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Cuando volvieron a la sala y vio que estaba hecha un caos frunció el ceño. Su casa que normalmente mantenía inmaculada, parecía un campo de refugiados. Biberones, ropa, mantas, sonajeros, todo yacía por doquier.

– Qué desorden -comentó-. Dame un minuto y esto quedará…

– No.

– ¿No? -repitió confusa e intrigada.

– No, cuando se tienen niños también se tiene desorden -movió la cabeza y sonrió-. Aprende a vivir con eso, Britt Lee. En este momento necesitas descansar para renovar tus energías para el siguiente encuentro con los angelitos. Vas a venir a sentarte en el sofá y a descansar unos minutos.

– ¿SÍ?

Por algún motivo que no pudo comprender bien, permitió que Mitch la llevara al sofá y tirara de ella para sentarla a su lado.

– Has conseguido que yo te hablara de mi niñez, pero tú no has dicho una sola palabra respecto a la tuya.

– No suelo hablar de ella -se puso tensa y deseó no haber cedido a la tentación. Se movió inquieta-. Tengo que arreglar esto un poco y todavía no hemos desayunado.

Mitch llevaba bastante tiempo trabajando de investigador, de modo que reconoció inmediatamente la reacción de Britt. Con indiferencia fingida, le rodeó los hombros con el brazo para mantenerla quieta.

– Todavía no -murmuró-. Descansaremos y hablaremos. ¿De acuerdo?

Britt se obligó a tranquilizarse un poco y asintió a regañadientes.

– Muy bien, comenzaremos por el principio -sugirió él-. ¿Dónde naciste?

– Aquí en Honolulu -lo miró y desvió la mirada.

– ¿Cuándo?

– Hace veintiocho años -dijo después de humedecerse los labios.

– Ah, eres mayor de lo que pensaba.

– Pero sigo siendo más joven que tú -se volvió con una sonrisa.

– ¿Cómo se llama tu madre? -preguntó sonriendo.

– S-S-Suzanne -dijo y se maldijo por tartamudear.

Mitch le dio entonces la mano, como si quisiera protegerla. Por lo visto a Britt le resultaba difícil hablar de eso. Pero el instinto de Mitch le indicó que necesitaba hablar un poco más del tema. Además, él deseaba saberlo.

– ¿Y tu padre?

– Tom.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No.

– ¿Dónde están ahora tus padres?

– Murieron.

Durante un momento Mitch pensó que quizá sería mejor olvidar esa conversación, pero decidió continuar. Algo le indicaba que Britt necesitaba hablar.

– Lo siento. ¿Cuándo murieron?

Britt tenía un nudo en la garganta y no pudo decir una palabra más. Era ridículo y ella lo sabía. Sus padres habían fallecido años atrás. Ella ya debería aceptarlo con tranquilidad. ¿Qué le pasaba?

Odiaba pensar en eso, odiaba revivir aquellos días. Era como mirar dentro de una cueva y sentir que salía un aire frío y peligroso.

– Yo era una chiquilla -logró decir por fin-. Tenía cinco años.

– Cinco años.

Mitch sentía el dolor que Britt experimentaba y de pronto vio a aquella chiquilla de cinco años, sola con su agonía, asustada, encogida en la oscuridad, con los ojos abiertos por el terror, y la abrazó como si de alguna manera pudiera quitarle el pesar a la pequeña de entonces.

– Lo siento -murmuró y por impulso se inclinó para darle un beso en la cabeza y ocultar el rostro en su pelo.

Britt cerró los párpados con fuerza para impedir que brotaran las lágrimas. No, se dijo con fiereza. No lloraría. Era demasiado vieja, eso había sucedido mucho tiempo atrás y ella debía soportarlo como adulta que era. Pero había algo en el consuelo que Mitch le brindaba que le hacía difícil dominarse. Deseó tumbarse contra él y dejar que la acariciara y le enjugara las lágrimas con besos. Pero no podía permitírselo. Logró olvidar el dolor y dominar la tentación de regalarse con el consuelo que él le ofrecía.

Alejarse del abrazo de Mitch no fue fácil, pero lo hizo.

– Tengo muchas cosas que hacer -murmuró sin mirarlo-. Voy a ver qué tengo para el desayuno.

