremos unas Navidades tranquilas. Sería estupendo ir a Tahoe el día después, pero creo que deberíamos pasar el día de Navidad juntas y a solas.
Matt asintió sin querer entrometerse. Sabía lo peliagudo que era el tema y que la Navidad sería una época agridulce para ellas, plagada de recuerdos que necesitaban honrar, por dolorosos que fueran.
– Pero sería estupendo tener un plan agradable para el día siguiente.
Ophélie sonrió, y Pip estaba tan lejos que Matt se inclinó para besarla. Una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies y se apresuró a reprimirla. Quería más de ella, pero habían sucedido demasiadas cosas en las últimas semanas, y no quería precipitarse ni ahuyentarla. Avanzaban con gran precaución, paso a paso. Matt sabía que a Ophélie la asustaba iniciar una relación con él, que no estaba segura de querer seguir adelante. Solo la había besado unas cuantas veces y estaba dispuesto a esperar cuanto fuera necesario. Era muy consciente de las desgracias que había sufrido, sobre todo en los últimos tiempos, aunque, pese a ello, también advertía que el deseo se acentuaba en ella. A despecho de su reticencia, cada vez se acercaba más a él.
Comentaron con Pip la idea de Tahoe mientras regresaban a la casa, y la niña reaccionó con entusiasmo. Aquella misma tarde, antes de marcharse, Ophélie se había comprometido a ir. Matt intentó arrancarle otra promesa.
– Solo quiero un regalo de Navidad de ti -empezó con seriedad cuando estaban sentados junto al fuego, antes de que ella y Pip partieran.
– ¿Qué es? -preguntó ella con una sonrisa.
Matt ya tenía un regalo para Pip, pero Ophélie aún no le había comprado nada a él.
– Quiero que dejes el equipo de asistencia.
Lo decía en serio, y Ophélie lo miró con un suspiro. Matt significaba mucho para ella, pero no sabía qué hacer. Sentía un gran afecto por él, pero sus sentimientos entraban en constante conflicto con sus temores. Pero Matt no le pedía respuestas ni promesas, nunca la presionaba, salvo en lo tocante a su trabajo, un tema que abordaba en cuanto tenía ocasión.
– Ya sabes que no puedo hacerlo, Matt, es demasiado importante para mí. Y también para ellos. Sé que es lo que debo hacer, y cuesta mucho encontrar personas dispuestas a formar parte del equipo.
– ¿Sabes por qué? -replicó Matt con tristeza-. Pues porque la mayoría de la gente es lo bastante inteligente para morirse de miedo.