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– No son más que unas rosas, no hay que rasgarse las vestiduras por eso ni por lo que sucedió ayer. Toby es un hombre muy interesante, eso es todo. No hagas una montaña de un grano de arena -protestó Victoria.

Olivia había percibido el nuevo brillo en sus ojos y estaba asustada. Sabía que no olvidaría a Toby.

– Sólo espero que esta noche no pases todo el tiempo con él; si lo haces la gente empezará a hablar. Además, ten en cuenta que la fiesta se celebra en casa de la prima de su esposa, de modo que ten cuidado.

– Gracias por tus consejos -repuso Victoria, y se levantó de la mesa.

A pesar de ser gemelas, tenían un carácter muy diferente, y Olivia sintió un escalofrío al percibir el abismo que de repente las separaba.

– ¿ Qué vas a hacer hoy? -inquirió con aire inocente.

– Voy a asistir a una conferencia, ¿te parece bien? ¿O es necesario que pida tu autorización?

– Sólo preguntaba por curiosidad. No tienes por qué ser tan susceptible, ni maleducada. Además, ¿ desde cuándo me pides permiso? Lo único que esperas de mí es que te encubra, nunca te molestas en cosultarme nada.

– Hoy no será necesario que me encubras, gracias.

Era en situaciones como ésta cuando ambas deseaban tener más amigos, pero las circunstancias les habían privado del contacto con otras personas. Nunca habían contado con la compañía de nadie más, lo que la mayoría de las veces les gustaba, pero había momentos en los que se sentían solas.

– y tú ¿ qué piensas hacer hoy? Supongo que cosas de la casa, como siempre.

El comentario hizo que Olivia se sintiera una persona aburrida. A ella nadie le había enviado dos docenas de rosas rojas con una tarjeta anónima. El hombre al que admiraba había mandado una nota impersonal y para colmo dirigida a los tres. Por un segundo se preguntó si Victoria tendría razón y lo que sucedía era que estaba celosa.

– Ayudaré a Bertie a ordenarlo todo. Nuestro padre se volverá loco si este caos dura mucho tiempo. Me gustaría acabar de arreglar la casa antes del baile de los Astor.

– Qué divertido.

Victoria subió para cambiarse y una hora después se marchó luciendo un traje de seda azul oscuro y un bonito sombrero. Petrie la llevó en el coche al lugar donde se celebraba la conferencia en un barrio muy humilde, y regresó a casa de inmediato.

El resto del día pasó en un suspiro, y cuando Victoria volvió a primera hora de la tarde Bertie le encargó que indicara a los operarios que traían los muebles de un almacén cercano dónde debían colocarlos. Mientras tanto, Olivia intentaba reparar parte de los daños causados en el jardín durante la fiesta.

A las cinco la casa volvía a estar en perfecto estado, como si nada hubiera pasado. Bertie felicitaba a las dos chicas cuando Edward Henderson llegó.

– Nadie diría que ayer se celebró aquí una fiesta con cincuenta invitados -comentó-. Todo Nueva York comenta lo buenas anfitrionas que sois.

A Victoria no le impresionaron los elogios y unos minutos más tarde se retiró con el fin de arreglarse para la celebración de los Astor. Olivia ya había preparado los vestidos, un recatado modelo de Poiret de gasa rosa pálido. Había dudado un instante antes de sacarlos, pero pensó que lo mejor sería no intentar seducir a Toby con otra clase de traje.

– En verdad fue una velada estupenda -comentó su padre antes de acomodarse en su sillón favorito del estudio. Todo se encontraba en el lugar que le correspondía. Olivia le sirvió una copa de oporto, que él agradeció con una cáli- da sonrisa. Cada día disfrutaba más de su compañía-. Me mimas demasiado, ni siquiera tu madre habría sido tan comjlaciente conmigo. Se parecía más a tu hermana; era un poco impetuosa y estaba resuelta a mantener su independencia. -Siempre se acordaba de ella cuando estaba en la casa de Nueva York, que le encantaba compartir con sus hijas, aun cuando el recuerdo de su difunta esposa era en ocasiones doloroso. Estaba satisfecho con la marcha de sus negocios y le gustaba trazar planes con sus abogados. Eran hombres inteligentes, que le recordaban a sí mismo de joven, cuando dirigía un imperio, no tan sólo una cartera de inversiones, como ahora. Henderson había decidido vender la acería de Pittsburgh, y Charles creía haber encontrado un potencial comprador. De todos modos, no se trataba de un asunto fácil, por lo que era probable que permaneciera en Nueva York como mínimo hasta finales de octubre-. ¿Te gusta vivir aquí? -preguntó, feliz de estar a solas con Olivia.

