Estaba muy enamorado de su madre -añadió. Era evidente que el recuerdo le resultaba doloroso-. Jamás habrá nadie como ella, nos conocíamos desde niños. Susan era muy impulsiva y fantasiosa, siempre estaba riendo, y también era muy obstinada, como tú, supongo. -Su mirada se nubló-. Fue su tozudez lo que acabó por matarla, junto con su pasión por los niños.
– Mi padre me explicó que falleció en el Titanic-comentó Victoria.
Se mostraba interesada, pero no tan compasiva como su hermana. Sin embargo, a Charles le resultaba más fácil confiarle sus sentimientos, pues Olivia era tan sensible que, cuando se sinceraba con ella, a veces se le llenaban los ojos de lágrimas.
– Sí. Iba a subir a un bote salvavidas con Geoffrey, pero cedió su puesto a un niño. Me cuesta creer que no hubiera un lugar para ella, estoy convencido de que se quedó con el propósito de ayudar a las criaturas que aún estaban en el barco. La última persona que la vio aseguró que llevaba un chiquillo en brazos… Doy gracias a Dios porque no fuera Geoffrey. -Hizo un pausa antes de añadir-: Era una mujer extraordinaria.
– Lo siento mucho -dijo Victoria con sinceridad. -Me imagino que tú hubieras hecho lo mismo -comentó Charles.
Victoria negó con la cabeza. -Tal vez Olivia, pero yo no. Soy demasiado egoísta, y no sé tratar a los niños.
– Ya aprenderás. ¿Y qué hay de ti? Tengo entendido que rompiste tu compromiso, aunque todavía no era oficial.
– Podríamos decirlo así. -Se había acostado con un hombre casado, pero era más bonito expresarlo como lo hacía Charles-. ¿Te contó eso mi padre?
– No. -No quería herir sus sentimientos. Lo cierto era que Edward se había mostrado bastante sincero con él-. Creo que el asunto fue un poco desagradable al final, pero no te preocupes, no albergo ninguna ilusión romántica sobre nuestra relación, aunque supongo que podríamos ser buenos amigos. Yo necesito una madre para Geoffrey, y tú un refugio hasta que pase la tormenta. -Había oído algunos rumores sobre ella y Toby, pero no sabía qué había sucedido exactamente. Sólo tenía constancia de que Victoria había flirteado con un hombre casado y hubo promesas que no se cumplieron, pero desconocía los detalles e ignoraba lo del aborto-. De hecho tenemos más suerte que otras personas. Como no nos hacemos ilusiones, no veremos frustrados nuestros sueños ni nos sentiremos decepcionados. En realidad lo único que espero es que seamos amigos.
No se imaginaba enamorado otra vez, ni siquiera aceptaba los sentimientos contradictorios que Victoria despertaba en él.
– ¿Por qué no contratas a un ama de llaves? -preguntó ella.
Charles rió ante la simplicidad de la propuesta. -Supongo que te extraña que desee casarme con una mujer que no me ama. Lo cierto es que no deseo enamorarme otra vez; no soportaría volver a perder a la persona a la que quiero.
– ¿ y si al final acabamos enamorándonos? -preguntó Victoria más por llevar la contraria que porque lo considerara posible.
– ¿Acaso crees que podría ocurrir? -inquirió con franqueza, consciente de la indiferencia de la muchacha hacia él-. ¿ Me encuentras irresistible? ¿Sospechas que podrías enamorarte de mí?
– La verdad es que no -respondió Victoria con una sonrisa. Charles no le resultaba atractivo, pero era agradable-. No corres ningún peligro.
– Perfecto. Si contratara a un ama de llaves, no tendrías un marido o, al menos, no sería yo, de modo que deberías buscar a otro, lo que podría resultar complicado. Esto es más sencillo, pero hay algo que quisiera dejar claro -advirtió.
– ¿ Qué? -preguntó Victoria con suspicacia.
– Me gustaría que evitaras que te arrestaran -respondió Charles con un brillo malicioso en los ojos-. Como abogado, me resultaría un tanto embarazoso.