Mitch la vio salir con el ceño fruncido. Nunca había conocido a una mujer que le tuviera tanto miedo al placer. Eso lo hizo meditar y preguntarse si el placer para él se había convertido en algo demasiado vulgar. Deseaba dárselo a Britt en ese momento, pero ella se rehusaba. Quizá Britt tuviera razón.

La siguió a la cocina donde le propuso algo.

– Yo prepararé el desayuno mientras tú ordenas la sala.

Ella se lo agradeció y Mitch no tardó en tener dos platos llenos de tortitas humeantes, bañadas con mantequilla y miel calentada.

– Eres muy hábil en la cocina.

– Lo soy, puedes preguntárselo a cualquiera.

Estuvieron riendo y bromeando durante todo el desayuno así que cuando las niñas comenzaron a lloriquear, se acercaron a ellas con el rostro sonriente.

– Hola, niñas bonitas -las saludó Mitch y levantó a Danni para dársela a Britt antes de levantar a Donna-. ¿Cómo estáis?

Las dos rieron al oír su voz. Britt seguía sin comprender por qué les agradaba tanto.

– Debe ser tu colonia -le dijo-. 0 alguna vibración mística que emites.

– Es mi personalidad encantadora, Britt. Acéptalo, soy un gran tipo.

Jugaron un rato con las niñas y luego se sentaron para observarlas.

– ¿No te parece que están más espabiladas que el viernes? -le preguntó Britt a Mitch-. ¿Ves cómo miran a su alrededor? No lo hacían al principio.

Mitch estuvo de acuerdo, pero se guardó el resto de su opinión. Conocían los antecedentes de Janine y no podía descartar la posibilidad de que esas criaturas fueran hijas de una madre dependiente de las drogas y que un pediatra tendría que examinarlas pronto. Pero no quería decírselo a Britt. No tenía sentido preocuparla.

Salió para ir a su apartamento para cambiarse de ropa y ver si tenía recados en el contestador. Como siempre, la lucecita parpadeaba. Activó la cinta y oyó la voz de su amigo Mitck quejándose porque Mitch no había acudido a la cita para jugar al tenis con él. Luego oyó la voz de Chenille utilizando su voz de niña pequeña para preguntarle a qué hora la iba a llamar. Finalmente, oyó la voz de Jerry, desde la comisaría.

– Oye, Caine, es posible que quieras venir. Tengo algunos datos más acerca del sinvergüenza que te interesaba. Ven si sigues interesado. Y sí, estoy en la oficina en domingo. Tus impuestos están trabajando.

El sinvergüenza del cual hablaba tenía que ser Sonny. Mitch consultó su reloj, eran casi las doce. Si se daba prisa podría pescar a Jerry antes de que éste saliera a comer.

Fue al apartamento de Britt para hacérselo saber.

– Es posible que el contacto que tengo en el departamento de policía tenga información para mí -le dijo-. Supongo que debo ir a ver si esa información nos puede ser útil.

– ¿Han encontrado a Jaime?

– No lo sé. Iré a averiguarlo y volveré en cuanto pueda -le acarició la mejilla y le hizo un guiño-. Te veré pronto -volvió a salir.

Britt vio que la puerta se cerraba y el corazón se le subió a la garganta. Algo iba a suceder, lo presentía. Deseó que no fuera nada terrible, pero su experiencia en la vida la había acostumbrado a esperar lo peor.

Sin darse cuenta volvió a sonreír cuando se volvió hacia las criaturas. No podía evitarlo. Ellas llenaban algo en ella, algo que no había necesitado antes. Se sentó en el suelo y cantó quedo con un sonajero en la mano y viendo las reacciones diferentes de cada pequeña.

Donna que era franca y siempre estaba dispuesta a cualquier cosa, agarró el sonajero decidida. Danni era más cautelosa. Deseaba esperar y ver antes de comprometerse. Las dos sois los ojos azules y unos mechones de pelo castaño, pero Danni tenía un rizo pequeño en la coronilla, justo donde Donna tenía una pequeña calva.

– Las dos sois adorables -suspiró mientras jugaba con ellas-. Ojalá pudiera quedarme con vosotras.