Ya en casa, las jóvenes subieron a su dormitorio, y mientras se desvestían, Olivia advirtió:
– Nuestro padre se ha dado cuenta de cómo os mirabais esta noche.
Victoria no pareció inmutarse. Olivia sufría sobremanera a causa de su distanciamiento, era una especie de dolor físico del que no podía librarse.
– Él no sabe nada -replicó Victoria con seguridad.
– ¿ y qué hay que saber exactamente? -inquirió su hermana, horrorizada ante la posibilidad de que la cosa hubiera ido demasiado lejos.
Sin embargo Victoria no se dignó a responder, se acostaron sin siquiera desearse las buenas noches y ambas tuvieron una pesadilla que al día siguiente se convirtió en realidad.
Esa mañana John Watson llamó para preguntar si podía ver a Henderson. La visita no parecía nada inusual, pues se reunían con frecuencia, ya Edward siempre le complacía ver a su amigo.
Se dirigieron a la biblioteca, y mientras Bertie les servía café John observó a Edward en silencio. No sabía por dónde empezar, pues conocía su precario estado de salud. Sin embargo no tenía más remedio que decírselo, era su obligación.
– Me temo que soy portador de malas noticias.
– ¿Se ha cancelado la venta de la acería? -preguntó Edward decepcionado, pero no disgustado.
John negó con la cabeza.
– No, todo va bien. De hecho, creo que en Navidades ya estará todo arreglado.
– Eso espero -comentó Edward.
Habían trabajado mucho en el asunto y no parecía existir ningún obstáculo.
– Lo que debo decirte es algo personal, algo que me duele mucho tener que comunicarte. Martha y yo hablamos de ello anoche y llegamos a la conclusíón de que debías saberlo. Se trata de Víctoría…-Le costaba pronunciar las palabras, pues temía que acabaran con la vída de su amigo-. Me consta que tiene una aventura con el joven Whitticomb… Lo síento mucho… de verdad. Al parecer se reúnen en una casita situada al norte de la ciudad. El ama de llaves de una vivienda vecina les ha visto ir alli cada día…Dios mío, Edward, lo lamento mucho -añadió al notar cómo le había afectado la noticia.
– ¿Estás seguro de lo que dices? ¿Quién es esa mujer? ¿Crees que debo hablar con ella? Quizá mienta, podría tratarse de un chantaje.
– Quizá, pero dada la repución de ese hombre, me inclino a creer su historia. No habría venido de no estar seguro. ¿Quieres que hable con Whitticomb? Quizá deberíamos tener una conversación los dos con él.
– Si lo que dices es cierto, le mataré -aseguró Edward con tono sombrío-. No puedo creer que Victoria haya hecho una cosa así. Sé que es impulsiva, que alguna vez me ha robado un coche o mi caballo favorito para cabalgar por las colinas, pero esto, John…esto…me parece mentira.
– Lo comprendo, pero tu hija es muy joven e inocente, y él, un experto en la matería. Según el ama de llaves, mantiene esa casa sólo para sus conquistas. -Debería ir a prisión.
– ¿Qué será de tu hija? No puede casarse con él. Ya tiene esposa, varios hijos y, según me ha dicho Martha, está esperando otro. Me temo que la situacíón es muy complícada.
– ¿ Lo sabe alguien más?
Para Watson, ésta era la peor parte.
– Hace unos días, en el club, Whitticomb hizo un comentario a Lionel Matherson, pero entonces no lo creí. Sin embargo, un empleado del despacho me dijo lo mismo poco tiempo después. Ese hombre es un canalla si no le importa acabar de esa manera con la reputación de una joven. Al parecer explicó a Matherson que tenía una aventura con una muchachita muy inocente y que, cuando acabara con ella, seduciría a su hermana gemela. No mencionó ningún nombre, pero no era necesario.
Edward Henderson palideció y, si John Watson no hubiera estado con él, habría subido de inmediato para interrogar a sus hijas.
– Tienes que hacer algo, y rápido. Si corre la voz, pronto se enterará toda la ciudad. ¿Por qué no envías a Victoria a Europa una temporada? Debes alejarla de él. Has de pensar en su futuro, no puedes dejar las cosas así, será su rui- na. Después de lo sucedido, le costará encontrar marido, y si consigue casarse, no será con alguien de tu gusto.
