Выбрать главу

– ¿Es necesario que les cambiemos los pañales? -dio un paso atrás.

– Creo que no se los hemos cambiado con suficiente frecuencia.

– ¿Si yo las doy el biberón a las dos, las cambiarás tú? -preguntó Mitch, que no quería encargarse de eso.

– ¿Cómo lo harás? -giró los ojos.

– Tengo dos manos, me las arreglaré.

– No seas tonto -levantó la barbilla. El General Britt estaba a cargo del asunto-. Ven, te enseñaré cómo hacerlo. Creo que ya lo tengo resuelto.

Y Britt le enseñó a cambiar pañales. Las niñas despertaban y emitían sonidos de satisfacción. Mitch se sorprendió al darse cuenta de que esos momentos podían causar cierta satisfacción.

– Mira, mamá -le susurró a Britt cuando vio que Donna lo miraba-. Estamos haciéndonos amigos.

– Cambia a esta y yo iré a calentar los biberones -dejó a Danni junto a su hermanita.

Las dos miraron a Mitch. Él las meció y les cantó una canción tonta. Donna sonrió, pero Danni frunció el ceño.

– Danni, Danni, sonrió -entonó él-. Anda, preciosa. Te cantaré una canción.

Mitch repitió sus versos tontos primero dirigiéndose a una y luego a la otra y ellas no tardaron en reír. Mitch sintió un nudo extraño en el pecho, como si dentro de sí tuviera un globo que se inflaba y que pronto iba a explotar. ¿Por qué le causaba tanta alegría la reacción de las niñas?

– ¿Qué canción es ésa? -preguntó Britt sonriendo cuando volvió con los biberones.

– No tengo la menor idea -respondió alejándose de las criaturas a regañadientes-. Quizá mi madre me cantaba cuando yo era pequeño.

– Es posible -se volvió de inmediato-. Toma el biberón, verifica el calor sobre tu muñeca.

Mitch se sentó con Danni en brazos. Sonrió mientras ella bebía con ansiedad.

– Creo que te das cuenta de lo que esto significa. Acabamos de cambiarles los pañales y están bebiendo. Tendremos que cambiarles los pañales otra vez.

– Así es ¿no te parece gracioso?

– ¿Gracioso? -gruñó él-. Me parece que es casi trágico.

Danni lo observaba con los ojos bien abiertos y sin dejar de comer y de pronto, Britt notó que Donna, en sus propios brazos, volvió la cabeza para mirarlo también. Cada vez que Mitch hablaba, Donna volvía la cabeza.

– Dios santo -dijo mirándolo sorprendida-. Incluso a esta edad, les gustas a las niñas. ¿Qué tienes que las atrae?

– Quiero saber por qué no lo ves tú -fingió sentirse ofendido.

– ¿Yo? -no comprendió, pero luego se tranquilizó porque supuso que estaba bromeando. Por lo visto él no lo había notado. ¿Estaría ciego?

– Supongo que soy inmune. ¡Qué suerte la mía! -murmuró.

– No sabes distinguir la buena calidad -cambió a Danni de postura-. 0 quizá no tienes sentido del humor. Las atraigo con mi personalidad de amante de la diversión. ¿No te das cuenta?

– Quizá eso atraiga a las niñas. Presiento que hay algo más que atrae a las mayores.

– ¿De modo, que te has dado cuenta? -sonrió.

– Bueno -repuso evitando mirarlo de frente-. Veo que ocurre, pero ignoro el motivo.

– Te diré qué atrae a las mujeres -se inclinó hacia la cabecera de la cama-. Definitivamente mi forma de besar.

– ¿Qué has dicho?

– Mis besos -repuso divertido-. Nunca se cansan de que las bese.

– Vaya, eso es algo que debe enorgullecerte. No olvidaré grabar en tu lápida, cuando te hayas ido, las siguientes palabras: «Al menos, sabía besar».

Mitch soltó una carcajada y Danni soltó el biberón para mirarlo. Con suavidad, él volvió a metérselo en la boquita antes de preguntarle a Britt:

– ¿Qué quieres que escriban en tu lápida?

– Era lista y supo cuidarse -contestó sin titubear.

