Victoria se sentía como si estuviera de visita en la casa de un amigo. De momento su marido no había hecho nada que le asustara o disgustara.
– No tengo hambre -respondió.
Mientras se vestía, pensó que había compartido la cama con Charles y ni siquiera lo había notado, porque cuando él se acostó ella ya dormía. No tenía la impresión de que fuera su marido, su relación no se asemejaba en absoluto a lo que había compartido con Toby y, a pesar de saber lo que le aguardaba en ese terreno, no se imaginaba disfrutando de esa clase de intimidad con Charles. La perspectiva le atemorizaba, pero de momento él se comportaba como un perfecto caballero y no había mostrado ningún interés sexual por ella,.
Lucía el vestido rojo con la chaqueta a juego que Olivia había preparado para la ocasión. Estaba deslumbrante, pero se sentía extraña por no tener a una persona idéntica a su lado. No obstante, le gustaba ir acompañada de Charles, se sentía protegida. Subieron al coche que les aguardaba frente al hotel; el equipaje les esperaba a bordo del Aquitania.
El muelle 54 era ún festival de música y confetis. Se había congregado una muchedumbre frente al barco, y Victoria deseó que Olivia estuviera allí para verlo. Charles observó la expresión de pena en sus ojos y adivinó sus pensamientos.
– Quizá pueda acompañarnos la próxima vez -dijo con dulzura.
Victoria le sonrió agradecida. Su camarote, que era amplio y luminoso, se encontraba cerca del Salón Jardín. Recorrieron el barco, y la joven quedó impresionada por la chimenea de mármol y la decoración del Salón Adam, así como por los trajes de las mujeres. Era como estar dentro de una de las revistas de moda que compraba Olivia. Se alegró de que ésta hubiera elegido su vestuario.
– ¡Qué divertido! -exclamó al tiempo que daba palmaditas como una niña..
Charles le rodeó los hombros con el brazo. Siempre le habían gustado los barcos, pero después de la tragedia de su primera esposa pensó que jamás volvería a sentirse a gusto en uno. Sin embargo Victoria había ahuyentado sus temores.
Después de echar un vistazo a la piscina regresaron a la cubierta principal. La banda seguía tocando y las sirenas resonaron con fuerza mientras el barco comenzaba a moverse. Los visitantes saludaban desde el muelle, Victoria se quitó el sombrero y el cabello le quedó cubierto de confeti. Ésta era la primera travesía del Aquitania tras su viaje inaugural con destino a Nueva York la semana anterior. Charles confiaba en que el navío tuviera mejor fortuna que su primo hermano, el Titanic. En un principio era mejor y tenía el número requerido de botes salvavidas. No obstante, no pudo evitar pensar en Susan cuando entraron en el camarote.
– ¿Cómo era tu primera esposa? -preguntó Victoria mientras encendía un cigarrillo.
Charles no protestó, pues quería que se sintiera totalmente cómoda.
– No sería justo decir que era perfecta, porque no lo era, pero yo la veía así. La quería con toda mi alma. Me costó acostumbrarme a vivir sin ella, pero ahora todo cambiará -afirmó, como si hubiera encontrado la cura para una larga enfermedad.
– Has sido muy valiente al casarte conmigo. Apenas me conoces.
– Creo que te conozco mejor de lo que piensas. Además, los dos necesitábamos ayuda.
– Es una razón muy rara para contraer matrimonio, ¿no te parece? -preguntó ella mientras Charles le ofrecía una copa de champán.
– El matrimonio es algo extraño de todos modos. Quiero decir que siempre entraña un riesgo. Nadie sabe cómo le irá con la persona que elige. Aun así creo que vale la pena.
– ¿ Y si el riesgo no recompensa?
– No compensa si tú no quieres. Hay que desear que todo salga bien. -Charles la miró a los ojos y preguntó-: ¿Deseas que salga bien?
Victoria tardó en responder:
– Creo que sí. Ayer estaba muerta de miedo y sentí la tentación de huir antes de la boda. -Victoria se rió del pánico que la había asaltado.
– Es comprensible. Yo también tuve ganas de escapar por un instante.
– Lo mío duró un poco más.
