– Supongo que su hermana también está aquí, no la he visto.
– Yo tampoco, desapareció tan pronto como llegamos. Lleva un vestido espantoso, idéntico al mío -refunfuñó Olivia.
Por fortuna, entre tanta gente no destacaba demasiado. De hecho había otros trajes como el suyo e incluso alguno más atrevido. Charles se rió de su comentario.
– Deduzco que no le gusta mucho, pero es muy bonito. La hace parecer mayor, pero tal vez no deba utilizar esta palabra con una mujer tan joven como usted.
– Yo lo encuentro de todo punto inapropiado. Le dije a Victoria que me hacía sentir como una prostituta, fue ella quien lo escogió, pero el diseño es mío, de modo que me echa la culpa a mí, y hasta mi padre cree que fui yo quien lo eligió.
– ¿ Acaso no le ha gustado? -preguntó Charles divertido.
Olivia estaba pendiente de sus ojos, tan verdes y profundos.
– Al contrario, le ha encantado.
– A los hombres les agradan las mujeres con trajes de terciopelo rojo.
Olivia asintió, y se dirigieron juntos al salón, donde Charles la presentó a un grupo de jóvenes con las que ella entabló conversación. Luego se acercó a los primos de su mujer para comentarles que su hijo estaba enfermo y no deseaba quedarse hasta muy tarde. Al poco tiempo Olivia divisó a su hermana en la pista, en brazos de Toby, bailando un vals. Minutos después observó con horror cómo atacaban un moderno fox-trot.
– Es como ver doble -exclamó una muchacha del grupo mientras las miraba fascinada-. ¿ Sois idénticas en todo? -preguntó con curiosidad.
Olivia sonrió. Siempre sucedía lo mismo, todos deseaban saber lo que significaba tener una hermana gemela.
– Casi. Somos como imágenes contrapuestas; lo que yo tengo en la derecha, ella lo tiene en la izquierda. Por ejemplo, yo tengo la ceja derecha más curvada, ella, la izquierda. Yo tengo el pie izquierdo más grande, ella, el derecho.
– ¡Qué divertido debía de ser cuando erais pequeñas! -exclamó una prima de los Astor.
Un par de jóvenes Rockefeller se habían unido al corrillo. Olivia había conocido a una en la residencia Gould y coincidido con la otra en un té que los Rockefeller habían ofrecido en Kyhuit. Dado que esta familia no bailaba ni bebía, pocas veces celebraban fiestas como los Vanderbilt o los Astor, pero a menudo organizaban discretas veladas o comidas en Kyhuit.
– ¿Os hacíais pasar la una por la otra? -preguntó una chica.
– No siempre, sólo cuando nos apetecía cometer una travesura o salir de algún lío. Mi hermana odiaba los exámenes, de modo que yo los hacía por ella. Cuando éramos muy pequeñas, me convenció de que bebiera su medicina, pero me puse muy enferma porque tomaba ración doble; menos mal que nuestra niñera se percató. Ella sí nos distingue, pero a veces encargaba a un miembro del servicio que nos diera el aceite de ricino u otra cosa que no nos gustaba y siempre les engañábamos.
– ¿ Por qué lo hacías? -inquirió una joven con una mueca de horror al pensar en una dosis doble de aceite de ricino.
– Porque la quiero -respondió Olivia. No siempre resultaba sencillo explicar lo que sería capaz de hacer por su hermana. El vínculo que las unía era tan inquebrantable como difícil de expresar-. Hacíamos muchas tonterías la una por la otra. Al final mi padre nos sacó del colegio porque causábamos demasiados problemas, pero nos divertimos mucho.
Todas estaban maravilladas con las historias de Olivia, que mientras hablaba había perdido la noción del tiempo. Llevaba una hora charlando cuando, al dirigir la mirada hacia la pista de baile, observó que Victoria y Toby seguían allí. No la habían dejado ni un segundo. Bailaban absortos el uno en el otro, ajenos a los que les rodeaban.
Olivia se excusó y fue en busca de Charles, al que encontró en la puerta, con el abrigo puesto.
