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– Gary, sal del baño -exigió dominando la histeria. Luego llamó al único que podría ayudarla. Rogó que Mitch todavía estuviera en el apartamento.

– ¡Mitch, Mitch, dile que salga -vio otra figuró detrás de la de Gary y la observó esperanzada-. ¿Mitch? -repitió.

– Estoy aquí, Britt -dijo quedo-. Lo sacaré.

– Date prisa -gritó Britt aferrándose a la toalla.

– No me iré antes de que me contestes -insistió Gary.

– Lo siento, Gary, tienes que irte -Britt pudo ver que Mitch le agarraba un brazo y se sorprendió al ver que Gary bajaba los hombros y se doblegaba.

– Está bien, me iré, pero me sentaré frente a tu puerta y no me iré hasta que hables conmigo, Britt. Quiero que me expliques algunas cosas.

– Te daré todas las explicaciones que quieras -respondió impaciente y sosteniendo la toalla empapada alrededor de su cuerpo-. Pero ahora vete.

Oyó pasos y el sonido de la puerta al cerrarse. Britt suspiró, movió la cabeza y comenzó a quitarse la toalla. Su tranquilidad duró menos de un segundo porque Mitch empezó a hablar y ella comprendió que no estaba sola.

– De ser tú le diría a él que…

– iMitch! -gritó y volvió a taparse con la toalla-. ¿Por qué sigues aquí?

– Me he quedado cuando Gary se ha ido -respondió en tono inocente. Se acercó a la puerta de la ducha para que ella pudiera verle.

Gary volvió a llamar a la puerta, pero Mitch había tomado la precaución de cerrar con llave. Ignoraron a Gary.

– ¿Siempre te bañas con una toalla?

– Sólo me la pongo cuando trata de acompañarme demasiada gente -no sabía si reír o llorar-. Esto parece la Estación Grand Central.

– Lo sé. No deberías haber dejado que entrara Gary.

– Yo no lo he dejado entrar, has sido tú.

– No. De haber sabido que no habías cerrado bien la puerta lo habría mantenido alejado. Desde luego, he entrado con él, pero sólo ha sido para asegurarme de que no se le ocurriera hacer nada.

– Me preocupan tus ideas.

– No te preocupes -aseguró Mitch en tono burlón que la enfureció-. No ha podido ver nada porque al entrar en el baño las gafas se le han empañado con el vapor.

– Ya me siento mucho mejor -respondió con un deje de sarcasmo en la voz-. Pero hay otro asunto. ¿Qué me dices de ti?

– ¿De mi? -se aclaró la garganta-. No te preocupes por mí. Recuerda que somos amigos. De cualquier manera, no sé por qué estás tan enfadada. El cuerpo desnudo es una belleza natural.

– Sal, Mitch.

– Quiero decir que no tienes de qué avergonzarte -continuó como si no la hubiera oído.

– ¿Cómo puedes saberlo? -exigió intrigada.

– ¿Quién, yo? -tosió con delicadeza-. No se me han empañado las gafas porque no llevo.

– Qué quieres decir? -se aferró más a la toalla que la envolvía.

– Te he visto desnuda -respondió despreocupado-. Y lo que he visto me ha parecido perfecto.

– Mitch, sal o gritaré tanto que el edificio se derrumbará.

– Ya me voy, me voy. ¡Dios, qué regañona eres! Cuando oyó que la puerta se cerraba, Britt asomó la cabeza para estar segura de que Mitch había salido. Sólo entonces tuvo valor para soltar la toalla que cayó empapada a sus pies.

Britt tardó diez minutos en calmarse lo suficiente para secarse, ponerse una bata y abrir la puerta para reunirse con los dos hombres que la esperaban.

– Ya has salido -dijo Gary en tono lastimero.

– Hola -dijo Mitch, haciéndose el inocente.

Britt los observó como una maestra enfadada.

– No volváis a hacerlo -les dijo a los dos-. Habéis invadido mi espacio. No me parece nada bien.

– Lo siento, Britt -dijo Gary a la defensiva-. Pero estaba muy preocupado.

Mitch no dijo nada, pero, al menos, logró mostrarse un poco arrepentido. Britt lo miró y tuvo que dominar una sonrisa antes de desviar la mirada. En ese momento le sería más fácil lidiar con Gary.

