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– No quería decir eso -murmuró y se acercó, pero se detuvo antes de despertarle. Estaba agotado.

Le quitó los zapatos a Mitch y lo tapó con una manta. Recogió algunas cosas y se volvió para verlo de nuevo. Definitivamente era muy guapo.

Y ella estaba muy cansada. ¿Debería ir a dormirse en el sofá?

No, eso era una tontería. Mitch estaba durmiendo. Ella podría quitarse la blusa, la falda y las medias y deslizarse debajo de las sábanas. No había ningún problema.

Se colocó, apagó la luz y se quitó las horquillas. Ya estaba lista para conciliar el sueño. Estaba a punto de dormirse cuando la voz de Mitch la sobresaltó hasta tal punto que casi se cayó de la cama.

– Buenas noches -balbuceó como si estuviera borracho.

– Buenas noches -respondió con el corazón desbocado. Acostarse al lado de un hombre dormido era una cosa, pero al lado de uno despierto era otra muy distinta. ¿Qué debía hacer?

Sin embargo, no tenía motivos para preocuparse porque Mitch controlaba perfectamente la situación. Había habido momentos en los que Britt lo había atraído. Normalmente, cuando una mujer se acostaba con él, él tenía ciertas expectativas. Con ella sería diferente.

Serían amigos y no amantes. Incluso en su estado de semiconsciencia, lo recordaba. Pero se preguntó cómo sería la relación entre los dos. Todo era nuevo para él, pero necesitaba aclarar la situación. ¿Cuáles serían las reglas a seguir? Y más que nada ¿qué haría con su nueva mejor amiga?

– Brin -dijo con la voz pastosa-, ¿qué tipo de películas te gustan?

– ¿Películas? -preguntó con la mirada fija en la oscuridad-. No voy al cine.

– ¿No vas al cine? -se incorporó apoyado en un codo y la miró intrigado-. ¿Qué quieres decir?

Britt se volvió de lado para darle la espalda y siguió mirando la semioscuridad.

– Leo. No me decepcionan con tanta frecuencia.

Mitch hizo una mueca y se frotó la cara. Leía libros. No se podía hacer eso con una amiga. No daría resultado. Bostezó.

– ¿Qué me dices del desayuno? ¿Sales a desayunar? o…

– No desayuno -respondió impaciente preguntándose qué le pasaba a ese hombre.

– ¿Qué? ¿Y te consideras un amante de lo sano?

– No he sido yo la que ha dicho que lo sea -murmuró deseando que Mitch volviese a dormirse-. Has sido tú.

– Entonces, ¿qué te gusta hacer? -volvió a bostezar.

– Leer y trabajar.

Leer y trabajar. Mitch volvió a tumbarse y fijó la mirada en el techo. Él no podría hacer ninguna de esas dos cosas con ella. No tenía más remedio que enseñarle a llevar una nueva vida.

– Te llevaré a la playa -dijo quedo.

– ¿Qué?

– A la playa. Te enseñaré a practicar el deporte de la tabla hawaiana.

– Nunca -quedó boquiabierta.

– Sí. Espera y verás -suspiró y a los pocos segundos su respiración dio a entender que dormía de nuevo.

Britt se mantuvo quieta con los ojos bien abiertos y se preguntó qué diablos había querido decir. Mitch no se parecía a ninguno de los hombres que ella conocía. Esbozó una sonrisa. Debería saborear ese momento. No creía probable que volviera a compartir una cama con un hombre tan apuesto.

Pero ella no había planeado estar en la cama con nadie. No tenía necesidad de ello. ¿Para qué servía una relación con un hombre? Se necesitaba cuando se quería tener hijos y educarlos. Ella no pensaba tenerlos. Tenía su trabajo. Tenía su vida. No necesitaba nada más.

De pronto descuidó la guardia y permitió que un recuerdo acudiera a su mente. Inmediatamente cerró los ojos y se obligó a no pensar en ello. Su vida tal como estaba era perfecta. El pasado estaba muy lejano y no tenía por qué recordarlo.

Decidida, cerró los ojos e inmediatamente concilió el sueño.

