Выбрать главу

Por supuesto, ¿por qué no se le había ocurrido a él?

– ¿Quién diablos es Janine? -vociferó.

– Shh, los bebés -se llevó un dedo a los labios-. ¿Ni siquiera la recuerda?

Por fin hubo un elemento diminuto de duda en su voz. Quizá existía la esperanza de que el asunto quedaría aclarado. Aunque a él no le importaba. El enfado comenzaba a sustituir su buen humor.

– Está bien, yo empezaré por el principio -sugirió al dominarse-. Quizá podamos desenredar esto. Esos bebés no tienen nada que ver conmigo. Nada. Yo no engendro hijos con mujeres que no conozco. No sé de dónde ha sacado la idea de que lo he hecho y para serle sincero, me molestan sus acusaciones.

– Entonces, ¿por qué los abandonaron frente a su puerta? -lo miró indecisa y luego a los bebés.

– No sabía que hubieran hecho eso -le recordó-. Yo no los he visto en mi casa. Sólo cuento con su palabra.

Aquello era el colmo. ¿La acusaba de tenderle una trampa? Frunció el ceño con irritación. -Está bien, Sonny.

– Por qué insiste en llamarme Sonny? No me llamo así.

Las palabras la detuvieron. Si él no era Sonny…

– ¿Cómo se llama?

– Mitch. Mitchell Caine.

– Luego, ¿quién es Sonny?

– ¿Cómo voy a saberlo?

Sacó el sobre del canasto y lo observó. De pronto perdió la certeza que hasta ese momento tenía. Quizá él estuviera diciendo la verdad y de ser así no podía culparlo por estar tan enfadado.

– Abandonaron a los bebés, dentro del canasto, con esta nota, frente a su puerta.

Mitch tomó el sobre, lo abrió y leyó rápido.

– ¿No se mudó usted aquí el fin de semana pasado? -preguntó más tranquilo y ella asintió.

– Entonces lleva aquí una semana más que yo.

– ¿Qué? -preguntó sorprendida.

– Es cierto. Alguien llamado Sonny Sanford vivía en mi apartamento antes de que yo lo ocupara. Vienen a buscarlo a menudo.

– Comprendo -tragó en seco y bajó los hombros.

– Sonny Sanford es un delincuente de primera -le explicó él luego de haber sacado su carnet de conducir de su billetera para confirmar su identidad-. últimamente lo han mencionado con frecuencia en los periódicos, lo buscan para interrogarlo sobre el asesinato que hubo en un hotel la semana pasada. Supongo que habrá leído la noticia.

– Nunca me fijo en ese tipo de noticias -murmuró moviendo la cabeza lentamente.

– Me lo imagino -volvió a sonreír al ver su actitud de erudita. Seguro que para entretenerse aquella mujer sólo leía la sección financiera y los editoriales.

Era un alivio poder aclarar por fin el asunto. Mitch consultó el reloj y pensó en Chenille. Si se daba prisa, llegaría a tiempo para ver la primera función.

– Supongo que ya sabes dónde estamos -dijo de forma amistosa-. Esos bebés no tienen nada que ver conmigo.

– Lo siento mucho -lo miró con tristeza-. Sólo trataba de protegerlos.

Él sonrió y de pronto su aspecto fue bastante agradable. Quizá, a pesar de todo, llegaran a ser buenos vecinos.

– No ha habido daños -contestó encogiéndose de hombros-. De hecho, ha sido interesante de alguna manera -se volvió hacia la sala-. Tengo un compromiso y debo irme ya.

– Pero… deja a los bebés.

– No puedo acudir a una cita con ellos -se volvió para despedirse y la vio tan angustiada que tosió con discreción-. Además, no son míos.

– Supongo que eso ya lo hemos dejado claro -asintió con la cabeza inclinada de lado para verlo bien-. Pero tampoco son míos.

– Usted se los ha encontrado -se la quedó mirando porque no comprendía y comenzaba a preocuparse, pero le ofreció su sonrisa más irresistible-. Quien encuentra algo se queda con ello.

– A los niños no se les puede meter en el armario como se hace con unos patines o una pelota nueva de baloncesto. Necesitan cuidados constantes.

Él titubeó y observó la habitación como si fuera a encontrar la respuesta en las paredes. Cuidados constantes.

