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Britt no despegó la vista del papel. Había borrones en la página. ¿Manchas de lágrimas? Se acongojó al pensar en aquella madre desesperada y por primera vez, realmente vio bien los cuerpecitos que se contorsionaban dentro del canasto.

Bebés, bebés humanos vivos. ¿Qué diablos haría con ellos?

– Disculpe ¿se le ha caído esto?

Mitchell Caine se volvió y vio a una mujer joven que, sonriendo, le ofrecía una caja de cerillas. Era un poco extraño que alguien se le acercara para preguntarle si se le había caído una caja de cerillas.

Mitchell se quitó las gafas de sol dejando al descubierto unos ojos tan azules como el cielo en un día soleado. La joven sonrió agradecida y él le correspondió admirando su valentía.

– No lo sé. Es posible que tuviera una parecida, pero no estoy seguro de que sea la misma.

– Yo la he reconocido de inmediato -le dijo ella-. Es de un centro nocturno al cual voy casi todos los viernes por la noche.

– ¿De verdad? -rió quedo.

– Sí. ¿Por qué no se la lleva? -sugirió-. Estoy segura de que debe ser suya.

– ¿Y si al llegar a casa descubro que no es mía? -bromeó después de titubear y mover la cabeza.

– Le diré lo que voy a hacer -lo miró medio exasperada y medio divertida-. Anotaré mi número de teléfono en ella… -así lo hizo antes de darle la cajetilla y sonreír-. Ahora que tenemos todos los datos, si descubre que no es suya, podrá llamarme. Yo iré a buscarla a su apartamento. ¿De acuerdo?

– Estupenda idea.

– Ella se volvió con coquetería y lo miró por encima del hombro antes de seguir caminando. Mitchell se dijo que era una pena que tuviera otro compromiso con una mujer para esa noche porque de lo contrario iría al centro nocturno al que aquella lo había invitado.

– Hay muchas mujeres atractivas, pero muy poco tiempo -murmuró al entrar al edificio alto de apartamentos.

Silbó mientras el ascensor lo subía a su piso. Era gracioso que ese encuentro en la calle le hubiera levantado el ánimo. Había pasado el día revisando en vano las cuentas de una empresa pequeña de electrónica en busca de alguna prueba de desfalco. Necesitaba algo que enseñarle al fiscal, pero a pesar de haber trabajado hasta tarde, no había encontrado nada. Presentía que el gerente de la compañía era el culpable, pero no podía demostrarlo. Era frustrante.

Pero olvidaría todo eso y se divertiría. Una chica sensual, Chenille Savoy, lo había invitado a cenar a medianoche. Mitchell presentía que aquella noche iba a salir de la apatía que lo aquejaba desde hacía algún tiempo. Esa noche su sangre fluiría con más rapidez. Aquella noche él volvería a vivir un romance después de muchos meses. Lo sentía llegar.

Cruzó el pasillo, pensando en la noche que lo esperaba, el trayecto en coche al centro nocturno; el asiento solitario a una mesa entre el público, en las sombras; la forma en la que Chenille llegaría al escenario, agarraría el micrófono, y lo buscaría con la mirada. En efecto, la noche sería muy agradable.

Sacó la tarjeta frente a su puerta, pero todavía no la había insertado cuando oyó un sonido a su espalda. Se volvió y vio a su vecina. Parecía hacerle señas.

– Disculpe, soy Britt Lee. Acabo de mudarme y soy su vecina. Tenemos un problema. ¿Quiere entrar un momento? Me gustaría hablar con usted.

Mitchell quiso negarse. La mujer con la caja de cerillas en la calle había sido una cosa, pero aquella persona no parecía ser su admiradora. Pero era su vecina. Quizá necesitaba que le conectara el vídeo o algo igualmente fácil. ¿Cómo podía negarse? Debía comportarse como un buen vecino.

– ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó mientras entraba a un apartamento muy parecido al de él. Miró a su alrededor y le sonrió a la mujer, pero ella no le correspondió.

– Haga el favor de sentarse -dijo ella muy seria antes de cerrar la puerta.

– Tengo un compromiso -le dijo Mitchell-. Si puedo ayudarla en algo, lo haré encantado, pero tengo que…

– Siéntese -ordenó ella y señaló el sofá-. Tenemos que hablar.