– ¿ Y ahora? -inquirió Charles mientras la observaba fascinado. Volvía a percibir en ella esa sensualidad de que carecía Olivia y que le volvía loco-. ¿Todavía quieres huir? -Victoria le miró y negó con la cabeza. Todavía no sabía lo que quería, pero no deseaba huir-. En cualquier caso no puedes ir muy lejos en un barco -añadió Charles con voz ronca al tiempo que depositaba la copa de champán sobre la mesa y se sentaba a su lado. Sin agregar nada más, la rodeó con sus brazos y la besó. Por un momento Victoria sintió que se le cortaba la respiración, pero enseguida respondió a su beso con mayor pasión de la que él esperaba. Tal como se figuraba, la joven era un caballo salvaje que jamás conseguiría domar, pero que nunca le pediría lo que no podía darle-. Eres muy hermosa, Victoria -susurró.
No estaba seguro del grado de experiencia de la joven. Sabía que no era del todo inocente, pero Henderson no había entrado en detalles, ni él se los había pedido. Le quitó la chaqueta con suma delicadeza y la atrajo hacia sí.
Victoria encendió un cigarrillo, pero Charles lo apagó y la besó. El sabor del tabaco impregnaba sus labios, pero no le importaba. Luego la cogió en brazos y la llevó hasta el dormitorio.
Se encontraban en alta mar, pero todavía se distinguían algunas gaviotas a través de las portillas. Charles le quitó el vestido y la contempló maravillado: sus largas piernas, su estrecha cadera, su delgada cintura, sus voluminosos pechos. Acto seguido se desnudó y, tras correr las cortinas, se tendió en la cama junto a ella, donde le quitó el resto de la ropa. Sintió la opulencia de su cuerpo y su piel sedosa. Deseaba poseerla. Desde la muerte de Susan no había habido ninguna mujer en su vida. Sin embargo Victoria se apartó de él y comenzó a temblar.
– No tengas miedo -susurró Charles mientras la acariciaba, ansioso de estar dentro de ella-. No te haré daño, te lo prometo. -La abrazó y la obligó a mirarle a los ojos-. No te forzaré a hacer nada que tú no quieras, Victoria. No tengas miedo, sé que es difícil para ti.
Recordó su noche de bodas con Susan; era tan joven e inocente, tan tímida, mucho más que Victoria, quien pese a ser muy atrevida no dejaba de ser una chiquilla de veintiún años. Charles suponía que debía de ser virgen y estaba dispuesto a mostrarse paciente y reprimir sus impulsos.
– No puedo -balbuceó ella tras enterrar el rostro contra su pecho. No conseguía olvidar el placer que había sentido con el hombre a quien había amado y la agonía que había sufrido en el suelo del cuarto de baño de Croton-. No puedo hacerlo contigo…
– No tiene por qué ser ahora… tranquila… Tenemos toda la vida por delante.
Victoria rompió a llorar al oír sus palabras y deseó que su hermana estuviera allí.
– Lo siento… lo siento… no puedo.
– Chist…-Charles la abrazó como si fuera una niña. Victoria se acurrucó junto a él y se quedó dormida. Al cabo de unos minutos él se levantó y se puso la bata; no quería que se asustara al verle desnudo. Cuando su esposa por fin despertó, le ofreció una taza de té con galletas.
– No me lo merezco -musitó Victoria, que deseaba que todo fuera diferente. Había decepcionado a Charles.
La joven aún se sintió peor cuando, unas horas después, recibieron un telegrama que rezaba: «Os queremos. Buen viaje y feliz luna de miel. Papá, Olivia y Geoffrey». Les echaba tanto de menos que sintió deseos de llorar y corrió a refugiarse en el cuarto de baño.
Un poco más tarde reapareció en el salón con la bata de seda que Olivia le había comprado.
– No te preocupes -repitió Charles antes de besarla con ternura.
Jamás admitiría que el deseo que su esposa despertaba en él le estaba volviendp loco, pero no intentó seducirla de nuevo.
Debían vestirse para la cena, y Victoria escogió un traje de raso blanco que resaltaba su figura. Tenía un escote en la espalda tan bajo que casi permitía atisbar su trasero.