– Te quiero -insistió él en voz baja-. Podemos esperar… no hay ninguna prisa. No pienso irme a ninguna parte, no voy a dejarte, no voy a dejarte ni herirte… No pasa nada. Te quiero.
Definía el significado del amor como ningún otro hombre, ni siquiera Ted. De hecho, Ted menos que nadie. Se sentía fatal por decepcionarlo, pero sabía que no estaba preparada e ignoraba si llegaría a estarlo algún día. Lo único que sabía era que ahora no. Resultaría demasiado aterrador dejarle entrar, y Matt estaba dispuesto a esperarla.
Matt la estrechó entre sus brazos durante largo rato aquella noche, sintiendo su cuerpo esbelto junto a su piel, deseándola, pero al mismo tiempo agradecido por lo que compartían. Era lo único que podía recibir de momento, y le bastaba. Despuntaba el alba cuando por fin Ophélie se levantó y volvió a vestirse. Se había adormecido entre sus brazos, sin soltarlo en ningún momento. Ni siquiera la incomodaba estar desnuda ante él. Lo deseaba, pero no lo suficiente.
Matt la besó por última vez. Ophélie regresó a su dormitorio, se sumió en un sueño inquieto durante dos horas, y al despertar experimentó el sempiterno peso en el pecho. Pero esta vez era distinto; no se debía a Ted ni a Chad, sino a lo que no había sido capaz de hacer con Matt la noche anterior. Se sentía como si lo hubiera engañado y se odió por defraudarlo. Se duchó y se vistió, nerviosa ante la perspectiva de verlo, pero en cuanto lo vio supo que todo iba bien. Matt le sonrió desde el otro extremo de la estancia y se acercó para abrazarla. Era un hombre increíble y, de un modo extraño, se sentía como si hubiera hecho el amor con él. Estaba incluso más a gusto con él que antes, y se sintió un poco tonta por haber cedido al pánico, además de agradecida a Matt por esperar.
El día de Año Nuevo esquiaron juntos sin mencionar la noche anterior. Se limitaron a esquiar, charlar y pasarlo bien, y la última noche cenaron con los chicos. Vanessa regresaría a Auckland al día siguiente, para tristeza de Matt, aunque iría a visitarla al cabo de un mes. Pip y Ophélie volverían a casa a la mañana siguiente, un día antes de que Pip reanudara la escuela. Robert tenía otras dos semanas de vacaciones, que pasaría en Heavenly esquiando con unos amigos. Matt regresaría a la playa. Las vacaciones habían tocado a su fin, pero había sido una semana encantadora. No había surgido nada concreto entre Ophélie y Matt, pero ambos sabían que no debían rendir cuentas al calendario de nadie salvo el suyo. Asimismo, Ophélie sabía sin lugar a dudas que si Matt la hubiera presionado aquella noche, si la hubiera forzado o se hubiera enfadado con ella, incluso la esperanza de una futura relación amorosa se habría desvanecido. Pero Matt era demasiado sabio para caer en aquella trampa y la quería demasiado. A la mañana siguiente se despidieron sin promesas, sin certidumbre alguna entre ellos, tan solo con amor y esperanza. Era mucho más de lo que ambos tenían al conocerse, y por el momento les bastaba.
Capítulo 26
Matt pasó por casa de Ophélie y Pip tras llevar a Vanessa al aeropuerto. Estaba triste por su marcha y agradecido por la oportunidad de tomar una taza de té antes de regresar a su solitaria vida en la playa. Más que nunca, se daba cuenta de que la semana que habían pasado juntos era lo que quería para siempre. Estaba cansado de su existencia solitaria, pero de momento no tenía alternativa. Ophélie no estaba preparada para más de lo que compartían en ese momento, es decir, amistad con la promesa de una futura relación amorosa. No estaba lista en modo alguno para nada más. A Matt no le quedaba más remedio que esperar y ver qué sucedía entre ellos, si es que llegaba a suceder algo. Y si no era así, si Ophélie no llegaba a ser capaz de acercarse a él, al menos podía seguir siendo amigo de ella y de Pip. Sabía que cabía esa posibilidad. La vida no ofrecía garantías; ambos habían tenido ocasiones más que suficientes para comprobarlo.