Él la miró con los ojos entrecerrados. Su vecina, definitivamente no quería lo mismo que la belleza de la caja de cerillas. Supuso que era mejor así porque ella no era su tipo. Delgada, de estatura media, y con el pelo recogido en un rígido moño. Llevaba unos pendientes de perlitas; el traje informe ocultaba su cuerpo.

A él nunca le habían interesado las mujeres tan formales y se dijo que ellas tampoco habían estado nunca interesadas en él. El asunto no presagiaba nada bueno. No sería una conversación rápida, ni se despedirían con indiferencia.

Pero Mitchell era una persona de buena disposición. Se sentó en el sofá sonriendo.

Qué he hecho mal? ¿He dejado la basura en el recipiente equivocado? ¿He dejado la televisión encendida con el volumen demasiado alto?

Britt se desplomó en una silla, frente a él y lo miró con la boca apretada.

Reía, aquel hombre se estaba riendo. Apretó la mandíbula y decidió que no le mostraría ninguna consideración.

Llevaba casi tres horas cuidando a las criaturas y se había encariñado con ellas, pero su enfado contra alguien que había olvidado sus responsabilidades había ido creciendo. En ese momento se preguntaba si sería mejor entregárselas a él o permitir que el Servicio Social se las llevara.

– No se trata de nada parecido -dijo con firmeza y se apoyó en el respaldo para poder mirarlo de frente-. Es algo totalmente diferente. Pronto se lo explicaré. Pero si me lo permite, antes quiero hacerle algunas preguntas.

– Adelante -se encogió de hombros porque cuanto antes terminaran antes podría irse a casa. De pronto sonrió porque se le ocurrió algo.

Su vecina le recordaba a su tía Tess quien siempre tenía un latiguillo detrás de la puerta para cuando alguien se mostraba insolente con ella. Tuvo la tentación de mirar detrás de la puerta de aquella mujer para ver qué escondía allí.

Britt no advirtió la sonrisa. Anotaba unas cosas en un block amarillo. Levantó la cabeza y lo miró con frialdad.

– Al principio estas preguntas le parecerán extrañas, pero al final se dará cuenta de que tenía un motivo para formularlas.

– Bien, pregunte.

– Hábleme un poco de usted. ¿De dónde es usted?

Mitchell decidió contestar, aunque no sabía qué podía interesarle a su vecina.

– Nací y me crié en las islas.

– ¿Tiene familia cerca de aquí? -preguntó ella.

– Realmente no. Casi todos están en la Isla Grande. Tengo a mi hermana Shawnee y su esposo; mi hermano Mack y su esposa Shelley. También está mi hermano Kam. Está aquí en Honolulu, pero es un abogado de prestigio y no lo veo con frecuencia.

– ¿No tiene más familia aquí que pudiera ayudarlo? -preguntó pensativa. Su tono daba a entender que había un gran problema.

– Ayudarme a qué? -preguntó con curiosidad.

– Llegaremos a eso dentro de un minuto.

Mitchell se movió inquieto. Eso se alargaba y a pesar de que no quería ser grosero, el asunto no era interesante. Intentó encontrar una buena excusa para levantarse e irse, pero la siguiente pregunta lo conmocionó hasta tal punto que no protestó cuando ella usó un extraño apodo.

– Dígame Sonny, ¿cree en la santidad del matrimonio?

– ¿Matrimonio?

Matrimonio era una palabra que evitaba a cualquier precio.

– Bueno, nunca he pensado en el matrimonio.

– Me lo temía -murmuró frunciendo el ceño. Mitchell observó con la boca abierta, forzando una sonrisa.

– ¿Busca un… esposo? De ser así…

– De buscarlo, no me fijaría en usted -contestó echando chispas por los ojos.

Quizá él se había equivocado. Las mujeres no acostumbraban a tratarlo así y comenzaba a sentirse ofendido. No le agradaba la idea de casarse, pero ella no tenía por qué mostrarse tan mordaz.

– ¿Por qué no? -exigió buscando la fuente de la enemistad en sus ojos-. Hay muchas mujeres que piensan que soy buen partido.