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– Parece que te ha resultado fácil aceptar la situación -sonrió-. Pensaba que ibas a reaccionar violentamente cuando te sugerí que te quedaras para ayudarme.

Mitch contestó con una sonrisa encantadora.

– He estado gritando, ¿no te das cuenta? -repuso-. Un vestigio de mi orgullo lastimado está gritando -hizo un movimiento con la mano-. Pero no le prestó atención.

– Muy bien -se volvió para no verlo sonreír de nuevo-. Supongo que los gritos de las criaturas han ahogado los tuyos.

– ¿Cuánto tiempo crees que tienen? ¿Lo dice en alguna parte?

– No y he tratado de calcularlo. No sé mucho de niños, pero creo que no son recién nacidos, aunque todavía no han llegado a la edad que se ve en las cajas de jabón.

– ¿Las cajas de jabón?

– Las fotos que aparecen en ellas. Las de los bebés mofletudos que tienen unos seis meses. Estas niñas no tienen esa edad -levantó la cabeza al recordar algo-. ¿Has traído algún libro sobre bebés?

– No, no había ninguno en el supermercado.

– Ya he visto que has traído otro libro. ¿No te has dado cuenta de que el cuidado y la alimentación de los coches deportivos no tienen ninguna relación con el cuidado y la alimentación de los bebés?

– Qué diferencia hay entre los bebés y los coches deportivos? Los dos necesitan mucho dinero y cuidados cariñosos.

– Muy bien. No olvidaré que tendrás que ayudar la próxima vez que las criaturas necesiten cambio de aceite -suspiró-. Necesitamos alguna guía para cuidarlos porque ninguno de los dos sabemos cómo hacerlo -pensativa, frunció el ceño-. En algún lugar debe de haber una librería abierta durante la noche -empujó la silla y se puso de pie-. Ya sé, la farmacia de la esquina. Iré a ver qué tienen.

– ¿No crees que es demasiado tarde para que salgas sola a esta hora de la noche?

– Por supuesto que no -replicó-. Tú has salido antes, ahora me toca a mí.

Mitch sonrió cuando Britt se levantó para dirigirse al baño. Aquella mujer le gustaba. No flirteaba ni perdía el tiempo como lo hacían la mayoría de las mujeres que conocía. Era sencilla y sincera, bueno, al menos sincera. Casi como una amiga.

– Hasta pronto -gritó ella al salir del apartamento.

Mitch movió un brazo a manera de despedida y retornó a sus pensamientos. La posibilidad de tener una amiga siempre lo había intrigado. Nunca lo había conseguido. De alguna manera, las mujeres que frecuentaba siempre terminaban siendo algo más que amigas y eso parecía ser el patrón de su vida.

Con ella sería diferente. Britt no era el tipo de mujer que le gustaba y no se habrían acercado tanto de no ser por una contingencia. Las circunstancias eran únicas, indicadas para entablar una amistad. Quizá con ella lograría ganarse una amiga.

Le gustaría. Sería interesante recabar el punto de vista de una mujer sobre las cosas sin que los instintos animales interfirieran. Sería divertido. Podrían desayunar juntos, hablar de la vida en general o quizá de los compromisos con el sexo opuesto que habían tenido la noche anterior. Podría pedirle consejo. Él podría decirle que no le gustaba el hombre con el que estaba saliendo. Quizá podrían ir juntos al cine, luego cenar tarde en uno de sus restaurantes favoritos, Keecko.

Nunca llevaba a sus compañeras a Keecko porque era un poco vulgar para ellas. Ellas necesitaban manteles de lino blanco. Keecko era un sitio para llevar sólo a los amigos. En efecto, sería agradable.

Se levantó dispuesto a salir de la habitación, pero le pareció que algo lo llamaba. Miró hacia atrás, permaneció de pie un momento y vio los platos y el cartón de leche encima de la mesa.

Decidió ordenarlo todo sintiéndose muy virtuoso.

Poco después estaba junto a la puerta de la habitación observando a las criaturas. Parecían angelicales. Se acercó y miró los deditos, las bellas pestañas y las boquitas y experimentó un extraño sentimiento.

– Está en nuestros genes -se dijo quedo-. Uno no puede evitar amar a los bebés.