– Sí, pero no sé si querría vivir aquí para siempre. Echaría de menos el campo, aunque me encantan los museos, la gente, las fiestas. En Nueva York siempre hay algo que hacer, es muy divertido. -Olivia sonrió como una niña.

Sin embargo ya era toda una mujer, y Edward a veces se sentía culpable por mostrarse tan posesivo con sus hijas. Estaban en edad de divertirse y buscar marido, pero la posibilidad de que le abandonaran le martirizaba.

– Debería esforzarme más en presentarte a jóvenes que fueran un buen partido. Tú y Victoria os casaréis cualquier día de éstos, pero me aterra la idea; no sé qué haré sin vosotras, especialmente sin ti. Tienes que dejar de cuidarme tan bien para que tu partida no me resulte tan dura. Olivia le dio un beso en la mano.

– Jamás te abandonaré, y tú lo sabes.

Le había dicho eso mismo cuando tenía cinco años, y también a los diez, pero ahora lo sentía de verdad. La salud de su padre había empeorado en los últimos tiempos, tenía el corazón débil y no podía abandonarle. ¿ Quién le atendería? ¿Quién se ocuparía de sus casas? ¿Quién se percataría de que mentía al asegurar que estaba bien cuan do en realidad necesitaba un médico? No podía confiar a nadie su cuidado, ni siquiera a Victoria, pues nunca se daba cuenta de que su padre estaba enfermo hasta que ella se lo decía.

– No puedes convertirte en una solterona. Tú y tu hermana sois muy guapas -afirmó. Sabía que era un error, pero una parte de él deseaba que nunca se casara, aunque ello significara que la joven sacrificara su vida por él. La necesitaba y estaría perdido sin ella. Aun así, era consciente de su egoísmo al no empujarla fuera del nido. Edward no quería pensar más en el futuro, por lo que cambió de tema-. ¿ Ha conocido Victoria a alguien interesante? Ayer no presté demasiada atención a los posibles candidatos.

Henderson había percibidó la fascinación que Charles Dawson sentía por Victoria, aunque lo más probable era que le intrigaran ambas hermanas. Era difícil no maravillarse ante la belleza de las gemelas.

– Creo que no -mintió Olivia para encubrir a su hermana una vez más, aun cuando estaba muy preocupada por la influencia del abominable Toby-. Lo cierto es que todavía no hemos conocido a nadie.

Habían coincidido con las personas más importantes de Nueva York en el teatro, en las fiestas y en los conciertos a que habían asistido con su padre, pero no habían hablado con ningún joven con pretensiones de matrimonio. Olivia sabía que ella y su hermana intimidaban a algunos hombres; otros las consideraban una atracción de circo, e incluso algunos pensaban que eran incapaces de vivir separadas.

– Victoria se está comportando muy bien, ¿no crees? -preguntó su padre con un brillo divertido en sus ojos.

Había llegado a sus oídos que su hija había aprendido a conducir y que había robado uno de sus coches en Croton, pero por fortuna no se había enterado de su conato de arresto, y la aventura del Ford le parecía un asunto trivial e

incluso inocente. Sospechaba que su difunta esposa habría hecho lo mismo a su edad y que en el proceso habría arrollado las flores más bonitas del jardín. Recordó que una vez hizo una apuesta con una amiga y entró en un salón montada a caballo. Todos quedaron horrorizados, excepto Edward, que lo consideró una travesura divertida. Para su edad era un hombre muy tolerante y no le escandalizaba el espíritu indomable de su hija, que incluso aceptaba porque la joven se parecía mucho a su madre.