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– De acuerdo -repuso Victoria tras una carcajada. Pensó en lo mucho que extrañaría a su hermana. Ya no le indignaba su futuro matrimonio con Charles, había acabado por aceptar que era necesario después de lo sucedido con To by.Además, le agradaba la libertad que representaba estar casada y vivir en Nueva York. Sin embargo no le apetecía estar tan lejos de Olivia y buscaba sin cesar una solución al problema-. Tú te llevas mejor con Geoff que yo -añadió.

Se le había ocurrido que ésa sería una buena excusa para llevarla consigo a Nueva York.

– Se supone que Charles se casa contigo por Geoff, o al menos ése es el motivo principal. -Olivia estaba segura de que existían otras razones-. No creo que le guste que viva con vosotros. Además, sabes que no puedo dejar solo a nuestro padre. Recuerda lo que ocurrió el mes pasado; ¿ quién hubiera cuidado de él si no llego a estar yo?

– Bertie -respondió Victoria con toda naturalidad.

– No es lo mismo.

– ¿ Qué pasaría si te casaras? Entonces tendrías que dejarle solo.

– Jamás haría eso, y él lo sabe, de modo que no hay nada más de que hablar. ¿Qué quieres de postre para el convite?

Victoria fingió gritar de desesperación, pero por fortuna Charles la rescató unos minutos más tarde y la invitó a pasear.

– Mi hermana me está volviendo loca con la boda -comentó Victoria entre risas antes de salir.

En los últimos meses Charles y ella habían llegado a convencerse de que ésa era la solución perfecta para los dos y, por tanto, se sentían más felices juntos.

– No me ayuda en absoluto -protestó Olivia-. Voy a tener que darle con un palo.

– Buscaré uno muy grande, no te preocupes, pero ¿ no sería mejor un látigo? -sugirió Charles con una sonrisa.

Después se marchó con Victoria y dejó a Geoff con Olivia, a quien el niño había empezado a llamar «tía Ollie».

Cuando se acabaron las vacaciones, Geoffrey se llevó los polluelos y el conejo a Nueva York. Unas semanas más tarde Olivia viajó a la ciudad con otra sorpresa para él. Debía ultimar algunos detalles de la boda, aunque los vesti- dos ya estaban encargados y el traje de novia esperaba en Croton-on-Hudson.

Charles quedó asombrado cuando Olivia le llamó desde Nueva York y la recibió contento en su casa, donde apareció con un obsequio de cumpleaños para Geoffrey. El de las gemelas ya había pasado, y Charles había regalado a su futura esposa una bonita pulsera de oro y a Olivia un perfume. Sin embargo el presente de Olivia para el chiquillo era mucho más emocionante. Hacía tiempo que había pedido permiso a Charles, y éste había aceptado a regañadientes, pero ya se había olvidado por completo. Cuando Geoffrey vio el cachorro de cocker spaniel, no daba crédito a sus ojos.

– Eres muy buena con él. Necesitaba a alguien como tú a su lado. La muerte de su mádre supuso un duro golpe para él. -En abril se habían cumplido dos años del hundimiento del Titanic.

– Es un niño encantador. Nos divertiremos mucho este verano -afirmó. No quería pensar que para entonces habría perdido a su hermana.

– Te escribiremos desde Europa -repuso Charles como si le hubiera leído el pensamiento.

Aun así nada volvería a ser igual. En algunas ocasiones se decía que debía aceptar la propuesta de Victoria y vivir con ella en Nueva York, pero sabía que era un disparate.

– Sobreviviré -aseguró antes de volverse hacia Geoffrey, que tenía el cachorro en brazos-. ¿ Cómo le llamarás?

– No lo sé, quizá Jack… George… o Harry… No lo sé.

– ¿Qué te parece Chip? -sugirió Olivia.

– iChip! -exclamó entusiasmado-. ¡Me gusta!

Al animal también le agradó la idea, pues meneó la cola y dio una voltereta en el suelo. Todos rieron, y Geoffrey se retiró para mostrar su regalo a la cocinera. La casa de Charles era sencilla y bonita, con vistas al río. No era muy elegante, pero Victoria no había sugerido ninguna reforma. A diferencia de su hermana, que hubiera comprado telas nuevas, cojines y un piano, no le interesaba la vida doméstica; lo único que deseaba era introducirse en los círculos políticos.

