Выбрать главу

– Te ayudaré, Britt -le informó Mitch un poco después, cuando estaban ya vestidos y sentados a la mesa de la cocina, tomando un té-. Pero tendrá que ser a mi manera.

Britt lo miró a los ojos y supo que confiaba más en él que lo que había confiado en nadie, sin embargo, él no sabía, no comprendía…

– Quieres intentar adoptar a las gemelas -respiró hondo y suspiró con lentitud-. Quiero que lo pienses cuando estés menos emocionada. Pero -añadió rápidamente, antes de que ella pudiera protestar-. Dije que te ayudaría y eso haré. Tienes que darte cuenta de que no podrás hacerlo sola. No puedes huir para desaparecer con Donna y Danni. Presiento que te has concentrado en el hecho de que nadie sabe dónde están las gemelas y estás pensando que podrías esconderte en algún sitio para criarlas sin que nadie se enterara.

Britt no contestó, pero Mitch comprendió que se había acercado mucho a la verdad.

– No sería una manera de vivir, Britt -murmuró-. De todos modos, no podrías salirte con la tuya. Además, no sería justo que las gemelas no sepan de dónde provienen. Sé que eres sensible a eso.

Le dio un apretón en la mano.

– Tendremos que revelar su existencia a las autoridades y pronto. Es necesario que lo hagamos antes de que descubran la pista y vengan aquí.

Calló y la observó para ver si Britt le estaba prestando atención y asimilaba lo que le estaba diciendo.

– Hay más. Será casi imposible que logres algo por medio de los trámites normales. No hay ningún motivo para que te permitan adoptar a las niñas en vez de entregárselas a alguna pareja que esté esperando una adopción desde hace tiempo. ¿Por qué habrían de hacerlo?

– Gemelas -contestó Britt mirándole esperanzada-. No hay mucha gente que quiera gemelas. Es posible que nadie las quiera y quizá las colocarían en casa de una familia que las cuidara hasta que… -se estremeció y bajó la mirada, soltó la mano y levantó la taza como si de alguna manera ésta pudiera salvarla. Tendría que decírselo, pero nunca le había hablado de su pasado a nadie y no iba a ser fácil.

Mitch la observó sin estar seguro de lo que ella pensaba ni por qué eso parecía afectarla de manera tan intensa. De cualquier manera si eso era lo que Britt deseaba, él haría todo lo posible por ayudarla.

– De acuerdo. Las llevaremos los dos. Pero antes de hacerlo, llamaré a mi hermano Kam para pedirle que venga.

Britt lo miró intrigada.

– Kam es un buen abogado. No está especializado en adopciones, pero tiene colegas que sí lo están. Sabrá lo que tenemos que hacer y qué influencias se necesitan. No puedo garantizarte nada, pero al menos él sabrá lo que puedes hacer. Si es posible, él se encargará del asunto -torció la boca al pensar en su hermano-. Es posible que convenza al juez de que eres la hermana perdida de Janine. No conozco a ningún abogado mejor.

Britt tenía los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Le dio la mano e intentó hablar, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hacerlo.

– Tranquila -le advirtió alarmado-. Todavía no ha pasado nada. Sólo digo que es lo mejor que podría suceder. No he dicho que sea un hecho consumado.

– Lo sé -dijo con voz ronca y moviendo la cabeza-. Pero, Mitch…-se puso de pie y le rodeó el cuello con los brazos. Sollozó angustiada y agradecida. Se había sentido muy sola durante mucho tiempo.

– Brin -murmuró sintiendo algo que no podía identificar. Le acarició la espalda-. ¿Te vas a sentar y vas a decirme por qué estás tan tensa? Necesito saberlo.

Britt titubeó, pero sabía que era hora de hablar. Asintió, se sentó a su lado y se enjugó las lágrimas.

– Se debe a que sé demasiado bien lo que puede pasar -dijo indecisa-. Yo pasé por lo mismo.

– ¿Quieres decir después de la muerte de tus padres? -frunció el ceño y ella asintió.

– Sí, estábamos solos. No teníamos parientes y nos pusieron al cuidado de una familia. Yo tenia cinco años y mi hermano, ocho.

– ¿Tu hermano? Creía que me habías dicho que no tenías hermanos.

