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– Así es.

– ¿Por qué?

– Porque sé que no aprobarás lo que quiero hacer. Tú quieres deshacerte de ellas, entregárselas a una trabajadora social, a alguien que no les tiene cariño y que sólo desempeña un trabajo y que se las entregará a cualquiera. Yo no pienso hacerlo.

– Tienes que hacerlo. No tienes elección.

– Sí, hay otro camino -respiró hondo y añadió-: Las adoptaré.

– Britt, eso es imposible -se la quedó mirando y vio que tenia los ojos brillantes como si tuviera fiebre. Movió la cabeza más por incredulidad que por enfado.

– ¿Por qué?

– No sabes nada de bebés. Se necesita algo más que comprar pañales y acercarles el biberón a la boca. Es un compromiso para dieciocho años. Implica mucho trabajo, muchos sinsabores. ¿Cómo puedes estar preparada para todo eso?

– No me has dicho nada que yo no me haya dicho.

– Eres una profesional -decidió insistir con más fuerza-. Te volverás loca con dos bebés en casa -le ciñó las manos-. Estás soñando. Es un bello sueño, pero no tiene nada de realista.

– No me importa. Es lo que tengo que hacer -endureció la mirada.

– No sabes lo que dices. Eso es imposible.

– Te equivocas -se volvió y lo condujo hacia la puerta.

– Debes aceptar los hechos, Britt. Eres una mujer soltera, tienes un trabajo. No puedes poner tu vida patas arriba. No es ése tu camino, estás preparada para otra cosa. No dará resultado.

– Vete, por favor vete -dijo después de abrir la puerta y empujarlo hacia ella.

– Britt, esto te conducirá directamente al desastre. Es una locura -se volvió dispuesto a resistir.

– No me importa que sea una locura. No las devolveré.

– Britt…

Le dio un empujón y cerró la puerta. Mitch fijó la i, mirada en la madera, sin poder creer en lo que acababa de suceder. Britt era una persona racional. El debería ~ poder convencerla con un argumento racional. ¿Qué había pasado?

Llamó a la puerta. Tocó el timbre. Britt no contestó. Al final, volvió a su propio apartamento donde dio un puñetazo en la pared antes de sentarse enfurruñado ~ durante media hora. ¿Qué haría? ¿Llamar a la policía? i, ¿A los Servicios Sociales? Tampoco. ¿Seguiría con su habitual rutina fingiendo que ese fin de semana no había ocurrido? Era inconcebible. Entonces, ¿qué haría? De pronto recordó algo que había olvidado. Él tenía una llave.

Volvió a casa de Britt. Metió la tarjeta en la cerradura, la sacó y permitió que las luces parpadearan antes de hacer girar el picaporte.

Britt se acercó a él antes de que Mitch llegara a la mitad de la habitación.

– Me voy a llevar a las niñas -anunció Mitch.

– No -respondió presa del pánico-. ¡No!

– Sí -dio un paso más hacia la habitación y ella se le adelantó para interrumpirle el paso.

Mitch la levantó en brazos, la abrazó e intentó tranquilizarla. Britt lloraba. Había dejado de luchar y se aferraba a él, sollozando como si tuviera el corazón roto. Mitch siguió abrazándola, meciéndola y murmurando palabras cariñosas y Britt continuó llorando, liberándose de años de tristeza, de dolor y miedo. Mitch le acarició el pelo y besó las lágrimas en sus mejillas.

Mitch no pretendía que eso llegara a nada más, pero fue inevitable.

– ¿Britt? -murmuró mientras le observaba los ojos llenos de lágrimas. No pudo hacer la pregunta, pero Britt la comprendió. Lo miró de frente y asintió.

– Sí -respondió, le rodeó el cuello con los brazos y buscó su boca.

El beso de Mitch fue maravillosamente apasionado. Él no dejaba de repetirse que debía ir despacio, pero era incapaz de controlarse. No pudo detenerse. Le quitó la blusa y luego el sujetador para poder acariciarle los senos. Britt se aferró a él de manera posesiva.

Mitch había imaginado que ella tardaría en excitarse ya que llevaba años dominando su sexualidad. Pensaba que iba a tener que ser delicado y persuasivo para que ella se desinhibiera. Pero descubrió que Britt era como una bomba de tiempo cuyo día había llegado. Parecía que todos los deseos reprimidos durante años explotaban ante sus caricias.

