– Bertie te matará si te pilla fumando -advirtió su hermana mientras cerraba la puerta de la habitación-. ¿ y qué me dices de nuestro padre? ¿También viviría con nosotros? -Bromeaban; sabían que después de la luna de miel sus vidas se separarían para siempre-. Por cierto, me ha comentado que me dejará ir a Nueva York cuando quiera.
– No es lo mismo, Olivia, y tú lo sabes.
– No, pero es lo mejor que tenemos por el momento. -Esa conversación la entristecía, de modo que decidió cambiar de tema-. ¿Qué hay de Geoff? ¿Le llevaréis con vosotros a la luna de miel?
– Dios mío, espero que no. Victoria hizo una mueca de disgusto mientras daba una calada a su cigarrillo.
– No fumes, es un vicio asqueroso.
– En Europa está de moda entre las mujeres.
– También está de moda allí ordeñar vacas, y no me gustaría hacerlo, aunque seguro que el olor no es tan terrible como el del tabaco. Bueno, ¿qué pasa con Geoffrey? ¿Lo llevaréis con vosotros?
– No hemos hablado de ello, pero no creo que quiera venir. A mí me gustaría ir a Europa.
A Olivia se le encogió el corazón al pensar que pronto dejaría de formar parte de la vida de Victoria.
– Quizá Geoff aceptara quedarse aquí conmigo. Sería bueno para él y a mí me encantaría.
– ¡Qué buena idea!
Estaba entusiasmada con la posibilidad de dejar al niño en Croton, pues lo último que deseaba era tener que perseguirle por todo el barco, y mucho menos por toda Europa, aunque Charles todavía no había accedido a ir allí. Insistía en viajar a California, pero Victoria estaba convencida de que lograría disuadirle; se negaba a visitar tal lugar, que por lo que había oído era incivilizado, incómodo y desagradable.
– Se lo propondré a Charles cuando venga, ¿ o prefieres hacerlo tú? -inquirió Olivia mientras cerraba la ventana.
Hacía mucho frío fuera. Había nevado dos veces desde el día de Acción de Gracias.
– Pregúntaselo tú, y yo intentaré persuadirle de que vayamos a Europa.
Poco después salieron de la habitación para reunirse con su padre. Victoria pensaba en su luna de miel y en las mujeres que visitaría en Londres, a las que ya había escrito. Incluso había enviado una carta a Emmeline Pankhurst a la prisión sin que su hermana lo supiera. Mientras tanto Olivia se sentía complacida con la posibilidad de tener a Geoffrey a su lado durante el verano; su compañía le serviría para aliviar el dolor por la separación de Victoria.
Al día siguiente los Dawsom llegaron de Nueva York en el nuevo Packard de Charles. Geoffrey estaba tan emocionado que se apeó tan pronto como el coche se detuvo y corrió hacia Victoria, que les esperaba en la puerta.
– ¿Dónde está Ollie?
– En la cocina.
Charles miró a la joven con timidez y deseó tener el ojo clínico de su hijo para distinguirlas.
– ¿Lo ha adivinado? ¿Eres Victoria? Era ridículo no saber quién era su prometida. En un principio había pensado que podía fiarse de su intuición, pero después de su última visita ya no estaba seguro. A veces Victoria se mostraba tan recatada como solía serIo su hermana, mientras que ésta se sentía más relajada en su presencia y se comportaba con mayor desenfado. Ahora que las conocía mejor, le resultaba más difícil distinguirlas. Había descubierto que tenían el mismo sentido del humor, que sonreían igual, que hacían los mismos gestos e incluso estornudaban del mismo modo. Las confundía más que nunca.
Victoria se rió con ganas y asintió. Charles le dio un casto beso en la mejilla y le dijo que se alegraba mucho de verla.
– Me parece que os compraré un par de broches de diamantes con vuestras iniciales; de ese modo evitaré hacer el ridículo.
Victoria le cogió del brazo con expresión divertida y le condujo al vestíbulo.
– Es una buena idea -repuso. De pronto sintió la tentación de jugar un poquito con él para ver cómo reaccionaba-. De todos modos, ¿ estás seguro de que en realidad no soy Ollie? -preguntó con tono inocente.