Al menos mientras dormían.

Ojeó la habitación. Todo estaba limpio y ordenado y tuvo la tentación de tirar al suelo una almohada o sacar algunas cosas de un cajón. ¿Qué pasaría si cambiaba las cosas de los cajones para que ella no encontrara nada? Por instinto supo que eso la enloquecería y deseó no tener tanto miedo de despertar a las pequeñas. Lo haría si no hubiera sido por eso.

Luego se burló de sí mismo por seguir teniendo esos impulsos juveniles.

– Es por culpa de las niñas -murmuró mientras se volvía para salir de la habitación-. Hacen que se despierte el chiquillo que hay en mí.

Al llegar a la sala miró el teléfono sabiendo que debería llamar a Chenille, pero de hacerlo, ¿qué le diría? Ya habría terminado su última actuación y probablemente estaría profundamente dormida en su apartamento.

Por otro lado, quizá estuviera despierta esperándolo. En ese caso… Consultó el reloj. Todavía tenía tiempo para salvar parte de esa noche.

Marcó el número telefónico de Chenille y dejó que el teléfono sonara diez veces antes de cortar la comunicación. Había salido con otro.

¿Quién podía culparla? ¿Por qué habría de esperar a alguien como él? Pero para estar seguro, marcó el número del centro nocturno.

– Sí, Chenille todavía está aquí -le informó el gerente-. Se ha quedado dormida en el camerino y no me gustaría despertarla. Pero si lo desea…

– No -contestó de inmediato-. Déjela dormir, pero después, dígale que la he llamado, ¿de acuerdo?

Colgó el auricular y gruñó. Chenille estaba sola durmiendo en su camerino. Y él estaba cuidando unas criaturas.

Oyó que Britt llegaba a la habitación.

– Toma -le arrojó un libro al entrar, luego sacó otro para ella y se sentó en el sofá-. Lee ése y yo leeré éste.

Mitch sostuvo el libro en la mano y fijó la vista en la cubierta que decía: Desde los biberones hasta los eructos y las sillas indicadas, todo cuanto debe saber sobre la crianza de su bebé. Mitch hizo una mueca y preguntó:

– ¿Por qué no llamarlo simplemente un manual para gente no versada?

– Porque los bebés no son coches -levantó la mirada y al encontrarse con los ojos de Mitch, volvió la cabeza. No quería aceptar lo mucho que le había gustado vol ver a casa y encontrarlo esperándola-. Son mucho más complejos.

– Desde luego -titubeó antes de ofrecerle una de sus mejores sonrisas-. Ahora están dormidos y como están así…

– Sigues queriendo irte, ¿verdad?

Mitch se sintió como un patán pues en cierto sentido, era ella la que le estaba haciendo un favor.

– No, yo…

Britt se puso de pie.

– Pues no vas a marcharte -era preciso mostrarse estricta.

– No será por mucho tiempo -dijo un poco sorprendido por su reacción-. Como mucho sería una hora.

– Tienes una cita, ¿verdad?

– Bueno…

– No puedes irte, lo siento.

Mitch se encogió de hombros. Ya había desistido, pero seguiría alegando para no ceder con tanta facilidad.

– Pero están dormidas.

– ¡Dormidas! -aquel hombre no sabía nada de bebés. De hecho, estaba sorprendida por sus propios conocimientos. ¿Cómo los había adquirido? ¿Por ósmosis? se preguntó-. ¿Realmente crees que van a estar dormidas toda la noche? Se despiertan cada pocas horas.

Mitch se desplomó en el sofá y la sonrió divertido. Podía permitirse el lujo de bromear con ella porque pensaba que tenía la razón de su lado.

– Una hora -repitió y suspiró fingiendo cansancio-. Sólo una hora.

Britt lo miró con expresión desafiante. Si insistía, no podría hacer nada. Mitch podía irse y volver cuando le diera la gana, pero ella se aseguraría de que fuera consciente de la situación en que se encontraban.

– Seguro. Puedes irte y supongo que no puedo detenerte. Adelante Pero antes irás a la farmacia y comprarás uno de esos artefactos con que se aseguran los bebés al pecho. Si te vas, te llevarás a una de las niñas.