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Se interrumpió un momento y él le apretó la mano.

– Cuando me portaba mal me encerraban en el armario a oscuras. Eso me asustaba mucho y lloraba hasta que me quedaba dormida. Luego sus hijos buscaban la manera de asustarme más. Una vez, pescaron una araña y la metieron en el armario conmigo.

– Britt -la abrazó y comenzó a darle besos-. Lo siento mucho, Britt -repitió una y otra vez-. Lo siento mucho.

– Nunca había hablado de esto con nadie -comentó maravillada-. Creía que era incapaz de hacerlo, pero he podido revelártelo a ti -sonrió y le acarició la cara-. Podría decirte cualquier cosa -murmuró mientras le escudriñaba los ojos como si deseara descubrir por qué él era tan especial para ella.

– tBritt, cuánto tiempo pasaste en ese lugar infernal?

– Hasta que cumplí quince años. Entonces tuve suficiente valor para hablar de la situación con la trabajadora social -sonrió-. Era Kathy Johnson. Fue maravillosa conmigo. Ella ya sospechaba algo, pero me estuvo observando hasta que se lo dije. Ese mismo día me sacó de allí y me llevó a vivir con ella. Sin su ayuda y estímulos nunca habría estado preparada para ir a la universidad. Sigue siendo mi mejor amiga.

– Gracias a Dios. Habías sufrido mucho durante mucho tiempo.

– ¿Comprendes ahora? -le preguntó ella sin dejar de mirarlo a los ojos-. ¿Te das cuenta de por qué no puedo permitir que las gemelas pasen por lo mismo?

– Las circunstancias de tu vida fueron terribles -aceptó después de titubear-. Pero miles de chiquillos terminan en casas maravillosas. No sufren como sufriste tú.

– No puedo arriesgarme -movió la cabeza con firmeza-. Cuando las encontré pensé que podría hacerlo, ya no. No puedo hacérselo a Donna y a Danni. Haré cualquier cosa para quedarme con ellas.

¿Cómo podía él discutir después de lo que ella le había revelado?

– Haremos todo lo posible, Britt.

– No me han dado muchas facilidades -dijo Kam mientras empujaba su silla mirando a Mitchell con una sonrisa sarcástica-. Pero creo que he echado a andar algo en la dirección correcta -movió la cabeza mientras observaba a su hermano menor. Estaban sentados en la cocina de Britt esperando a que ella volviera de acostar a las gemelas. Era martes y las pequeñas eran huérfanas desde hacía tres días.

– ¿Cómo diablos te metiste en esto, hermanito? -Kam hizo una mueca-. Por Dios, gemelas.

– Son unas niñas estupendas.

– Seguro -asintió con expresión cínica-. Todas las criaturas son estupendas. Son como libros que todavía no se han escrito. Podrían ser cualquier cosa.

Vio el bostezo de aburrimiento fingido de Mitch y se echó a reír.

– Está bien, no más filosofía. Estás en esto y no hay más que decir -alzó una ceja oscura-. Todo por culpa de Britt, ¿no? -movió la cabeza-. Siempre andas metido en líos por culpa de alguna mujer.

– No puedes comprenderme porque no tienes corazón. No sabes nada del amor y nunca te ha importado una mujer lo suficiente para cambiar tu vida.

Kam desvió la mirada para que Mitch no viera ningún indicio de la emoción en sus ojos. Mitch no sabía nada de Elaine. Kam no solía desahogar su tristeza con otros, ni siquiera en alguien de su familia. No tenía sentido mencionarlo en ese momento. Elaine estaba muerta y toda esa parte de su vida también estaba muerta. Así debía quedarse.

– De cualquier manera, estoy haciendo todo lo que puedo y conozco a todos los jueces de ese tribunal de modo que hay muchas posibilidades de que pueda abogar por vosotros de manera efectiva. Sin embargo, hay un punto muy peligroso y creo que podría echar a perder todo el asunto.

– ¿Cuál es? -Mitch lo miró muy serio y Kam suspiró.

– Gemelas y el hecho de que Britt sea soltera -movió la cabeza-. No lo sé, Mitch. Si se tratara de sólo una criatura, la soltería de Britt sería un problema, pero podríamos resolverlo. Con gemelas… será muy difícil convencer a cualquier juez de que podrá criarlas y educarlas sola.

