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– No puede casarse con ella -observó Olivia. Su padre era tan inocente como su hermana si consideraba tal posibilidad; Toby estaba unido a una Astor.

– Él no puede, pero otro sí podría…Eso si alguien la acepta después de lo ocurrido. Sería lo mejor para ella.

– Victoria no quiere contraer matrimonio -explicó Olivia-, ni ver a ningún hombre, y creo que esta vez habla en serio.

– Es comprensible después de lo que ha sufrido. -Aunque desconocía los detalles, estaba seguro de que lo sucedido la noche anterior no había sido una experiencia agradable, pero quizá le sirviera de lección-. Estoy convencido de que cambiará de opinión más adelante. -Sin embargo le daba igual si no lo hacía. Con su conducta, Victoria había perjudicado a todos y tenía que recompensarles de alguna manera-. No te preocupes.

Edward besó a su hija y se marchó con el entrecejo fruncido.

Esa noche Victoria recibió otra transfusión y por un momento se temió que fuera necesario operarla, pero a la mañana siguiente su estado había mejorado, aunque seguía débil. Pasaron dos días antes de que pudiera sentarse en el lecho, y dos más antes de que fuera capaz de caminar, pero al final de la semana ya estaba en casa, al cuidado de Olivia y Bertie. Su padre había partido hacia Nueva York, porque debía reunirse con sus abogados para tratar el asunto de la acería. Un día comió con John Watson y Charles Dawson en el University Club, y tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse al ver que Toby Whitticomb estaba allí. John escrutó a su amigo y le preguntó si se en- contraba bien, y Henderson asintió. Por fortuna Toby se marchó pronto con un grupo de amigos, sin haber cruzado palabra alguna con Edward y evitando mirar a Watson a los ojos.

Dos días más tarde, Edward Henderson regresó a Croton, satisfecho con el trabajo realizado en Nueva York. Esta vez se había alojado en el Waldorf-Astoria; ni siquiera quería ver la casa, pues habían sucedido demasiadas cosas allí. Además, el único miembro del servicio que le había acompañado era Donovan, el chófer.

Cuando volvió a su hogar faltaban diez días para la festividad de Acción de Gracias. Victoria paseaba por el jardín del brazo de su hermana y ofrecía un aspecto mucho más saludable que cuando la había visto por última vez. Henderson estaba seguro de que en menos de cuarenta y ocho horas se habría repuesto por completo, de modo que esperaría hasta entonces para comunicarle la noticia.

Al final decidió decírselo a las dos al mismo tiempo, pues no tenía secretos para Olivia y necesitaba su apoyo. Le gustara o no, ya se había acordado todo. El domingo por la tarde las llamó a la biblioteca, y Olivia presintió que tenía algo que anunciarles; lo más probable era que las enviara a Europa una temporada para que Victoria olvidara a Toby. A pesar de que no había mencionado su nombre desde que abandonaron Nueva York, ni siquiera en el hospital, sabía que su hermana no lo había superado todavía y se sentía demasiado traicionada para hablar de él.

– Hijas mías, tengo algo que deciros -comenzó su padre sin ceremonia alguna. Observó a las dos con la misma severidad, pero Victoria sospechó que lo que quería comunicarles guardaba relación con ella. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando Edward la miró a los ojos-. En Nueva York todo el mundo habla de ti y hay poco que podamos hacer al respecto, excepto no prestar atención o negar los rumores. Por ahora creo que el silencio es la única respuesta. Aquí también empezarán a chismorrear pronto después de tu reciente ingreso en el hospital y, por desgracia, la suma de estas dos historias dan como resultado una historia aún peor. Todo gracias a los comentarios del señor Whitticomb, que asegura que tú le sedujiste. Algunos no lo creen, espero que bastantes, pero no importa lo que digan o crean los demás; la realidad tampoco es mucho mejor.

– Fui una estúpida -balbuceó Victoria, dispuesta a admitir su culpa de nuevo-, me equivoqué. Quizá me comporté como una libertina, pero creía que me amaba.