– ¡Qué par! -rió después de pensar un momento-. La mayoría de la gente quiere que sus lápidas digan: «madre querida» o «buen padre y esposo» o «fue honrado». Y nosotros estamos hablando de besos y de amor propio. ¿No te parece que somos muy superficiales?

– Habla por ti, no creo que yo sea superficial -apoyó a la criatura en su hombro y le dio unas palmaditas para que eructara-. ¡Pero tú! Piensas que besar lo es todo.

– ¿Cómo sabes que estoy equivocado si no lo has probado?

– Probado, ¿qué? -preguntó a su vez.

– Besarme -respondió-. ¿Quieres ver si puedo hacerte cambiar de opinión?

– No -Britt se ruborizó.

– ¿Qué edad tienes? ¿Unos veinticinco? Britt no contestó.

– Seguro que tienes ya unos diez años de experiencia en besos. Podría besarte para que me dieras tu opinión.

A Britt empezaba a resultarle insoportable la forma en la que se estaba desarrollando esa conversación. Estaba poniéndose nerviosa. Además, nunca besaría a Mitch, no tenía motivos para hacerlo.

– No tengo experiencia en los besos -replicó-. Nunca ha sido uno de mis pasatiempos favoritos. De hecho, casi no he besado.

Mitch la miró sorprendido.

– ¿Por qué será? -preguntó quedo.

Britt deseó no haber revelado esa información. Era algo de lo que nunca hablaba con nadie, ni siquiera con otras mujeres. ¿Por qué, entonces, se lo había dicho con tanta facilidad a él? Tendría que tener más cuidado en el futuro.

– Porque no creo en ese tipo de cosas -dijo para explicar sus sentimientos-. Hay cosas mejores en la vida que salir con un estúpido que no piensa en otra cosa que no sea compartir la cama.

– Quieres decir que nunca has tenido una relación con un hombre?

Britt comprendió que su declaración la hacía parecer como una persona inadaptada, pero tenía la suficiente valentía como para rechazar ser parte de los estereotipos. Se trataba de su vida y ésta no la avergonzaba.

– Nada serio.

– Sé que no es porque no les parezcas atractiva a los hombres -frunció el ceño y movió la cabeza como si no pudiera creer lo que había oído-. Seguro que intentas mantener siempre a los hombres a distancia.

– ¿Y a ti qué te importa? -preguntó a la defensiva.

Mitch se preocupó realmente por ella. Era muy bonita, inteligente y tenía muchas cualidades que deberían permitirle disfrutar de la vida. ¿Cómo podía desperdiciarla de esa manera?

– Debes vivir con plenitud, Britt. Tienes que aceptar la experiencia y probarlo todo. No puedes ocultarte de la vida.

– ¿De lo contrario? -se burló en tono sarcástico-. ¿Sería infeliz?

– Bueno… sí.

– Por favor -no era la primera vez que oía esas palabras-. Algunas de las mujeres más infelices que conozco comenzaron a probar demasiado pronto y a los veintiún años terminaron con dos hijos y un esposo al que no soportan. ¿Feliz? Comparada con ellas, vivo en el paraíso.

Mitch enmudeció; pensándolo bien, ella tenía cierta razón. Conocía a muchas mujeres como la que ella había descrito y también a muchos hombres sufriendo por haberse dejado llevar por la pasión.

La observó con el ceño fruncido y se preguntó qué más podría decir Britt al respecto y si él realmente deseaba iniciar una campaña para que ella cambiara de modo de vida. Sabía que si lo lograba, él correría algunos riesgos que todavía no estaba dispuesto a correr. Valoraba su libertad como cualquier otro y de alguna manera, ella había insinuado que también valoraba la suya.

Britt estaba pensando en otra cosa. No tenía mucho que decir sobre las relaciones sentimentales y prefería dejarlas en el trasfondo de su mente. Cuando su niña terminó de comer, Britt se puso de pie con Donna en brazos, y miró a su alrededor mordiéndose el labio.

– No soporto que tengan tan poco espacio en un canasto -dijo por fin-. Se me ha ocurrido algo -se volvió animada-. Coloquémoslas en unos cajones.

– ¿Qué? -preguntó horrorizado. Instintivamente abrazó con más fuerza a Danni.

– No seas tonto, no he sugerido que cerremos los cajones -lo amonestó moviendo una mano-. Sacaremos los cajones.