– Lo intentaré -prometió con una leve sonrisa. Victoria se planteó cómo sería la vida en Nueva York y qué ocurriría cuando se encontrara con Toby de nuevo. En esos momentos le odiaba y hubiera deseado arrancarle los ojos o cortarle el cuello. Miró a Charles con semblante muy serio y añadió-: Sin embargo no dejaré de asistir a las conferencias del movimiento sufragista. Soy feminista y, si eso te molesta, lo lamento.
– No te preocupes. Creo que es muy interesante, y me parece lógico que defiendas tus ideas políticas.
– No sé por qué haces esto.
Charles la observó, admirado de su belleza. Sabía que era impetuosa, y una parte de él deseaba domarla. Casarse con ella representaba un reto, sobre todo porque Victoria no le quería.
– Yo tampoco lo sé -admitió-. Quizá me mueven muchas razones tontas, pero ninguna peligrosa. -Mientras se encaminaban hacia la casa, el abogado se animó a formular la última pregunta. Ninguno de los dos se mostraba entu- siasmado por el paso que iban a dar, pero les convenía seguir adelante-. ¿Cuándo quieres que se celebre la boda?
Cuanto más tarde, mejor, deseó responder Victoria, pero no lo hizo.
– Esperemos un tiempo, no hay prisa. -De ese modo nadie pensaría que se casaba porque estuviera embarazada-. ¿ Qué te parece en junio?
– Estupendo. Geoffrey ya habrá acabado el colegio y tendréis la oportunidad de conoceros mejor. ¿ Has pensado en la luna de miel? -inquirió con naturalidad, aunque era la conversación más extraña que habían mantenido jamás-. ¿Te gustaría realizar un viaje?
– Pues sí -respondió Victoria con indiferencia.
– ¿ Qué tal California?
– La verdad es que prefiero Europa.
– No quiero subir a un barco -repuso Charles. Sus razones eran obvias.
– Pues yo no quiero ir a California -replicó Victoria, que no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
– Bien, ya hablaremos de ello más adelante.
– De acuerdo.
Charles y Victoria se miraron. No había ningún sentimiento en su relación, nada de amor por parte de ella y sólo cierto deseo por parte de él. Las razones que les llevaban a casarse eran las más extrañas que podían concebirse; él necesitaba una madre para su hijo, y ella, un marido que le ayudara a limpiar su nombre. Eso era todo cuanto podían ofrecerse el uno al otro. Caminaron hasta la casa en silencio.
El fin de semana transcurrió mejor de lo que todos esperaban, lo que no dejó de sorprender a Edward. Victoria se mostraba agradable, aunque apenas conversaba con Charles y no dirigía ni media palabra a Geoffrey. Por fortuna el niño estaba encantado con Olivia, y Charles tuvo la oportunidad de conocer mejor a su futuro suegro.
A pesar de que a Olivia le resultaba doloroso pasar tanto tiempo con el abogado, disfrutaba en compañía de Geoffrey. El sábado le prestó su caballo favorito, Sunny, y fueron a cabalgar. El domingo, mientras estaban sentados en una roca en medio del campo, le enseñó la peca que tenía en la palma de la mano derecha. Era tan minúscula que había que aguzar la vista para distinguirla. Olivia le hizo prometer con solemnidad que no se lo contaría a nadie, ni siquiera a su padre, y le explicó:
– Cuando éramos pequeñas solíamos engañar a todos haciéndonos pasar la una por la otra. Era muy divertido, y nadie se daba cuenta, excepto Bertie, claro está.
– ¿Engañaréis también a mi padre? -preguntó interesado, y Olivia se rió.
– Claro que no, sería muy cruel. Lo hacíamos cuando éramos pequeñas.
– ¿ y no lo habéis vuelto a hacer? -preguntó con gran asombro.
Era un niño muy listo para su edad y estaba encantado con su nueva tía. El día anterior le habían comunicado que su padre y Victoria iban a casarse y, aunque le sorprendió la noticia, no se mostró demasiado preocupado.
– Sólo lo hemos hecho algunas veces desde que somos mayores, por lo general con gente que no nos gusta, o cuando una tiene que hacer algo que no le apetece.
– ¿Como ir al dentista? -No, para eso no, pero sí para una cena muy aburrida a la que una ha aceptado asistir, aunque solemos ir juntas a ese tipo de actos.
– ¿ Echarás mucho de menos a Victoria cuando venga a vivir con nosotros?