– ¿Lo eres?
Charles se detuvo al instante, horrorizado ante la idea de haber actuado con excesiva familiaridad.
Victoria asintió y fingió ser su hermana, pero en ese momento Geoffrey apareció de la mano de Olivia.
– Hola, Victoria -saludó el niño con naturalidad.
Su padre se exasperó por la jugarreta de Victoria. ¿ O acaso se había equivocado su hijo? Charles miró a las gemelas, pero era incapaz de distinguirlas. Olivia apuntó a su hermana con un dedo y preguntó con tono reprobador:
– ¿ Has estado torturando a Charles? -Conocía bien a Victoria.
– Sí -respondió Charles, que agradecía que su futura cuñada hubiera puesto fin al juego con tanta celeridad-. Intentaba hacerme creer que eras tú. Me tenía totalmente desconcertado.
Geoffrey pensaba que su padre era muy tonto por no saber distinguirlas. Su padre se volvió hacia él e inquirió:
– ¿Cómo puedes estar siempre tan seguro de quién es quién?
Le asombraba que un niño de su edad pudiera diferenciarlas.
– No lo sé. -El chiquillo se encogió de hombros-. A mí me parecen diferentes.
– Eres la única persona, aparte de Bertie, que sabe diferenciarnos -afirmó Olivia con una sonrisa.
Charles se volvió hacia su prometida, que todavía se relamía por su hazaña; le gustaba hacerle sentir inseguro.
– Jamás volveré a confiar en ti, Victoria Henderson.
– Me parece muy sabio por tu parte.
En ese momento entró Edward Henderson.
– ¿ Qué pasa aquí? -preguntó, contento de ver a Charles ya su hijo.
Esa noche la cena fue muy animada. Hablaron de negocios y de la venta de la acería, que ya se había cerrado. Henderson estaba muy satisfecho de la manera en que Charles había llevado el asunto; era un abogado excelente.
Después de tomar el café Edward y Olivia se retiraron para dejar solos a los novios. Ella adujo que quería desear las buenas noches a Geoff, en tanto que su padre explicó que necesitaba acostarse temprano porque estaba cansado. Mientras subían por la escalera, comentaron lo bien que iban las cosas. Edward se sentía muy aliviado, y su hija asintió, aunque tenía sentimientos contradictorios.
Sin embargo se olvidó de todo cuando vio a Geoff. Ya estaba en la cama, pero aún no dormía. Tenía los ojos muy abiertos y abrazaba un mono de peluche zarrapastroso.
– ¿Quién es éste? -preguntó Olivia.
– Es Henry. Es muy viejo, tiene los mismos años que yo. Lo llevo a todas partes, excepto al colegio.
El niño parecía tan pequeño en ese lecho tan grande que Olivia sintió deseos de darle un beso, pero no le conocía lo suficiente para hacer eso.
– Es muy guapo. ¿ Muerde? Algunos monos muerden.
– Claro que no -respondió sonriente. Geoff pensaba que Olivia era muy guapa y divertida-. A mí también me gustaría tener un hermano gemelo y tomar el pelo a la gente como ha hecho Victoria hoy con papá. -Estaba convencido de que eras tú.
– ¿Cómo sabes tú quién es quién? -inquirió ella con curiosidad. Se preguntaba qué veía Geoffrey que no percibían los demás. Su inocencia infantil tal vez le procuraba mayor clarividencia.
– Pensáis de manera diferente, y lo noto.
– ¿ Lees nuestros pensamientos? -exclamó con asombro. En verdad era un chico muy listo para su edad. Se planteó si siempre había sido así o si la muerte de su madre le había hecho madurar.
– A veces -contestó, y para sorpresa de la joven añadió-: A Victoria no le gusto.
– Te equivocas. Lo que pasa es que no está acostumbrada a tratar con niños.
– Está acostumbrada a las mismas cosas que tú; el problema es que no le gustan los niños. No me habla como tú lo haces. ¿ Crees que de verdad le gusta mi padre?
Era una pregunta muy directa, y por un instante Olivia no supo qué responder.