– éA qué has venido, Gary? -le preguntó-. ¿Qué es tan malditamente importante?

– He venido a ver si estabas bien.

– ¿Por qué no habría de estar bien? -frunció el ceño.

– No sabía qué ocurría -extendió los brazos-. No es típico en ti tener a un extraño en tu apartamento.

– No soy tan extraño -repuso Mitch sin dirigirse a nadie en especial-. Quizá un poco raro, pero no extraño.

– He empezado a preocuparme -continuó Gary-. Me he dicho que quizá te habían raptado y que no habías podido decírmelo por teléfono.

– Eso sí es extraño -murmuró Mitch muy quedo.

Britt observaba a Gary maravillada. Nunca se le había ocurrido pensar que pudiera tener una imaginación tan vívida.

– Gary, has venido a salvarme -dijo quedo.

Mitch frunció el ceño. No le gustaba el giro que estaba tomando la conversación y se sentía un poco marginado.

– Yo también te salvaría -anunció para que Britt recordara que él estaba presente-. Podría salvarte tan bien como cualquiera.

– Te tengo cariño, Britt -decía Gary. Con torpeza, le dio la mano y la miró a los ojos-. ¿No lo sabes? Si necesitas a alguien no tienes por qué pedirle ayuda a nadie como él. Siempre estaré disponible para ti. ¿No lo sabes?

– Ay, Gary -no supo qué decir. Estaba enternecida. Nunca le había dicho nada parecido. Ella no se había dado cuenta…

Mitch observaba callado, hecho al cual no estaba acostumbrado. Quiso decir algo, actuar, pero lo único que podría decir para salvar la situación era proponerle matrimonio.

Britt estaba impresionada y Mitch lo advirtió. Tenía el rostro radiante, el pelo mojado. Estaba recién bañada, sin una pizca de maquillaje y sin duda, era la mujer más bella que había visto en su vida. Deseó que Gary saliera de ahí porque deseaba tocarla y abrazarla.

De pronto recordó que ella sería su amiga. De acuerdo, quería que Gary se fuera para que ella se pusiera un pantalón vaquero y una sudadera vieja; quería que se recogiera el pelo en una cola de caballo para poder deshacerse de esos deseos provocadores que comenzaba a tener.

De alguna manera Gary tendría que irse. Mitch frunció el ceño con rencor al ver que los otros dos murmuraban quedo con las manos entrelazadas y mirándose a los ojos. Tendría que hacer algo para detenerlos.

– ¿Quieres que haga la cama? -preguntó de pronto-. Supongo que la hemos deshecho, ¿no? -los otros dos se volvieron para mirarlo y él sonrió-. Esta noche.

Los ojos de Gary se llenaron de odio y los de Britt de enfado, pero Mitch no se arrepintió de lo que había dicho. Miró de frente a Gary. Este tenía la ventaja de ser unos ocho centímetros más alto que él, pero no le importó. Britt los observó horrorizada.

Pero la situación le salvó porque las gemelas anunciaron en ese momento su presencia.

– ¿Qué ha sido ese ruido? -preguntó Gary que no las había visto.

– Las niñas -respondió Britt agradecida.

– ¿Niñas? -Gary se volvió y las vio-. ¿Tienes unas niñas y no me lo habías dicho?

Britt rió y miró a Mitch con desaprobación antes de ir a levantar a una.

– Gary, cálmate, no es lo que supones -levantó a Danni en brazos y miró a Mitch-. Estamos cuidando a las hijas de unos amigos.

– ¿Amigos? ¿Amigos que no conozco? -Gary se acercó a la camita improvisada de Donna y la miró boquiabierto.

– No los conoces -dijo Britt entregándole a Danni a Mitch antes de inclinarse para levantar a Donna-. ¿No son encantadoras?

– ¿Puedo? -Gary le quitó a Donna-. En efecto, son adorables. Preciosas.

Britt ojeó a Mitch y movió la cabeza. Era evidente que Gary tenía experiencia con pequeños.

– ¿Sabes mucho de bebés? -le preguntó con la mayor indiferencia que pudo mostrar. Les vendría bien cualquier ayuda que les brindaran.

– Por supuesto que sí -respondió-. Mi hermana tiene seis hijos. La más pequeña tiene seis meses. Voy a verlos con frecuencia.