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Britt asintió, era cierto. Pero necesitaban volver a su casa, dondequiera que estuviera. Miró a Mitch y pensó que iba a pasarlo mal cuando se llevaran a las gemelas. ¡Nunca lo hubiera imaginado!

– ¿Crees que Janine vendrá a buscar a sus hijas esta mañana? -preguntó Mitch.

– No tengo la menor idea -no podía describir lo que pensaba de una madre capaz de abandonar así a sus hijas.

– Si no encontramos a Janine ni a Sonny, supongo que tendremos que permitir que el Servicio Social cuide a las criaturas hasta que encuentren a sus padres.

– Aquellas palabras enfriaron la mañana.

– ¿Trabajan los sábados? -preguntó él.

– Estoy segura de que deben tener algún teléfono de emergencia -se encogió de hombros.

Los dos permanecieron sentados un momento mientras pensaban. Pocas horas antes, Mitch había querido deshacerse de las chiquillas, pero por algún motivo había cambiado de opinión. Desde luego, quería que estuvieran en el hogar que les correspondía, pero sólo si era lo mejor para ellas.

– Se me ha ocurrido algo. Te dije que trabajo en la oficina del fiscal del distrito. Tengo facilidad para hablar con la policía y podría ir al centro de la ciudad para tratar de averiguar cómo está la situación sobre Sonny. Es posible que también averigüe algo sobre Janine. ¿Qué dices?

Britt levantó la mirada contenta, sintiendo que le habían quitado un peso de encima.

– Sería maravilloso. ¿Crees que realmente podrías averiguar algo?

– Lo averiguaré si ellos saben algo -le pareció extraño que le agradara complacerla-. Te prometo que buscaré en todos los rincones. Tienen una red de información muy amplia, no te imaginas lo grande que es.

– Estupendo.

Britt desvió la mirada porque presintió que se iban a sonreír de nuevo y temió lo que aquello podría desencadenar. Ya era hora de seguir la rutina acostumbrada. Midió la distancia que había hasta el baño y pensó en cómo llegar allí sin tener que ponerse la blusa y la falda.

– Creo que me voy a dar una ducha -anunció-. Hay otro baño al lado de la sala si quieres…

– También yo tengo un baño al otro lado del pasillo -le recordó-. Será mejor que vaya a mi apartamento -añadió y se frotó la barba.

– Muy bien, pero… -sonrió.

– Pero, ¿qué? -preguntó él.

– Iba a decir que no dejes que ningún vecino te vea. Pero acabo de recordar que no conocemos a ninguno, ¿verdad?

– Exacto -se levantó de la cama y se desperezó-. Tu reputación está segura.

– También la tuya.

– Volveré dentro de unos minutos -rió. Miró hacia las criaturas que dormían y se dirigió hacia la puerta de entrada.

Tenía la mano a pocos centímetros del picaporte cuando llamaron a la puerta.

– iBritt! -gritó alguien afuera-. ¿Estas en casa? Déjame entrar.

Mitch volvió a la habitación y Britt, que había oído todo, se asomó intrigada.

– Parece que es Gary, mi jefe -dijo-. ¿Qué diablos querrá?

– ¿Le abro la puerta? -preguntó Mitch sin intentar contestar a la pregunta de Britt.

– Está bien -dijo después de titubear-. Pero antes voy a ducharme. Dile que espere.

Ella desapareció y Mitch abrió la puerta justo cuando Gary iba a llamar de nuevo. Gary casi perdió el equilibrio al entrar. Era un hombre delgado, alto, de pelo rojo rizado y con gafas. Iba con ropa deportiva.

– ¿Dónde está ella? -exigió y al ver a Mitch parpadeó como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo.

– Tranquilízate -murmuró Mitch-. Britt está bien.

– ¿Puedo preguntarle qué hace usted aquí? -preguntó Gary enfadado mirando a Mitch de pies a cabeza.

Mitch se encogió de hombros. Había pensado dejar entrar a aquel hombre y luego irse a su propio apartamento, pero comenzaba a creer que iba a cambiar de opinión.

– No, no se lo permito.

– No me diga que usted… usted… -balbuceó.

– ¿Qué he pasado la noche aquí? -la sonrisa de Mitch fue letal-. Odio ser yo el que se lo diga, pero así es.

