Pese a todo, tanto ella como Pip estaban de muy buen humor cuando se pusieron en marcha al día siguiente. Ophélie llevaba cadenas por si encontraban nieve en la carretera, pero se hallaban despejadas hasta Truckee, y gracias a las indicaciones de Matt, no le resultó difícil llegar a Squaw Valley. Matt había alquilado una casa espectacular, con dos dormitorios para ella y Pip además de los tres que ocupaban él y sus hijos.
Vanessa y Robert estaban esquiando cuando llegaron a la casa. Matt las esperaba en el salón con un fuego chisporroteante en la chimenea, chocolate caliente y una bandeja de bocadillos. Era una casa elegante y lujosa. Matt llevaba pantalones de esquí negros y un grueso jersey gris; su aspecto era tan apuesto y curtido como siempre. Ophélie lo hallaba muy atractivo, pero tenía miedo. Todavía estaban a tiempo de dar media vuelta, aunque sabía que Matt sufriría una profunda decepción. Sin embargo, tal vez la decepción fuera mejor para ambos que la eventual desesperación futura, la destrucción total. Los riesgos de dejarse llevar le parecían peligrosamente elevados, aunque al mismo tiempo se sentía muy tentada de intentarlo. Matt le provocaba un conflicto constante, pero al mismo tiempo se sentía cada vez más próxima a él. Ya no podía imaginar la vida sin su presencia, y, pese a sus temores, sabía que lo quería.
– ¿Habéis traído las zapatillas de Elmo y Grover? -preguntó Matt a Pip casi de inmediato, a lo que la niña asintió con una sonrisa.
– Yo también he traído a Paco Pico.
Antes de que los chicos regresaran, los tres se pusieron las zapatillas y se sentaron riendo junto al fuego después de que Matt pusiera música. Al poco, Vanessa y Robert entraron en la casa. Eran dos muchachos muy guapos, y a Vanessa le hizo mucha ilusión conocer a Ophélie y Pip. La afinidad entre ambas niñas fue inmediata, y Vanessa lanzaba tímidas miradas de admiración a Ophélie. Ésta poseía una delicadeza que la atraía, una amabilidad casi tangible. Veía en ella las mismas cualidades que Matt, tal como comentó a su padre mientras lo ayudaba a preparar la cena, y Pip y Ophélie deshacían las maletas en sus dormitorios.
– No me extraña que te guste, papá. Es una buena persona, un sol. A veces parece muy triste, incluso cuando sonríe. Te entran ganas de abrazarla. -Lo mismo que le sucedía a él-. Y me encanta Pip. ¡Es monísima!
Al caer la noche, las dos chicas ya eran amigas íntimas, y Vanessa invitó a dormir en su habitación a Pip, que aceptó emocionada. Consideraba que Vanessa era fabulosa, guapísima y muy, muy guay, como confesó a su madre mientras se ponía el pijama. En cuanto los jóvenes se acostaron, Ophélie y Matt permanecieron sentados junto al fuego durante horas, hasta que las brasas quedaron casi extinguidas. Hablaron de música, arte, política francesa, sus hijos, sus padres, los cuadros de Matt y los sueños de ambos. Hablaron de personas a las que habían conocido y de perros que habían tenido cuando eran niños, conociéndose cada vez mejor, sin dejar tema por tocar, deseosos de saberlo todo el uno del otro. Antes de subir a sus respectivos dormitorios, Matt la besó, y tardaron siglos en separarse. Lo que sabían el uno del otro constituía una poderosa fuerza que los unía.
A la mañana siguiente, los cinco salieron juntos de la casa e hicieron cola para tomar los remontes. Robert quería esquiar con unos amigos de la universidad con los que había topado. Vanessa se alejó con Pip, y Matt se ofreció para quedarse con Ophélie.
– No lo hagas por mí -replicó ella con cautela.
Llevaba un mono de esquí negro que tenía desde hacía años y que le confería un aspecto de sencilla elegancia. Lo complementaba con un voluminoso gorro de pieles y estaba magnífica, pero insistía en que sus dotes de esquiadora no estaban a la altura del atuendo.
– No lo hago solo por ti -la tranquilizó él-. Hace cinco años que no esquío y he venido por los chicos. De hecho, me harás un favor si esquías conmigo e incluso puede que tengas que rescatarme.
Resultó que ambos esquiaban más o menos igual, y pasaron la mañana disfrutando en las pistas intermedias. No aspiraban a más, y a mediodía entraron en el restaurante para esperar a los chicos, que llegaron al cabo de unos minutos con los rostros enrojecidos y aspecto de haber hecho mucho ejercicio. Pip se quitó el gorro y los guantes con expresión extasiada. Lo estaba pasando en grande, y Vanessa también parecía contenta. Había visto a unos chicos muy guapos que la habían seguido por varias pistas, pero más que nada le pareció gracioso y divertido; no parecía fuera de control como su madre a su edad.
Los chicos esquiaron toda la tarde, mientras que Matt y Ophélie se limitaron a una sola bajada larga. Regresaron a casa cuando empezó a nevar. Matt encendió el fuego y puso música mientras Ophélie preparaba unas copas de ron caliente. Se acomodaron en el sofá con un montón de revistas y libros, y de vez en cuando levantaban la mirada para sonreírse. A Ophélie la impresionaba cuán fácil resultaba estar en su compañía. Ted siempre había sido mucho más complicado, exigente, nervioso y ansioso por discutir acerca de casi todo. Comentó a Matt las diferencias entre ellos. La relación que los unía era una combinación de comodidad, pasión apenas contenida y profundo afecto. Además, eran amigos.
– Yo también estoy muy a gusto -aseguró él antes de decidir contarle el encuentro con Sally.
– ¿Y no sentiste nada por ella? -inquirió Ophélie al tiempo que tomaba un sorbo de ron caliente y lo observaba en busca de pistas, pues Sally la preocupaba, sobre todo desde que había enviudado.
– Mucho menos de lo que esperaba o temía. Me daba miedo la perspectiva de tener que luchar contra ella, aunque solo fuera en mi cabeza. Pero no fue así. Fue una situación triste y rara, reflejo de todo lo que salió mal entre nosotros y, en lugar de estar enamorado de ella, me di cuenta de que solo la compadecía. Es una mujer muy desgraciada, y no lo digo precisamente porque su marido lleve muerto menos de un mes. La verdad es que la lealtad nunca ha sido uno de sus puntos fuertes.
– Ya veo -musitó Ophélie, algo escandalizada por el descaro con que había actuado Sally, después de todo el daño que le había hecho.
Pero, por lo visto, no era una persona proclive a los sentimientos de culpabilidad. Por encima de todo, Ophélie experimentaba un gran alivio.
– ¿Por qué no me dijiste que la habías visto? -quiso saber.
Matt le había contado tantas cosas de su vida que le parecía algo extraño que se lo hubiera callado.
– Creo que después de verla necesitaba tiempo para reflexionar. Pero te aseguro que salí de aquella suite convertido en un hombre libre por primera vez en diez años. Ir a verla fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Parecía muy complacido al mirar a Ophélie, que le correspondió con una sonrisa.