Al entrar en la casa, le complació observar que los retratos de Pip y Chad colgaban en los lugares de honor del salón.
– Son preciosos, ¿verdad? -comentó Ophélie con una sonrisa de orgullo antes de volver a darle las gracias por ellos-. ¿Qué tal estaba Vanessa al irse?
Le había cobrado muchísimo afecto, como también a Robert. Al igual que su padre, eran dos personas estupendas, de buenos modales, buen corazón y buena escala de valores. Los apreciaba sinceramente.
– Triste -repuso Matt al tiempo que pugnaba por desterrar de su mente el recuerdo de la noche que había pasado desnudo con Ophélie en su cama.
Ojalá hubiera sido capaz de confiar en él, pero no le quedaba otro remedio que esperar que llegara a ese punto algún día, si era afortunado.
– La veré dentro de unas semanas. Pip y tú le habéis caído muy bien.
– Y ella a nosotras -aseguró Ophélie con calor.
Cuando Pip subió a hacer los deberes, se volvió hacia él con expresión compungida.
– Siento lo que pasó en Tahoe -se disculpó.
Era la primera vez que sacaban el tema a colación, porque Matt no quería incomodarla ni presionarla. Le parecía mejor silenciarlo.
– No debería haberlo hecho. En francés, a eso se le llama ser una allumeuse. Creo que en inglés se emplea una palabra mucho más desagradable. Pero en cualquier caso, no está bien. No pretendía tomarte el pelo ni engañarte. Creo que, si acaso, me engañé a mí misma. Creía estar preparada, pero no era cierto.
A Matt no le hacía gracia hablar del tema con ella, pues temía que incluso eso pudiera empujarla a adoptar conclusiones drásticas. No quería cerrar ninguna puerta entre ellos, sino dejarlas todas abiertas de par en par, dar a Ophélie la oportunidad de cruzarlas cuando estuviera preparada. Cuando eso ocurriera, si es que ocurría, él la estaría esperando. Entretanto, solo podía amarla tanto como supiera, aun cuando su relación fuera limitada.
– No engañaste a nadie, Ophélie. El tiempo es un fenómeno extraño. Es imposible definirlo, comprarlo o predecir el efecto que provocará en las personas. Algunas personas necesitan más, otras menos. Tómate todo el que necesites.
– ¿Y si nunca llego a estar preparada? -preguntó ella con tristeza.
Temía que pasara eso. La intensidad de sus temores y su efecto paralizante la habían asustado.
– Si nunca llegas a estar preparada, te querré igual -le aseguró Matt.
Era cuanto Ophélie necesitaba oír. Como siempre, Matt la hacía sentir a salvo, sin presiones, sin agobios. Estar con él era como dar un largo y pacífico paseo por la playa; apaciguaba el alma.
– No te atormentes, tienes otras muchas cosas de que preocuparte. No me añadas a la lista. Te aseguro que estoy bien.
Le dedicó una sonrisa y se inclinó sobre la mesa para besarla en los labios. Ophélie no se resistió, sino que más bien aceptó el gesto con alegría. En el fondo de su corazón, lo amaba, solo que aún no sabía qué hacer al respecto. Si algún día se permitía volver a vivir y a amar, sabía que el elegido sería Matt. Pero, por otro lado, la torturaba la posibilidad de que Ted hubiera acabado con su existencia como mujer. No merecía ejercer semejante poder sobre ella, pero, por mucho que detestara reconocerlo, aún lo ejercía. Había destruido una parte esencial de ella, una parcela que ya no encontraba, como un calcetín extraviado, un calcetín lleno de amor y confianza. No tenía ni idea de dónde se encontraba. Por lo visto, había desaparecido. Ted lo había tirado a la basura, sin molestarse siquiera en llevarlo consigo. Ophélie se preguntaba una y otra vez qué habría significado para su marido, si la amaba cuando murió, si la habría amado alguna vez. Nunca conocería las respuestas; lo único que le quedaba eran preguntas.
– ¿Qué haces esta noche? -quiso saber Matt antes de irse.
Ophélie abrió la boca para contestar, pero titubeó cuando sus miradas se encontraron. Matt leyó la respuesta en sus ojos y se exasperó.