– Es lógico. Ya se le ha pasado -el disgusto -observó Olivia.
– No estoy tan segura. Tengo la impresión de que jamás me perdonará.
– Eso es una tontería. Sin embargo era cierto que su padre estaba más callado que de costumbre, mientras que Victoria se mostraba mucho más dócil, hablaba poco, apenas salía de casa y ya no asistía a las reuniones de las sufragistas. Era como si el desengaño con Toby Whitticomb la hubiera ablandado, había perdido su seguridad y no era tan osada. Olivia sólo deseaba que su padre y su hermana se reconciliaran. Sabía que era cuestión de tiempo pero, hasta que hicieran las paces, resultaba difícil convivir con ellos. El único resultado positivo de toda la historia era que ahora las hermanas estaban más unidas que nunca y jamás se separaban. Victoria necesitaba a Olivia, que se sentía feliz de estar a su lado, y por fortuna aún no habían llegado a Croton las noticias del desengaño amoroso de aquélla.
Esa noche cenaron con su padre y, como era habitual, se retiraron temprano. Victoria no tardó en conciliar el sueño, y Olivia estuvo leyendo hasta que, a medianoche, se quedó dormida con el libro en las manos. Al cabo de un rato despertó y apagó la luz. La chimenea seguía encendida, de modo que el dormitorio estaba caliente, y volvió a acostarse. Minutos después sintió una punzada tan aguda que se incorporó asustada. De manera instintiva buscó la mano de su hermana y entonces comprendió que el dolor no era suyo, sino de Victoria, que tenía el rostro desencajado y las rodillas dobladas.
– ¿Qué te pasa? -No era la primera vez que una experimentaba el dolor de la otra, si bien Olivia nunca lo había sentido con tanta intensidad. Preocupada, apartó las sábanas y descubrió que toda la cama estaba manchada de sangre-. ¡Dios mio Victoria, hablame! Le cogió la mano y se la apretó. Su hermana estaba muy pálida y apenas podía hablar.
– No llames al médico -musitó.
– ¿ Por qué no?
– Por favor… Ayúdame a llegar al cuarto de baño.
La llevó en brazos y dejaron un reguero de sangre tras de sí. Una vez dentro, Victoria puso los pies en el suelo y, de pronto, se desplomó.
– Dime qué te pasa. Si no, llamaré a Bertie y al médico.
– Estoy embarazada -confesó Victoria.
– ¡Dios mío! ¿Por qué no me lo habías dicho?
– No me atrevía -balbuceó Victoria.
– ¿Qué hago? -preguntó Olivia mientras rezaba para que su hermana no se desangrara. Quizá la hemorragia estaba provocada por la caída del caballo, pero prefería no pensar en ello. Temía que su hermana falleciera en el cuarto de baño-. Tengo que avisar a alguien, Victoria.
– No… quédate conmigo… no me dejes…
Su sufrimiento era insoportable y sangraba más que nunca. Presa del pánico, Olivia observó cómo la causa de su agonía se desprendía lentamente de su cuerpo. Al principio ninguna de las dos supo qué ocurría, pero pronto lo entendieron. El dolor comenzó a remitir. El cuerpo del niño yacía entre las piernas de Victoria, que empezó a sollozar histérica. Poco a poco se detuvo la hemorragia. Olivia tomó a la criatura, lavó a su hermana, la arropó con unas mantas y utilizó unas toallas para retirar la sangre. Eran las seis de la mañana cuando por fin acabó de limpiarlo todo. Después, con una fuerza inusitada, cogió en brazos a Victoria, que temblaba convulsivamente, y la llevó a la cama.
– Ya ha pasado, estoy aquí contigo. No te preocupes, estás sana y salva. Te quiero.
No hablaron sobre lo ocurrido, ni sobre el horror que habían presenciado, ni sobre lo que habría sucedido si no hubiera perdido el niño. Dar a luz al hijo ilegítimo de Toby Whitticomb habría destruido su vida para siempre y acabado con su padre.
Olivia añadió un tronco al fuego, cubrió con otra manta a su hermana, que estaba muy pálida, y la contempló mientras dormía. Pensó que tal vez había caído sobre ellas una maldición y, después de lo ocurrido con su madre, no pudo evitar preguntarse si podrían tener descendencia, aunque ella no se imaginaba casada, y mucho menos con hijos.