– ¿ Me haría usted un favor? -rogó con una mirada suplicante difícil de resistir que al abogado le recordó el día en que le pidió que la acompañara a la comisaría.
– ¿ Ocurre algo? -preguntó. Le sorprendía lo a gusto que se sentía a su lado. Era como una hermana pequeña. Sin embargo no tenía la misma sensación cuando se hallaba con Victoria-. ¿ Se ha metido nuestra amiga en otro lío? -inquirió con preocupación.
Estaba claro que siempre era Victoria quien se buscaba problemas y Olivia quien la rescataba.
– Me temo que sí. ¿Le importaría concederme este baile, señor Dawson?
– Charles…por favor. Creo que ya hemos superado la etapa de «señor Dawson».
Charles se quitó el abrigo y lo devolvió al mayordomo. Aunque estaba ansioso por llegar a casa para ver a Geoffrey, acompañó a Olivia hasta la pista de baile y allí descubrió el motivo de su inquietud: Toby y Victoria estaban bailando muy juntos.
Charles la condujo hasta que se situaron cerca de la pareja, pero Toby les esquivaba con destreza, mientras que Victoria parecía ajena a las miradas y muecas de desaprobación de su hermana. Al final la joven susurró algo en el oído de Toby, y poco después abandonaron la pista para dirigirse al salón contiguo.
– Gracias -dijo Olivia con expresión sombría. Charles sonrió.
– No es tarea fácil la que te propones. -Todavía recordaba el enfado de Victoria cuando impidieron que la arrestaran-. Ése era Tobias Whitticomb, ¿verdad?
Charles estaba al corriente de los rumores que sobre él corrían en Nueva York, pero ahora adquirían un significado especial. Si Toby había escogido a Victoria como su próxima víctima, esperaba que se cansara de ella antes de que el daño fuera irreparable. Tal vez los Henderson intervinieran para evitar que las cosas fueran demasiado lejos. Al menos su hermana parecía dispuesta a intentarlo. Olivia le agradeció su ayuda una vez más.
– Lleva más de una hora dando el espectáculo -masculló con furia.
– No te preocupes. Es joven y guapa, tendrá muchos pretendientes hasta que encuentre marido. No puedes preocuparte por todos -dijo para tranquilizarla, aunque sabía que, dada la reputación de Whitticomb, era normal que se inquietara.
– Victoria dice que nunca se casará y que vivirá en Europa, donde luchará por los derechos de las mujeres.
– Seguro que no son más que ideas pasajeras que olvidará cuando encuentre al hombre de su vida. No te preocupes tanto por ella, tú también tienes derecho a divertirte.
Dicho esto, Charles se despidió y se marchó de la fiesta. Olivia fue al tocador de señoras y se miró al espejo. Tenía jaqueca. La noche había empezado con mal pie y ver a su hermana pegada a Toby durante la última hora no había ayudado a aliviar el dolor. Cuando se disponía a salir, vio a Evangeline Whitticomb reflejada en el espejo y dio media vuelta.
– Permita que le sugiera, señorita Henderson, que juegue con niños de su edad o, al menos, que limite su territorio a los caballeros solteros. No debería coquetear con hombres casados y con tres hijos.
Olivia notó que le ardían las mejillas. La esposa de Toby la había confundido con Victoria y estaba lívida de rabia, lo que era lógico.
– Lo siento mucho -se disculpó Olivia haciéndose pasar por Victoria con objeto de tranquilizar las aguas. Era una oportunidad única. Esperaba convencer a Evangeline de que sólo mantenía una buena amistad con su marido-. Su esposo ha hecho varios negocios con mi padre y estábamos charlando sobre nuestras familias; no ha dejado de hablar de usted y sus hijos mientras bailábamos.
– Lo dudo -espetó Evangeline indignada-. Me sorprende que se acuerde de nosotros, pero usted no nos olvide, o se arrepentirá. No significa nada para él, jugará con usted un tiempo y, cuando se canse, la arrojará como a una muñeca usada. Al final siempre vuelve conmigo… no tiene más remedio. -Tras estas palabras dio media vuelta y se marchó.