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Brougham miró a su anfitrión, con las cejas enarcadas con aire interrogante.

– De todas formas lo va a leer mañana en las páginas dedicadas a la crónica escandalosa, Fitz.

– Cierto, pero esperemos que hayamos salido a tiempo.

– ¿A tiempo para qué? ¿De qué escándalo están hablando? -preguntó Bingley mirándolos a ambos-. ¡Exijo saber!

– A tiempo, mi querido señor Bingley, para evitar que sus iniciales aparezcan impresas en el periódico, como participante en la bacanal de la que acabamos de salir -le informó secamente Brougham-. Sobre usted, señor, no tengo duda, pero sobre Fitz… Bueno -suspiró dramáticamente-, es poco probable que él se escape de que lo mencionen. ¡No después de haber humillado a Brummell! ¡Oh, no, creo que no!

Darcy respondió a la risita de Dy con una mirada fulminante, pero al final su actitud cambió.

– ¡Brummell! ¡Se me había olvidado! ¡La maldita corbata! -Se desplomó en una silla y se masajeó las sienes.

– ¿Darcy derrotó a Beau Brummell? -Bingley se incorporó en su silla y miró a los dos hombres, tratando de detectar si le estaban tomando el pelo.

– ¡Llegó, vio y venció! ¡Acobardó de tal manera a ese petimetre que tuvo que retirar la esfinge! A propósito, Fitz, ¿cuándo le vas a dar la noticia a Fletcher? -La mirada asesina de Darcy y la reservada incredulidad de Bingley animaron a Brougham a seguir con sus burlas, que sólo cesaron cuando se oyó un golpecito en la puerta.

– ¡Adelante! -gruñó Darcy, y enseguida varias bandejas de comida pasaron humeando desde la puerta hasta las mesas. Mientras los criados salían en silencio, Darcy se levantó para servir otra ronda y les pasó los vasos a sus amigos-. Propondría un brindis, si se me ocurriera alguno -murmuró-, pero en este momento…

– Por la amistad -interrumpió Brougham con voz baja pero firme. Darcy lo examinó durante varios segundos; Brougham le respondió con una mirada intensa y cálida. Ante semejante envite, no pasó mucho tiempo antes de que una reticente sonrisa comenzara a esbozarse en las comisuras de su boca.

– ¡Por la amistad, entonces! -respondió Darcy, levantando su vaso. Brougham hizo lo mismo con el suyo y Bingley se unió alegremente, pronunciando el mismo voto. Después de beberse el licor con una carcajada, los tres se concentraron en los manjares que habían traído los criados de Darcy y se acomodaron en los cojines ante el fuego.

Mientras Dy entretenía a Bingley haciendo un repaso a los sucesos de la velada, relatados con mucha más gracia de la que él recordaba haber experimentado, Darcy observaba atentamente a Charles. Nada había salido bien. De hecho, había resultado casi un desastre y no podía evitar fruncir el ceño al pensar en lo que escribirían los periódicos del día siguiente. Ante el relato de Brougham, Charles se mostró divertido y asombrado, pero Darcy percibió un fondo de tristeza en la actitud de su amigo. Cuando respondió a las preguntas de Dy acerca de la señorita Cecil, Darcy sintió que su inquietud se confirmaba al oír que Charles comparaba a la dama de manera desfavorable con la que había conocido hacía poco en Hertfordshire.

– ¡Hertfordshire! Darcy ya me ha contado. ¿Va usted a hacer una oferta?

– ¡Dy! -protestó Darcy.

– Por la propiedad. Hacer una oferta por la propiedad. -Brougham lo miró con severidad y luego volvió a fijar su atención en Bingley.

– Lo había estado considerando -contestó Bingley, sin darse cuenta del intercambio de miradas entre los otros dos- y ya casi había llegado a una decisión. Pero ahora no estoy seguro. Darcy me aconseja que me tome un tiempo y busque más.

– Ése es, en general, un excelente consejo; pero puede haber otras consideraciones.

– Sí -contestó Bingley, demasiado rápido para el gusto de Darcy-. Pensé que las podía haber, pero Darcy… bueno, puedo estar equivocado.

