Выбрать главу

Aunque sabía perfectamente que debía presentar un aspecto deplorable, la mirada de incredulidad y desaprobación de mi futura compañera de piso no dejó lugar a dudas.

– Tú debes ser Philly Gresham -dijo con una mirada irritada-. Yo soy Sophie Harrington. Será mejor que entres.

– Gracias -dije arrastrando mi maleta hacia el interior-. He tenido un viaje un poco accidentado -expliqué sin necesidad, tratando de romper el hielo-. Se me rompió la cremallera de la maleta.

La hermana mayor de Sophie, Kate, apareció de pronto y me echó una ojeada.

– ¡Dios santo! ¿Has venido a nado? -se sorprendió antes de dedicarme una sonrisa de bienvenida-.

Acompáñame, te mostraré tu habitación. Necesitas soltar esa maleta y darte una ducha caliente mientras Sophie nos prepara una taza de té.

Sophie torció el gesto dando a entender que no estaba dispuesta a hacer de ama de casa, pero después puso cara de resignación y se metió en la cocina al tiempo que soltaba un hondo suspiro.

– No le hagas caso a mi hermana -dijo Kate-. Tenía otros planes para ocupar la habitación vacante, pero lo superará.

– ¿En serio? -me interesé educadamente.

– Se ha incorporado un empleado nuevo a su empresa. Creo que es impresionantemente guapo y, al parecer, necesitaba alojamiento. Sophie se había propuesto seducirlo ofreciéndole una habitación a buen precio -explicó Kate con expresión divertida-. Lo cual hubiera sido un error, ¿no crees? Lo más probable es que nos hubiera llenado la casa de mujeres impresionantes.

– Una auténtica molestia -comenté con una sonrisa de complicidad.

Intercambiamos una mirada comprensiva entre mujeres adultas, aunque sólo teníamos dos años más que Sophie.

– Para mí fue un auténtico alivio cuando la tía Cora llamó para ver si podíamos alojarte. En serio. Sophie intentó discutir con ella, pero sabe perfectamente que cuando la tía Cora abre la boca, no hay más remedio que acatar sus deseos.

– ¿La tía Cora?

– Es la hermana de mi madre. El apartamento es suyo, es una de las propiedades que le correspondieron en su acuerdo de divorcio. Afortunadamente, ella prefiere vivir en Francia y por eso estamos nosotras aquí.

– ¿Pagáis alquiler?

– No, solo los gastos -contestó Kate mientras abría la puerta de un dormitorio-. Esta es tu habitación.

El cuarto estaba lujosamente decorado por un profesional. El suelo era de tarima clara y las paredes estaban pintadas de un impresionante color marrón que solo un experto se habría atrevido a utilizar. La cama era enorme y las sabanas de hilo estaban estampadas con motivos florales.

– Es preciosa.

– Demasiado perfecta para mi gusto -contestó Kate-. Necesita que alguien le insufle un poco de vida. Relájate, Philly -añadió dirigiéndome una afectuosa mirada-, date una ducha y ponte cómoda. Esta puerta da al baño y esta otra a un vestidor.

Yo me hubiera contentado con un pequeño armario, suficiente para acomodar mis escasas pertenencias, pero sería todo un placer poder contar con un vestidor cuando me decidiera a renovar mi vestuario, lo cual no era un caprioho sino una autentica necesidad, dado que iba a trabajar en las oficinas centrales de una importante entidad bancaria.

– ¿Hay alguna lavandería por los alrededores?-pregunté.

– Sí, claro, pero… ¿Para qué salir a la calle con este tiempo cuando tenemos de todo en casa? ¿Quieres que meta tu abrigo en la secadora? -se ofreció Kate.

Sonreí.

– Gracias, Kate.

– Encantada. Voy a ver qué está haciendo Sophie en la cocina. No te preocupes por tu aspecto. Solemos rondar por la casa en albornoz en cuanto llega el vienes por la tarde -dijo con una sonrisa-. Ven a buscar el té en cuanto estés lista.

