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– Si nos hacemos amigos, te contaré un secreto para que puedas diferenciarnos -prometió Olivia con tono de complicidad mientras lo conducía de la mano a la cocina para que probara unas galletas recién salidas del horno.

– Me hubiera ido bien conocer ese secreto en Nueva York -intervino Charles-; ¿por qué no me lo explicaste?

– Jamás se lo hemos revelado a nadie, pero Geoffrey es especial.

Miró al chiquillo y puso una mano sobre su hombro. No sabía qué le había impulsado a hacerlo, pero se sentía muy unida a él, como si hubiera venido a ella por alguna razón, Quizá fuera su premio de consolación, el pequeño que alegraría su espíritu ahora que sabía que nunca tendría hijos. Cuando falleciera su padre, sería demasiado tarde para casarse. Sí, siempre había afirmado que se quedaría en Croton para cuidar de él, pero no eran más que palabras; ahora, en cambio, tenía la certeza de que ése era el futuro que le aguardaba.

– ¿Nadie más lo sabe? El niño estaba muy intrigado y se sentía halagado.

– Sólo lo conoce Bertie -respondió Olivia, que acto seguido le presentó al ama de llaves.

Unos minutos más tarde condujo a los recién llegados a sus habitaciones y deshizo su equipaje. Media hora después Charles y Olivia se reunieron en el salón mientras Geoffrey ayudaba a Bertie.

– Es una criatura encantadora -comentó ella con una sonrisa.

Charles la miró un instante en silencio y se dirigió a la ventana para contemplar el jardín con expresión triste. Era difícil adivinar en qué pensaba.

– Se parece mucho a su madre -afirmó Charles con voz queda mientras se volvía hacia Olivia-. ¿Cómo va todo? -preguntó con verdadero interés, lo que era todavía más doloroso para ella.

La joven deseó que los demás llegaran pronto. -Bien, hemos estado bastante ocupados.

Se abstuvo de explicar que Victoria había estado enferma y se preguntó si ya lo sabía.

– ¿Has tenido que rescatarla de prisión otra vez?

Charles y Olivía comenzaron a reír, y en ese momento Victoria entró en el salón con el traje de montar, las botas llenas de barro y el cabello alborotado.

– A mí no me parece tan gracioso -dijo.

– Ha llegado Charles -Comentó Olivia algo nerviosa, y Victoria la miró con indignación.

– Ya lo veo. Por cierto; no me hace ninguna gracia recordar lo que ocurrió después de la manifestación en Nueva York -informó. Charles y Olivia se miraron como dos niños que acabaran de recibir una reprimenda.

– Lo siento Victoria -repuso Charles con amabilidad mientras le tendía la mano-, ¿ Qué tal el paseo a caballo? -Dawson se esforzaba por congraciarse con ella, pero la joven le trató con suma frialdad. Cuando ella subió a cambiarse para la cena, dijo-: No parece muy contenta.

– Lo cierto es que lo ha pasado bastante mal desde que nos fuimos de Nueva York. -No estaba segura de cuánto sabía Charles y no quería ser ella quien se lo explicara-. Además ha estado enferma.

– Supongo que esto no es fácil para ella, yo también estoy un poco nervioso, pero creo que será bueno para Geoffrey.

– ¿De verdad lo haces por él?

En realidad quería preguntarle si ésa era la única razón, pero no se atrevía. No le conocía lo suficiente.

– No puedo criar a un niño como Dios manda sin la ayuda de una madre-respondió sin mirarla a los ojos.

– Mi padre lo hizo -aseguró Olivia, y Charles rió.

– ¿No te parece bien que me case con tu hermana?

– No he dicho eso, pero deberían existir otras razones.

– Seguro que las habrá cuando nos conozcamos mejor. Ambos asintieron y en ese momento Victoria bajó por la escalera con Geoffrey.

– Sois idénticas -exclamó el chiquillo con expresión fascinada.

– Lo sé. ¿Cómo te llamas?

– Geoffrey -respondió sin un ápice de timidez. -¿Cuántos años tienes? -inquirió Victoria.

El chiquillo presintió que en realidad no le interesaba saberlo. Era muy intuitivo y empezaba a sospechar que, a pesar del parecido físico, las gemelas eran muy diferentes.