– Entonces, ¿qué hacemos ahora? -preguntó-. ¿Llamar a la policía?

– Es lo último que querría hacer -movió la cabeza más angustiada y titubeante-. La policía no está equipada para cuidar a recién nacidos. Tienen otras cosas que atender.

– ¿No están las agencias del gobierno para atender este tipo de problemas?

– He llamado al Servicio Social -miró el reloj-. Dése cuenta de la hora que es. Las oficinas deben estar cerradas ya y no me han llamado -lo miró con aire de desafío-. Creo que comprende lo que eso significa. A menos de que Sonny aparezca o vuelva Janine para llevárselos, tendremos que quedarnos con las criaturas toda la noche.

– ¡Toda la noche! No, eso sí que no -Britt creyó que lo vio ponerse lívido. Comenzó a alejarse de ella preocupado al comprender la situación-. Imposible. Además, ¿a quiénes se refiere al decir tendremos?

– Usted y yo -lo siguió para no permitir que saliera-. t0 cree que voy a dejar que los cuide solo?

– Pensaba que por ser mujer, usted se ofrecería a cuidarlos. Es algo que saben hacer las mujeres.

Britt hizo un movimiento negativo con la cabeza y esbozó una sonrisa.

– Lo siento, Mitch. No será tan fácil. Verá, aunque yo sea mujer, no sé nada de bebés.

– Yo tampoco -respondió acongojado.

Los dos suspiraron moviendo la cabeza, unidos con un lazo de tristeza, pero un sonido en la siguiente habitación los hizo reaccionar.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Mitch.

– No estoy segura -contestó Britt-. Vamos a ver.

Las criaturas se contorsionaban en el canasto, agitaban la manta que los cubría y hacían muecas.

– Van a llorar -dijo Britt y levantó a una criatura en brazos.

Mitch observó con recelo a la criatura que seguía en el canasto.

– No me gusta oír llorar.

– Pues va a tener que soportarlo -insistió Britt con firmeza y le pasó a la criatura que tenía en brazos antes de que él pudiera alejarse-. Ahora tendrá que tolerarlo.

Mitch se desplomó en la cama; sostenía a la criatura como si fuera una bomba a punto de explotar. ¿Cómo era posible que eso estuviera sucediéndole a él? Hacía una hora que seguía su rutina pensando en la emocionante cita que lo esperaba. Nunca había imaginado que terminaría cuidando bebés ajenos. Sus planes no incluían cuidar criaturas. No tenía antecedentes ni entrenamiento. Tendría que hacerlo otra persona. Esperanzado miró a su alrededor, pero Britt ya estaba ocupada con la segunda criatura.

Bebés. ¿Qué son, después de todo? Seres humanos en miniatura. Nunca le había prestado atención a las conversaciones sobre bebés y en ese momento lo lamentó.

La criatura se contorsionó y eructó. Mitch miró a Britt alarmado.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó.

Ella los miró y suspiró exasperada. No le tenía la menor consideración. Ella no tenía más experiencia que él en ese tipo de asunto, pero no se dejaba vencer por el pánico.

– Tienen nombres -dijo levantando al otro bebé para tranquilizarlo-. Esta es una niña, se llama Danni. El nombre de la que tienes tú está en el cuello de su trajecito.

Mitch bajó la vista y vio el nombre de Donna bordado en la tela.

– Ay, Dios. Son niñas -se estremeció-. Por nada en el mundo les cambiaré el pañal.

– Actúas como si fueras un bebé -estuvo a punto de echarse a reír-. Por Dios, somos adultos. Podemos organizarnos y somos capaces de hacerlo.

– ¿Eso crees? -no estaba seguro.

Al ver su expresión de terror, Britt se echó a reír. No pudo evitarlo. Nunca había visto a un hombre tan desvalido. Era un hombre atractivo, mundano y dispuesto a disfrutar la vida, pero estaba ahí dominado por un diminuto bebé. Era ridículo.

– Me alegro de que esta situación te parezca tan divertida -dijo Mitch con tono glacial-. Adelante, sigue divirtiéndote. Pero este bebé está haciendo algo y no me imagino qué puede ser.

– Mira -Britt tocó la mejilla suave de la criatura y ésta movió la cabeza en tanto buscaba algo con la boca-. Tiene hambre.