Capítulo 3

Es de noche y está lloviendo. Tus compañeras de piso han salido y estás sola en un apartamento desconocido. Cuando enciendes la cocina eléctrica para prepararte la cena, se funden los plomos. ¿Qué harás?

a. Te acuerdas de que hay una cafetería en la esquina. Allí puedes comer algo caliente y dar can un tipo que sepa cómo arreglar las plomos. Excelente.

b. Te vas en busca del vecino para pedir ayuda. Sabes que nunca sale de casa en pleno día, pera ya es de noche, así que no habría problema.

c. Llamas al servicio de reparaciones urgentes y suplicas hasta las lágrimas para que te envíen un técnico de inmediato.

d. Sabes que hay una linterna y un fusible nuevo en una repisa situada al lado del contador y lo arreglas tú misma.

e. Te echas a llorar sin saber qué hacer.

– ¿Ya te sientes mejor? -preguntó Kate señalando la tetera para que me sirviera una taza yo misma.

– Mucho mejor -repuse con la melena envuelta en una de las toallas que había encontrado en el baño, un poco preocupada por el aspecto envejecido y deteriorado de mi albornoz.

Nunca había compartido piso con chicas de mi edad y mis mejores amigas de Maybridge me habían advertido que una casa compartida era como un campo de minas, plagado de peleas sobre quién se había terminado la leche o el azúcar, sobre cómo se iban a dividir los gastos de luz y teléfono… Y lo peor de todo, peleas encarnizadas a causa de los hombres. Sin embargo, eso último no sería un problema para mí. Ya tenía suficiente con mantener la atención de mi novio frente al atractivo de un carburador como para complicarme la vida con los hombres de las hermanas Harrington.

Kate parecía muy amistosa, pero yo quería dejar claro desde el principio que no era una aprovechada.

– Tengo que salir de compras -dije mientras me servía el té-. ¿Dónde está el supermercado más cercano?

– No te preocupes por eso hoy -contestó Kate-. Mientras no te comas el queso de cabra de Sophie, no habrá ningún problema.

– Gracias -dije con una cálida sonrisa.

– Philly, ¿conoces a alguien en Londres?

Meneé la cabeza, pero luego me acordé.

– Bueno… -Kate esperaba-, he conocido a nuestro vecino. Compartimos un taxi para llegar aquí.

Kate parecía sorprendida.

– ¿Has compartido un taxi con un desconocido?

– Llovía y él me lo cedió, pero puesto que íbamos en la misma dirección… Hum, es un hombre…-iba a decir que era un hombre muy amable, pero recordé su tono de impaciencia ante mis errores, así que…

– ¿Sí…? -me animó Kate.

– En realidad, le debo una disculpa y, probablemente, también tendré que pagarle un paraguas nuevo -Kate alzó las cejas asombrada-. Es una larga historia.

– Ya me la contarás mañana. Ahora tengo una cita con un abogado absolutamente maravilloso. La hubiera cancelado de saber que llegabas hoy, pero la verdad es que me interesa a largo plazo y no quiero arriesgarme a dejarlo solo un viernes por la noche -dijo Kate con una sonrisa de complicidad-. Y no te preocupes, no vas a tener que quedarte a solas con Sophie: se va a una fiesta. Le hubiera pedido que te invitara, pero tal y como están los ánimos, creo que es mejor no complicar las cosas.

– Lo entiendo -repuse, aliviada. La mera idea de verme arrastrada a una fiesta llena de desconocidos en compañía de Sophie me ponía los pelos de punta. Me tomé con tranquilidad la taza de reconfortante té, mientras las dos hermanas se arreglaban para salir.

Mi alivio fue aún mayor cuando vi aparecer a Sophie con unos zapatos de tacón de aguja, un vestido de seda y gasa plateado, perfectamente maquillada y con el cabello rubio platino cuidadosamente arreglado en una imponente cascada de rizos que le llegaba hasta los hombros. En mi ropero no había nada que pudiera acercarse ni de lejos a la etérea elegancia urbana de esa mujer.

A continuación llegó Kate, espléndida también con un sencillo pero elegante vestido negro.

– ¿Seguro que no te importa quedarte sola? -preguntó Kate-. Tenemos un montón de cintas de video y en la puerta de la nevera hay una lista de establecimientos que sirven comida a domicilio -hizo una mueca-. No solemos cocinar si podemos evitarlo.