– Ya veo… -Brougham dejó la idea en el aire-. Antes de saltar obstáculos, es bastante sano estar seguro del terreno que se pisa. ¿Te hablé de Sansón, Fitz? -Brougham se recostó en la silla-. ¡Lo perdí en Melton, pobre animal!

– ¡No! -Darcy respondió de manera emotiva al dolor que revelaba la voz de su amigo. Ante la pregunta de Bingley, explicó-: El caballo favorito de Brougham e hijo del mismo semental que mi Nelson. ¿Qué sucedió, Dy?

– Un accidente estúpido, en realidad. He estado en Melton en innumerables ocasiones, lo conozco como la palma de mi mano; excepto que este año uno de los propietarios locales no permitió que incluyeran sus campos en el recorrido de la partida de caza. Llegué demasiado tarde para echarle un vistazo a los nuevos campos y, por ciertas consideraciones que no mencionaré, me uní precipitadamente a la contienda. -Hizo una pausa para darle un sorbo a su brandy y miró solemnemente a Bingley-. Había un seto, ¿sabe? Más alto de lo que yo había intentado saltar y desconocido para mí, con una zanja al otro lado tan ancha como la distancia hasta la China. Sansón se enfrentó al seto como un héroe, pero la zanja nos pilló a los dos por sorpresa. Los dos caímos estrepitosamente, pero Sansón recibió la mayor parte del impacto, permitiéndome a mí salir rodando sólo con un tobillo torcido y un hombro dislocado. Siempre me había reído de la formalidad de Melton: la pistola en la alforja, el disparo y todo eso. Pero, ¿sabéis? Ese día me alegró. Condenarlo a horas de ese dolor mientras yo me arrastraba hasta encontrar un granjero… y todo a causa de mi locura… -Brougham se detuvo de pronto y miró hacia el líquido color ámbar de su vaso antes de beberse un trago-. Estad seguros del terreno que pisáis, amigos míos, muy seguros.

El chisporroteo del fuego en la chimenea fue lo único que perturbó el silencio que siguió al relato de Brougham. Con disimulo, Darcy observó la reacción de Bingley ante la historia de Dy y se sintió complacido de ver la actitud pensativa que adoptaba. Entonces volvió a mirar a Brougham y asintió con la cabeza en señal de agradecimiento por su ayuda.

Dy le hizo un gesto casi imperceptible con los hombros, acompañado de una sonrisa tensa y rápida, y luego se puso de pie.

– Caballeros, ahora debo desearles buenas noches. Ésta ha sido una velada memorable, por no decir reveladora. Creo que es suficiente mencionar que hemos visto algunas personas más de las que nos habíamos propuesto. -Unos gruñidos lo interrumpieron, pero él continuó-: Y hemos estado expuestos -añadió mientras se oían más gruñidos- a nuevas experiencias. -Bingley se rió por el juego de palabras. Brougham le tendió la mano-. ¡Señor Bingley, encantado!

– ¡El placer es todo mío, lord Brougham! -Charles le estrechó la mano y se inclinó, visiblemente complacido por haber entrado en el círculo de Brougham.

– Fitz -le dijo Brougham a Darcy, volviéndose hacia él-, dudo que te vea nuevamente antes de que salgas para Pemberley. ¿Le darás mis recuerdos a Georgiana?

– ¡Por supuesto!

– ¡Bien! Envíame una nota cuando regreses a la ciudad, o tendré que tratar de sobornar otra vez a Witcher, lo que no me hará mucho bien. ¡Ah! Y felicita a Fletcher de mi parte, por favor. ¿Se le subirán mucho los humos si le mando una muestra de mi estimación? Recordaré durante muchos días la expresión de Brummell.

– ¡Estoy tentado de ponerlo en tus manos por completo! Charles -le dijo Darcy a Bingley-, discúlpame un momento mientras acompaño a Brougham a la puerta. -Ante el gesto de asentimiento de Bingley, Darcy escoltó a su amigo hasta el corredor, deteniéndose para asegurarse de que la puerta de la biblioteca quedara bien cerrada. Con un gesto, acompañó a Brougham hasta la escalera.

– Dy -dijo, poniendo una mano sobre el brazo de Brougham-, mis sinceras condolencias por Sansón; era un magnífico animal.