Capítulo Cinco

Cuando Mitch se despertó tenía la cabeza pegada a la melena de Britt. Antes no se había dado cuenta de lo largo, tupido, sedoso y fragante que era. Se estiró con los ojos a medio abrir y respiró su aroma. Durante un momento, olvidó su plan de fomentar una amistad con ella.

Britt se despertó al mismo tiempo. Miró el reloj, igual que siempre. Después permaneció quieta porque presintió que Mitch también estaba despierto. A pesar de que le daba la espalda lo sentía. De pronto fue consciente de que la estaba tocando el pelo.

Aquella situación era ridícula. Eran dos adultos, medio vestidos, separados sólo por unas sábanas, que se habían despertado al mismo tiempo, pero no sabían cómo mirarse a los ojos.

– Qué haces? -murmuró Britt.

– Aspiro el aroma de tu pelo -respondió sin titubear.

Ay Dios. Aquello empeoraba la situación.

– Por qué?

– Porque huele muy bien. Es un olor exótico como el del sándalo. Me recuerda ritos extraños en templos antiguos…

– Tienes alucinaciones -consiguió decir ahogando una carcajada.

– Si esto es la locura, no intentes curarme -murmuró mientras enroscaba un mechón en sus dedos.

La risa desapareció y de pronto Britt tuvo dificultad para respirar. Si permanecía en esa postura, casi imaginó…

Imaginó, ¿qué? ¿Estaba loca? Debía acabar con aquella situación inmediatamente. No necesitaba a ningún hombre en su vida. No quería a un hombre en su cama todas las noches. Y definitivamente no quería casarse. Había rechazado todo eso durante toda su vida.

Era necesario que lo detuviera, que alejara su mano, debía decir algo mordaz.

Mitch la observaba apoyado sobre un codo. La luz del sol de la mañana se filtraba y le daba un color dorado cremoso a la piel femenina. La línea de su cuello, la curva de su hombro, el tirante deslizado por su brazo… era un cuadro de tanta belleza que no podía dejar de mirarla.

Ahí estaba su amiga.

En ese momento sus sentimientos no eran los de un amigo así que debía dominarlos. Aquella relación no daría resultado si no dominaba su libido.

Lo logró a base de un esfuerzo sobrehumano.

– Las niñas no se han despertado -dijo él animado y mirando a su alrededor-. ¿Cómo hemos tenido tanta suerte?

Britt suspiró aliviada.

– Ni siquiera han chistado -aceptó y se cubrió el pecho antes de volverse para verlo.

Se dijo que mirarlo la ayudaría porque así desaparecía el misterio.

– Llevan horas durmiendo -dijo él.

– Tres, para ser exacta. No lo considero un récord.

– Parecen horas después de anoche -se desperezó-.

Gracias por dejar que me quedara aquí, Britt. Te lo agradezco.

– No. Gracias a ti. Sin ti no hubiera podido con las niñas.

Mitch le sonrió y ella le correspondió. Todo iba a marchar bien. Los dos se dominarían. Era un acuerdo tácito entre los dos.

Mitch fue el primero en desviar la mirada. Estaba un poco nervioso como si no supiera qué se suponía que debía hacer. Últimamente cuando despertaba en la cama con una mujer lo primero que pensaba era en cómo escapar con el menor sufrimiento.

Chenille Savoy debía haber sido la que cambiara las cosas, la que cambiara su mala suerte con las mujeres. ¡Vaya broma! Se preguntó si Chenille volvería a hablarle alguna vez. Seguramente no. Las mujeres como ella no soportaban que nadie las dejaran plantadas.

– Ha sido divertido -dijo Britt-. Como la primera vez en la que me dieron permiso para pasar la noche fuera.

– Como mi primera fiesta -sonrió-. Pero no diría que ha sido divertido aunque sí interesante.

– Supongo que está a punto de terminar -comentó Britt inquieta y desvió la mirada.

– ¿Eso crees? ¿Por qué lo dices?

– No podemos seguir así. Tendremos que hacer algo con estas criaturas.

– Tienes razón -se volvió y dirigió la mirada hacia el lugar en el que las pequeñas seguían durmiendo-. Son encantadoras, ¿verdad?