– Entonces, ¿la solución es…? -preguntó Mitch sin expresión.

– Tiene que casarse.

Mitch cerró los ojos y soltó una maldición.

– ¿Debo pensar que el matrimonio no forma parte de tu juego? -preguntó con sorna.

– Vamos, Kam -Mitch miró a su hermano con tristeza-. Todavía no estoy listo para casarme. Quizá algún día, ahora no -se contorsionó en la silla-. Britt es una mujer maravillosa y le tengo cariño, pero no puedo casarme con ella.

– Nadie te ha pedido que lo hagas.

Mitch y Kam se volvieron y vieron a Britt en la puerta observándolos con los ojos fríos y duros como una piedra. Mitch comenzó a levantarse, pero ella le indicó que se quedara donde estaba, sin dejar de mirar a Kam.

– Dime lo que realmente piensas -dijo tranquila-. ¿Qué posibilidades tengo?

– Soltera, quizá una entre diez -la miró de frente-. Casada, diría que tienes un noventa por ciento de posibilidades de que te den a las dos niñas.

– Muy bien, me casaré -asintió despacio.

Kam miró a Mitch y luego a Britt.

– Tienes a alguien en mente? -le preguntó Kam-. Cuanto antes se haga tanto mejor será.

– Tengo a varios en mente -asintió calmada. Miró a Mitch y no pudo evitar una puya-. No eres el único hombre que conozco. Ni siquiera eres el único que se ha mostrado interesado en mí.

– Lo sé -protestó Mitch con angustia-. Pero, Britt, no puedes casarte con alguien para quedarte con las pequeñas.

– Puedo -levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados-. Y lo haré.

Mitch comenzó a decir algo, pero se mordió la lengua. Se volvió hacia su hermano y se sorprendió al ver que se estaba riendo de él.

– ¿Qué? -exigió resentido-. ¿Qué diablos te parece tan divertido?

– Nada -Kam levantó las manos y sonrió-. Nada en absoluto -se puso de pie y le habló a Britt-. Me voy. Quiero pasar por el juzgado. Te llamaré cuando sepa algo más.

– Hasta luego -respondió Britt-. Gracias por tu ayuda. No sabes cuánto la aprecio -lo siguió hasta la puerta.

Mitch no dijo nada. No se movió de donde estaba. Tenía la mirada fija en la mesa. Su mente trabajaba deprisa, aunque no lograba llegar a ninguna parte.

Mitch seguía igual de malhumorado tres días después mientras permanecía sentado en la sala de Britt y la observaba hacer los preparativos para la fiesta que iba a ofrecer aquella noche. Había invitado a Jimmy y a Lani para que la ayudaran a cuidar a las criaturas durante la fiesta y ellos se habían presentado temprano para tener todo listo. Faltaba sólo media hora para que los amigos de Britt llegaran.

– Es una idea terrible -gruñó Mitch mientras Britt guardaba la aspiradora en su caja-. Es como una audición para una obra de teatro.

– No tienes que estar presente -le recordó y apretó la boca-. De hecho, no recuerdo haberte invitado.

– ¿Bromeas? Esas criaturas todavía no son tuyas. Siguen siendo de los dos y me aseguraré de que no hagas ninguna locura.

– No voy a hacer ninguna locura. Esta es la única manera. Necesito casarme con alguien y quiero examinar todas las posibilidades que tengo antes de tomar una decisión -empujó a Mitch para poder quitarle el polvo a la mesita para el café. Mitch la miró con resentimiento.

– No comprendo nada. Pareces una mujer racional. Insistes en decir que te gusta estar a cargo de todo, pero estás dispuesta a que algún hombre a quien ni siquiera amas, comparta tu vida y te la arruine -se enderezó echando chispas por los ojos-. Y rechazas mi estupenda idea.

– ¿Qué? ¿Te refieres a tu patético plan de que contrate a un extraño para que finja ser mi esposo? ¡Por favor!

– Tiene lógica. Si contratas a alguien, recibirá un sueldo y no tendrá derecho a decidir cómo has de vivir tu vida.

– Ése es precisamente el problema -lo miró a los ojos antes de desviar la cabeza para evitar que Mitch la hipnotizara con sus maravillosos ojos azules-. Necesito algo más que un nombre en un documento. Voy a educar a dos niñas y ellas necesitan un padre.