– Ya no, pero lo tenía entonces. Lo adoptaron de inmediato. Era un niño simpático y bueno. Se lo llevaron a Oregón y nunca tuve noticias de él.

– ¿Qué pasó contigo?

– Nadie me quería -trató de sonreír, pero su mirada era triste, tan triste que a Mitch se le desgarro el corazón-. Yo era una chiquilla flaca y traviesa.

– Estoy seguro de que eras encantadora.

– Quizá no -se encogió de hombros-. No tengo ninguna foto de modo que no puedo decir si era fea o no.

Sin embargo, tuviste una familia que te acogió.

– Eso sí -rió con amargura-. La tuve. De hecho, fueron tres familias durante el primer año -desvió la mirada-. Como podrás observar, no debía de ser fácil quererme. Nadie quiso quedarse conmigo.

– Ay, Dios, Britt -gimió-. No hables así, no era culpa tuya.

Britt se estremeció en sus brazos, pero no volvería a llorar. Mitch la abrazaba con mucha fuerza como si pensara que podía haber olvidado lo que había ocurrido en el pasado. Britt sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás para poder verle la cara. Maravillada, levantó la mano para acariciarle la mejilla. Parecía que a él le importaba.

– ¿Qué sucedió después del primer año?

– Me colocaron en casa de la familia perfecta para cuidar niños. Tenían nueve criaturas, yo fui la décima.

– ¿Cuánto tiempo duraste con ellos?

– Unos tres años -se mordió el labio-. Me alimentaron y me vistieron. Nos tenían muy organizados, cada uno tenía su quehacer y lo hacíamos muy bien.

– Suena… -titubeo porque no supo si debía decirlo-. Suena como un anticuado orfanato.

Justo -asintió-. Nos cuidaban. Nos colocábamos en fila sonriendo para que la trabajadora social nos viera así cuando iba a la revisión. La pareja que nos acogió trabajaba mucho para asegurarse de que tuviéramos lo básico. Pensaban que hacían todo lo que podían por nuestro bienestar.

– Pero no os dieron cariño -adivinó.

– Eres muy listo, Mitchell Caine -le sonrió-. ¿Cómo lo has sabido?

– Lo he oído en tu voz. Continúa. ¿Adónde fuiste después?

– La madre, la llamábamos Mamá Clay, se puso gravemente enferma. Yo era demasiado pequeña para comprender lo que estaba pasando. Ya no pudieron cuidarnos de modo que nos repartieron en casas nuevas y diferentes -bajó la mirada a sus manos-. Y en ese momento comenzó mi pesadilla.

– Háblame de ello.

– Me colocaron con una pareja que tenía dos niños. Eran mayores que yo. Eran niños. Eran… supongo que los describiría bien diciendo que eran delincuentes -calló.

– ¿Te hicieron daño?

– Sí. Me hicieron cosas que no quiero recordar. Quizá lo haga algún día. En este momento no puedo hablar de eso.

– ¿No hizo nadie nada al respecto?

– Desde luego. Les pegaban cuando los pescaban. Ellos prometían no volver a hacerlo, pero encontraban nuevas maneras de torturarme.

Mitch cerró los ojos y trató de olvidar la necesidad de averiguar quiénes habían sido esos dos chicos para encontrarlos y hacerles pagar por lo que habían hecho. Pero esa necesidad en él no era muy realista en ese momento.

– ¿Qué me dices de sus padres? ¿Eran buenos contigo?

– Ellos creían que sí, eran muy estrictos.

– ¿Te pegaban? -exigió y se volvió para observarla.

– No -negó con un movimiento de cabeza-. Ese castigo no era aceptable. La trabajadora social se aseguró de que lo supieran. Nunca me tocaron. Pero la familia era un perfecto caos. No sé si podré lograr que comprendas lo horrible que fue. Nadie hablaba, todos gritaban. Se tiraban los platos, se maldecían. Nunca se sabía cuándo iban a empezar una riña. A veces yo despertaba a media noche y Norman -era el padre-, estaba persiguiendo a su esposa por toda la casa, gritándole, tirándole cosas, pegándola. Yo me encogía en la cama y me tapaba las orejas. Cantaba para mis adentros para no oír nada. Pero la casa se estremecía. No había modo de huir.