– Nueve -contestó.

– ¿No eres demasiado bajo para tu edad?

– Qué va. Soy más alto que mis compañeros -explicó Geoffrey con paciencia.

– No sé mucho sobre niños.

– Olivia sí. Por eso me gusta.

– A mí también -repuso Victoria, que se acercó a su hermana.

El parecido entre ellas era sorprendente, como si fueran dos copias de la misma persona; el cabello, los ojos, la boca, el vestido, los zapatos, las manos, la sonrisa, todo era idéntico. Geoffrey entrecerró los párpados y las observó con detenimiento. Al cabo de unos minutos, ante la sorpresa de todos negó con la cabeza.

– Yo no creo que os parezcáis en nada -afirmó en tono serio, y todos rieron, incluido su padre.

– El lunes le llevaré al oculista -comentó.

– Es verdad, papá, míralas -insistió el chiquillo.

– Lo he hecho muchas veces y siempre quedo en ridículo cuando intento diferenciarlas. Si tú eres capaz de distinguirlas, te felicito; yo no puedo.

En realidad, a veces sí lo conseguía, pero no siempre.

Cada una le producía una sensación distinta, pero si sólo las miraba, sin pensar, sin «sentirlas», no lograba diferenciarlas. A eso se refería Geoffrey, aunque para Charles se trataba de algo visceral y sensual.

– Ésa es Olivia -dijo el muchacho señalándola sin dudar-, y ésa, Victoria.

Las gemelas cambiaron varias veces de sitio, y Geoffrey siempre acertaba. Todos le miraban sorprendidos, incluso Victoria, que no soportaba a los niños, hecho que Olivia le había recomendado no mencionar esa noche. «¿Por qué no? -había preguntado Victoria con malicia-. Quizás así no se case conmigo.» Su hermana le había recordado que, si no contraía matrimonio, su padre la encerraría en un convento, de modo que Victoria decidió seguir su consejo. Apenas abrió la boca durante toda la velada, ni siquiera cuando llegó su padre y se sentaron a cenar. Fueron Olivia y Charles quienes llevaron la mayor parte de la conversación.

– ¿Por qué no te casas tú con él? -preguntó Victoria a su hermana esa noche cuando estaban en la cama-. Es evidente que te sientes muy a gusto a su lado.

– Pero yo no tengo una reputación que salvar. Además, nuestro padre quiere que me quede aquí para que me ocupe de la casa -respondió sin rodeos. Edward había dejado muy claro qué esperaba de ellas, y que Olivia se desposara no entraba dentro de sus planes. Decidió cambiar de tema-. Geoffrey es un encanto, ¿no te parece?

– No lo sé, no me he fijado. Ya sabes que no me gustan los niños.

– Está fascinado con nosotras -observó Olivia con una sonrisa al recordar la facilidad con que el chiquillo las diferenciaba.

Tenía la impresión de que había establecido un vínculo con él, y Geoffrey parecía sentir lo mismo por ella, o quizá por las dos hermanas, pues se notaba que también le gustaba Victoria, aunque ésta no le hubiera prestado mucha atención.

Esa noche Geoffrey había cenado en el salón del desayuno con Bertie, que estaba encantada de tener un niño en casa, al igual que Edward, quien se lo llevó de paseo al día siguiente antes de comer. Olivia se unió a ellos al ver que Victoria salía al jardín con Charles. No quería interrumpirles, tenían muchas cosas de que hablar. Esperaba que su hermana no ofendiera al abogado, porque si lo hacía y él se negaba a casarse, su padre se disgustaría aún más.

– Sé que no es muy normal-comentó Charles a Victoria mientras paseaban-. Cuando tu padre me lo comentó, me pareció un disparate, pero lo cierto es que ahora me gusta la idea, tiene mucho sentido para mí, por Geoffrey.

– ¿Es ésa la única razón por la que has aceptado? -inquirió Victoria sin rodeos. No entendía que un hombre tomara una esposa que no le amaba.

– Es la razón principal. No es justo para él que yo esté solo, hasta tu hermana lo dijo un día en Nueva York, cuando apenas nos conocíamos.