Britt lo ayudó cuando Mitch comenzó a tirar de su pantalón. Lo tiró al suelo y se tumbó en el sofá para observar fijamente a su amada. Mitch se quedó muy quieto mientras admiraba la belleza de los pezones oscuros, endurecidos en sus suaves senos, el valle que bajaba desde su ombligo y la oscuridad que conducía al misterio que encerraba entre las piernas.

Mitch se dijo que debía seguir lentamente. Britt era virgen. No quería herirla ni asustarla. Pero ella se contorsionaba y se arqueaba como si no pudiera soportar un segundo más sin que la tocara, así que Mitch empezó a darse prisa. Apenas acababa de quitarse la ropa cuando ella tiró de él para colocarlo encima de ella.

– Britt -murmuró él-. No quiero lastimarte…

Ella no oía. Se movía a su lado, deseándole tanto como él la deseaba a ella. Mitch se dio cuenta de que Britt comenzaba a exigir y eso lo sorprendió.

No debería haberle sorprendido. Britt había esperado ese momento durante muchos años. Se había dicho que no lo necesitaba ni lo deseaba, pero eso había sido cierto hasta que había aparecido Mitch en su vida. El deseo abierto que veía en los ojos de Mitch hizo que su corazón se desbocara y lo único que quería era unirse a él, recibirlo dentro de su cuerpo, y disfrutar con él como nunca se había atrevido a imaginar.

Mitch la penetró con lentitud, dominando la satisfacción que le exigía su cuerpo. Hubo un momento de conmoción. Britt abrió los ojos y contuvo la respiración.

– ¿Estas bien? -preguntó Mitch y comenzó a retirarse.

– ¡Sí! -respondió con fiereza y le incrustó los dedos en la espalda-. No te alejes, ay, no lo hagas.

Mitch dominó la intensidad de su deseo y se obligó a ir despacio. Al mismo tiempo se inclinó para acariciar un pezón con la lengua; luego, fascinado vio que ella explotaba debajo de él, que se estremecía y gritaba con los ojos abiertos por la sorpresa.

Britt volvió suspirando a la realidad y Mitch la besó con inmensa ternura.

– ¿Estás bien? -preguntó Mitch sonriendo.

– Sí -murmuró y lo miró un poco cohibida e intrigada.

– ¿Tú no…?

– Todavía no, dentro de un minuto -Mitch sonrió tratando de controlarse.

Britt no sabía nada, todo era nuevo para ella. Nuevo y tan diferente a cualquier otra cosa en su vida que todavía no sabía qué pensar al respecto. Pero Mitch seguía dentro de ella, moviéndose despacio mientras seguía besándola y murmurándole palabras cariñosas. Britt se conmocionó al comenzar a sentir un fuego en el vientre.

– ¿Mitch? -lo miró intrigada.

– Está bien -le dijo acariciándole la mejilla-. Esta vez, estaré contigo hasta el final.

– Ah.

El viaje comenzaba de nuevo y Mitch no tenía forma de detenerlo. La promesa de Mitch se estaba convirtiendo en realidad, Mitch estaba con ella. Mitch gritó su nombre. La sensación fue tan intensa, tan sobrecogedora que Britt tuvo la sensación de que la habitación giraba y que unas luces doradas caían en cascada desde. el cielo. Mitch la abrazaba con fuerza y ella estuvo a punto de gritarle que lo amaba.

Lo amaba, era cierto, pero eso sólo le importaba a ella.

Lo abrazó con ternura y apoyó la cabeza de Mitch en sus senos con todo el cariño que era capaz de dar. Mitch permanecía quieto mientras recobraba el aliento y ella cerró los ojos pensando en cuánto le quería. Estaba completamente enamorada.

– ¿Britt?

Britt bajó la mirada y vio que Mitch la estaba observando.

– Britt, gracias -murmuró al mismo tiempo que le acariciaba los labios con un dedo-. Gracias por haberme permitido ser el primero.

Britt rió quedo. El primero y el único. Después de eso, nunca permitiría que otro hombre se acercara a ella. Nunca.

Capítulo Diez