– ¿Por qué, por qué? -no se lo preguntaba a Mitch, se lo preguntaba al destino o quizá a Britt misma. Tenía la mano sobre el corazón como si estuviera a punto de sufrir un ataque cardíaco.

La reacción del hombre era un poco melodramática dada la situación.

– Tranquilízate, hombre -le dio una palmadita en el hombro-. ¿Te apetece un zumo de naranja o un café?

– Nada -Gary miró a su alrededor con tristeza-. Tengo que ver a Britt inmediatamente.

– Britt está ocupada en este momento, pero yo estoy disponible. Si necesitas hablar con alguien, aquí estoy yo -volvió a tocarle el hombro-. ¿Por qué no nos sentamos y…?

– ¿Por qué no me permites verla? -lo interrumpió Gary-. ¿Qué está haciendo?

– Se está bañando.

– Eso dices tú -Gary volvió a mirar a su alrededor-. ¿Cómo ha podido hacerlo? -masculló.

– Escúchame, Gary -dijo y con cuidado trató de empujarlo hacia la puerta-. Si no quieres sentarte… bueno siento que tengas que irte tan pronto. Pero si quieres déjame el recado y yo se lo daré a Britt.

– Cómo sabes mi nombre? -preguntó Gary al hacerse a un lado para evitar que Mitch lo empujara hacia la puerta-. Yo no sé quién eres tú.

– Mitch Caine -dijo resignado-. Ahora…

– ¿Habéis hablado de mi? -preguntó Gary esperanzado.

– Bueno, ella me ha contado quién eres… -Mitch suspiró.

– Es increíble -dijo Gary mucho más tranquilo-. Espero que no tomes esta velada en serio. Espero que te des cuenta de que Britt se siente despechada.

– ¿De modo que eso es? -Mitch arqueó una ceja.

– Sí, ayer tuvimos un contratiempo en la oficina -asintió nervioso-. Discutimos, y ya sabes que Britt es un poco exagerada.

– Sin duda.

– Pero hay que aceptar las cosas como son. Teniendo la mente clara, un hombre como tú nunca la atraería, ¿o sí?

Aquel hombre era insufrible. Mitch sonrió pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos.

– Estoy de acuerdo contigo en eso, Gary. Britt y yo hemos pasado una noche muy larga e intimamos bastante. ¿Comprendes? Nosotros dos somos así… -levantó dos dedos presionados uno al otro.

Gary trató de mirarlo con desprecio, pero sólo consiguió mover la cabeza preocupado.

– No lo creo.

– Créelo -murmuró Mitch sonriendo.

– ¿Qué le has hecho? -preguntó Gary mirándolo fijamente. Comenzó a pasearse por la habitación-. ¿Dónde está? ¿Britt, Britt?

Gary fue a la habitación y al no ver allí a Britt, empezó a llamar a la puerta del baño.

– Britt déjame entrar. ¿Qué te ha hecho?

– ¿Gary? -preguntó sorprendida.

Desgraciadamente Britt no había cerrado con cerrojo. Mitch lo consideró como una muestra de la confianza hacia él.

Pero Gary no compartía esos sentimientos cuando hizo girar milagrosamente el picaporte. Mitch dio un paso adelante, pero fue demasiado tarde. Britt comprendió que había entrado alguien en el baño porque vio la silueta de un hombre a través de la mampara de la ducha.

Aquello no podía estar sucediendo. La gente no se metía en el baño cuando una se estaba duchando. Pero aquella silueta tenía que ser la de Gary porque su voz era inconfundible.

– Britt -gritó Gary-. Britt, tienes que decirme que no estás… que no… que este hombre no significa nada para ti.

– ¿Gary? -gritó Britt al mismo tiempo que cogía una toalla para cubrirse, aunque ya había cerrado el grifo-. ¿Qué haces aquí?

– Britt, necesito hablar contigo.

– ¡Sal inmediatamente! -gritó.

Pero Gary era muy testarudo. No obedeció y trató de acercarse aunque casi no podía ver a causa del vapor.

– Insisto en que me digas toda la verdad, Britt. ¿Dónde estás?

Britt estaba horrorizada. Aquello era imposible, no podía estar sucediéndole a ella. Sin embargo, ocurría.