Victoria dormía profundamente cuando Olivia se puso una bata y bajó por la escalera con el fardo de ropa sucia. Pretendía quemarlo todo pero, para su disgusto, ya había actividad en la cocina, pues eran casi las ocho de la maña- na. Cuando cruzaba el vestíbulo se encontró con Bertie.
– ¿ Qué llevas? -preguntó la mujer.
– Nada…ya me ocupo yo -respondió con firmeza, pero Bertie notó algo extraño en su voz.
– ¿ Qué es?
– Nada, voy a quemarlo.
Se produjo un silencio interminable y, después de mirarla fijamente a los ojos, Bertie asintió.
– Pediré a Petrie que encienda un fuego. Quizá sería mejor que enterraras parte de ello.
Ésa era la intención de Olivia. En el fardo más pequeño se encontraba la criatura.
Olivia y Bertie observaron a Petrie mientras cavaba un agujero y luego encendía el fuego. Quemaron las sábanas y las toallas, y el resto fue depositado en el hoyo. Bertie la rodeó con el brazo mientras velaban en la fría mañana de invierno.
– Eres una buena chica -dijo. Sabía lo que había pasado-. ¿Cómo está tu hermana?
– Se encuentra muy mal, pero no le digas que te lo he comentado; me mataría.
– No te preocupes. Debería verla un médico, pues de lo contrario podría contraer una infección.
– Llámalo entonces, yo hablaré con ella. ¿ Qué le diremos a mi padre? -preguntó con preocupación.
– Que tiene gripe, supongo -respondió Bertie con un suspiro. Había temido que ocurriera algo así. Como todos los de la casa, había oído los chismorreos-. Sin embargo no es justo mantenerle en la ignorancia. Quizá sería mejor que le dijeras algo.
– i Ay, Bertie! No puedo.
Olivia estaba horrorizada. ¿Cómo podía explicarle que Victoria había estado embarazada? No sabría qué decirle, pero tampoco quería que se inquietara por una gripe inexistente.
– Ya se te ocurrirá algo -aseguró Bertie.
– Sin embargo más tarde Victoria volvió a sangrar y apenas se mantenía consciente. Llamaron al médico, que ordenó que una ambulancia la trasladara al hospital de Tarrytown para realizarle una transfusión, de modo que era imposible ocultar la verdad a su padre. Victoria sollozaba mientras le inyectaban la sangre en las venas. Olivia intentó tranquilizarla, pero era inútil, le consumían la culpa y la tristeza, sufría un gran dolor y había quedado muy débil a consecuencia de la hemorragia. Aunque jurara lo contrario, su hermana estaba convencida de que seguía enamorada de Toby y que desearía estar a su lado.
Edward Henderson, que aguardaba desde hacía horas en la sala de espera, miró a Olivia con expresión sombría cuando ésta le comunicó que Victoria por fin dormía. El médico les aseguró que se recuperaría, habían decidido no operarla y les garantizó que podría tener hijos en el futuro. El niño que había concebido era más grande de lo que le correspondía en ese mes de gestación, incluso era posible que fueran gemelos, y Victoria había perdido mucha sangre. Estaba claro que no había manera alguna de fingir que tenía gripe. El doctor prometió que tratarían el asunto con la mayor discreción posible, pero Edward sabía que, hicieran lo que hicieran, al final todo Nueva York sabría que había perdido el hijo ese Toby Whitticomb, lo que confirmaría los rumores y pondría el último clavo en el féretro de su ya difunta reputación.
– Es como si la hubiera matado con sus propias manos -dijo Henderson a Olivia, que había decidido quedarse a dormir en la habitación de su hermana.
– No digas eso -repuso lá joven, que conocía el dolor que le embargaba y lo mucho que sufría por la reputación de su hija.
– Es cierto, ese hombre la ha destruido, aunque ella también ha colaborado en su perdición. Fue tan tonta…Ojalá alguien la hubiera detenido -afirmó.
Olivia lo interpretó como un reproche y susurró: -Lo intenté.
– No me cabe duda -repuso Edward con los labios apretados, lo que indicaba que estaba enfadado. Sin embargo aún era mayor su preocupación por su hija, que había arruinado su vida con ese breve pero estúpido romance-. Lo mejor sería que se casara. Es más fácil acallar los rumores si hay un final feliz -añadió con expresión reflexiva.