Olivia dijo que debía marcharse, pues tenía muchas cosas que hacer, pero Charles la convenció de que cenara con ellos. Esa noche los tres lo pasaron en grande riendo, hablando y jugando con el perro.

– Victoria tiene razón -comentó Charles cuando la cocinera llevó a Geoff a la cama-. Sería una buena idea que vivieras con nosotros.

– No me digas que te ha importunado con sus teorías. No te preocupes, ya os cansaréis de mí cuando venga de visita. Además, no puedo dejar a nuestro padre solo, y ella lo sabe.

– Pero ésa no es vida para ti, Olivia.

Charles se sentía culpable por arrebatarle a su hermana; ¿qué le quedaría cuando Victoria no estuviera? ¿Por qué se resignaba a convertirse en una solterona?

– La vida es así. Tampoco ha sido fácil para ti estos últimos dos años.

– No. -Charles la miró a los ojos y se sobrecogió al ver en ellos tanta compasión. Acercarse a Olivia era como tocar unas brasas ardientes y quemarse los dedos-. Me duele separaros de esta manera.

Olivia guardó silencio. No había nada que decir. Sólo confiar en que Charles cuidara bien de Victoria durante la luna de miel.

Al cabo de unos minutos subió a la habitación de Geoffrey para darle un beso de buenas noches. El niño tenía a Henry en un brazo, el cachorro acurrucado en el otro costado y una sonrisa de oreja a oreja.

– No te olvides de llevarlo a Croton -dijo ella.

Geoff juró que no dejaría a Chip solo ni un instante, ex- cepto para ir al colegio, aunque quizá la profesora le permitiera llevarlo a clase algún día. Olivia le prometió que pronto volverían a verse y bajó para reunirse con Charles, que insistió en acompañarla hasta el hotel, a lo que ella se negó.

– Supongo que no nos veremos hasta la boda -dijo el abogado mientras se dirigían al vestíbulo.

Le resultaba extraño pensar que iba a casarse de nuevo. Por un lado, tenía la sensación de traicionar a Susan; por otro, sabía que Geoff necesitaba los cuidados de una mujer. Las breves visitas de Olivia eran buena prueba de ello. Al niño se le iluminaba la cara al verla y, aunque Victoria no tuviera ese mismo efecto sobre él, estaba seguro de que con el tiempo congeniarían.

– Yo seré la del vestido azul-Ie recordó Olivia sonriente-, por si acaso te confundes.

– Por primera vez sabré quién es quién sin tener que mirar el anillo.

– Nos veremos en la boda -dijo Olivia, consciente de que entonces todo sería diferente.

Ahora eran amigos, pero Charles pronto se convertiría en el marido de su hermana.

Él asintió con expresión sombría y le dio un beso en la mejilla antes de que se marchara.

CAPITULO 12

La última noche que Victoria pasó en su dormitorio fue muy extraña para las gemelas. Nunca volvería a dormir allí. Cuando regresara a casa de su padre, se instalaría en otra habitación con su marido. Jamás volverían a estar juntas de la misma manera. Para ellas, separarse era como arrancarles una parte del cuerpo. Al final Victoria consiguió dormir acurrucada junto a Olivia, que, mientras la contemplaba y acariciaba su sedoso cabello negro, rogaba para que jamás se acabara la noche.

El nuevo día amaneció glorioso y soleado. Olivia había pasado la noche en vela, observando a su hermana. Ésta abrió los ojos y sonrió, pero de pronto recordó que era una fecha aciaga, en que tenía que pagar el precio de su in- discreción e iniciar una nueva vida.

– Hoy es el día de tu boda -dijo Olivia con tono solemne.

No pudo evitar pensar que si Victoria no hubiera sido tan tonta, nada de eso estaría ocurriendo.

Se bañaron y vistieron en silencio. No necesitaban hablar, oían las palabras de la otra en su mente, pues desde la infancia compartían un lenguaje propio.