– Lo que demuestra que eres más necia que malvada -repuso Edward sin un ápice de compasión, algo nada habitual en él. Estaba muy descontento con el comportamiento de su hija y frustrado por la imposibilidad de reparar el desaguisado. Sólo cabía una solución, y estaba decidido a ponerla en práctica-. Me temo que no podemos cambiar la realidad, y tampoco silenciar al señor Whitticomb, pero al menos podemos restituir tu respetabilidad y, de paso, la nuestra. Creo que nos lo debes.

– ¿ Qué puedo hacer? Haré lo que me pidas -afirmó Victoria. En esos momentos hubiera hecho cualquier cosa por complacerle.

– Me alegra oírte decir eso. Podrías casarte, Victoria, y así lo harás. Es el único modo de frenar los rumores, la gente tendrá otra cosa de que hablar y, aunque digan que has sido una estúpida, quizá incluso la víctima de un canalla, al menos serás una mujer casada y respetable, y al final se olvidará lo que hiciste. Sin la respetabilidad que proporciona el matrimonio, todos tendrán siempre pre- sente tu desliz y acabarán tratándote como a una prostituta.

– Pero no quiere casarse conmigo, ya lo sabes. Me mintió, lo ha reconocido, jamás tuvo la intención de desposarse conmigo, todo fue un juego para él. -Victoria explicó lo que Toby le había dicho la última vez que hablaron-. Además, Evangeline va a tener un hijo en primavera, no la dejará ahora.

– Eso espero -repuso Edward con tono sombrío-. No, Tobias Whitticomb no se casará contigo, no hay duda, pero Charles Dawson sí. He hablado con él. Es un hombre razonable, inteligente y bondadoso, que comprende tu situación. No se engaña en cuanto a tus sentimientos hacia él y, aunque desconoce los detalles, sabe que durante nuestra estancia en Nueva York tuvo lugar un incidente poco afortunado. Perdió a su mujer, a la que amaba con locura, y no busca una sustituta, pero tiene un hijo y necesita una madre para él.

Victoria le miró boquiabierta. -¿Quieres decir que debo solicitar yo ese puesto? Madre de su hijo pero no esposa amada. ¿Cómo puedes pedirme algo así?

– ¿Cómo puedo? -espetó Edward Henderson con gran irritación-. ¿ Cómo te atreves a preguntarme eso después de destrozar nuestras vidas, mantener relaciones con un hombre casado ante los ojos de todo Nueva York y conce- bir un hijo bastardo? Harás lo que te diga y sin rechistar, o te encerraré en un convento y te desheredaré.

– No me importa. Jamás me obligarás a contraer matrimonio con un hombre al que no amo y que no me ama, como si fuera una esclava, un mueble o un objeto cualquiera. No tienes ningún derecho a hacer conmígo lo que quieras, a acordar mi futuro con tu abogado, a forzarle a que se case conmigo. ¿Piensas pagarle por ese servicio? -Además, a ella no le gustaba Charles Dawson. ¿Cómo podía hacerle eso su padre?

– No voy a pagar a nadie, Victoria. Él comprende tus circunstancias, quizás incluso mejor que tú. No estás en situación de esperar que llegue un príncipe azul, ni siquiera de quedarte aquí, en Croton, conmigo y con tu hermana. Ninguno de nosotros podrá volver a poner un pie en Nueva York hasta que se haya resuelto el problema.

– Córtame el pelo, enciérrame, haz lo que quieras, pero no me vendas a un hombre para limpiar nuestro nombre. Estamos en 1913, no 1812.

– Debes obedecer, no hay nada más que hablar. Si no, te repudiaré y desheredaré, no permitiré que arruines tu vida ni la de tu hermana por tu testarudez. Dawson es un buen hombre, y tienes mucha suerte de que esté dispuesto a desposarte. Creo que, si no fuera por su hijo, jamás te aceptaría, de modo que considérate afortunada.

– ¿Hablas en serio? -preguntó Victoria con incredulidad. Olivia, sentada junto a ella, estaba, por diferentes razones, tan perpleja como ella-. ¿ Me repudiarías si me niego a casarme?