– Lo sé. -Edward Henderson agradecía la sinceridad de su amigo, a pesar del dolor que le causaban sus palabras-. Tendré que reflexionar al respecto. Mañana la mandaré de vuelta a Croton, pero después… No estoy seguro, creo que Europa no es la solución… No sé qué hacer. Le obligaría a contraer matrimonio con ella si pudiera, pero ¿ qué demonios voy a hacer con un hombre casado y con hijos?
– Matarlo -dijo John Watson en un intento por desdramatizar la situación.
Edward esbozó una sonrisa y asintió.
– Créeme, me encantaría. Considero que debo hablar con él, quisiera saber lo ocurrido.
– Dudo de que sea lo más conveniente. Es bastante evidente qué ha sucedido y sólo te causará un disgusto aún mayor. Me gustaría pensar que sus sentimientos son sinceros pero, aunque lo fueran, ¿de qué le serviría a Victo- ria? No puede casarse con ella, jamás se divorciará de Evangeline, y menos ahora, que espera otro hijo; sería un escándalo terrible. Lo único que puede hacer Victoria es olvidarle.
– Intenta convencerla tú de eso. Me temo que está muy enamorada de él. Les vi bailar e incluso coquetear un par de veces, pero jamás pensé que llegaría a este extremo. Debería haberme dado cuenta, no sé en qué estaba pensando. Ahora entiendo por qué se pasa el día fuera de casa.
Antes de que Watson se marchara acordaron que éste hablaría con Toby Whitticomb y Edward se mantendría al margen con el fin de llevar el asunto con la mayor discreción. Además, el abogado temía que el corazón de su amigo no soportara una confrontación con Toby.
John Watson se dirigió de inmediato al despacho de Whitticomb, aunque le constaba que pocas veces aparecía por allí. Sin embargo, dio la casualidad de que esa mañana sí había acudido porque Victoria tenía una cita con el den- tista y habían quedado en verse más tarde de lo habitual.
La historia que Toby contó era mucho peor de lo que Watson esperaba. Se mostró bastante caballeroso, si podía calificársele de tal, y aseguró que no volvería a ver a la joven ahora que su relación había salido a la luz. Declaró que sólo había sido un juego y que era ella quien había afirmado tener la costumbre de perseguir a hombres casados. Jamás le había hecho ninguna promesa de futuro y, a pesar de lo que se rumoreaba, era muy feliz en su matri- monio con Evangeline, que además esperaba un hijo en abril. Nunca había dicho que abandonaría a su mujer, eso estaba fuera de toda duda. La chica se había vuelto loca, él era la víctima. Era ella quien le había seducido.
John Watson no creyó ni media palabra de lo que le dijo. Al contrario, estaba convencido de que Victoria se había dejado engañar por las promesas de Toby. Era joven e inocente, mientras que él era un hombre de mundo. Estaba claro lo que había sucedido, pero la cuestión ahora era qué sería de Victoria.
A las doce regresó a casa de los Henderson y relató a Edward tanto como se atrevió a explicar de su conversación con Whitticomb, pero la conclusión era que su hija tenía una aventura con el hombre y que éste estaba dispuesto a ponerle fin. No obstante el futuro social de Victoria seguía representando un grave problema. Si no hacían nada y Toby se iba de la lengua, la joven vería arruinada su vida y jamás se le acercaría nadie.
Edward agradeció la ayuda de su amigo antes de que se marchara. Cuando Victoria y Olivia regresaron del dentista, estaba de muy mal humor. Había sido una mañana muy dura para él y su tono era de desesperación cuando se dirigió a sus hijas desde la puerta de la biblioteca.
– Olivia, mañana volvemos a Croton -anunció con mirada severa. Se preguntaba si Olivia conocía el secreto de su hermana. Si era así, la culpaba por haberla encubierto-. Te ruego que lo recojas todo y cierres la casa de inmediato. Haz lo que puedas hoy y lo que no termines lo acabarán Petrie y los otros cuando nos hayamos marchado.