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– ¡ Vaya! Los muchachos estarán contentos -bromeó Charles al verla.

Esa noche se sentaron a la mesa del capitán Turner. Cuando la orquesta comenzó a tocar, Charles condujo a la pista a su mujer, que se movió de manera sensual entre sus brazos al ritmo de un tango. El abogado tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dar rienda suelta a sus impulsos y llevársela corriendo al camarote.

– Me parece que no volveré a salir contigo -bromeó-. Estás volviendo locos a todos los hombres.

Victoria se rió. Si bien no le importaba la admiración que su belleza suscitaba, le intimidaba que su marido se acercara a ella. Charles no la comprendía.

Esa noche, mientras yacían juntos en la cama, tuvo miedo de tocarla, pero no pudo evitarlo. Victoria sabía que no podía prolongar por más tiempo esa situación, de modo que se quitó el camisón y se aproximó a él. Charles, que intuía lo asustada que estaba, no quería forzarla a nada; sólo deseaba excitarla y guiarla por los caminos del placer.

La acarició despacio, con ternura, hasta que no pudo reprimir su deseo. Era un amante cariñoso y experimentado, mucho más que Toby, que solía tomarla con rudeza. Sin embargo la diferencia estribaba en que ella lo había amado y no le había importado compartirlo todo con él. Buscaba lo mismo en Charles, quería ser la mujer que él esperaba, pero no sintió nada cuando el cuerpo de su marido tembló de placer entre sus brazos.

Charles temía haberla asustado, pero pronto comprendió la verdad.

– No era la primera vez, ¿me equivoco? -preguntó con el rostro enterrado en sus pechos. Victoria negó con la cabeza-. Podrías habérmelo dicho; tenía miedo de hacerte daño.

– No me has hecho daño. Victoria se sentía más cerca de él, pero sólo porque le inspiraba lástima. Ahora estaba segura de que era imposible aprender a amar. Se sentía engañada. Charles y ella jamás llegarían a ser amantes, se limitarían a compartir el resto de sus vidas como dos desconocidos.

– Le querías, ¿verdad? -Charles quería saberlo todo.

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo duró vuestra relación?

– Casi dos meses. Me mintió, en realidad no me amaba. Aseguró que en su matrimonio ya no había amor y que se divorciaría de su esposa. Yo le creí; de lo contrario no me hubiera acostado con él.-Se interrumpió y agregó-: Bueno, quizá sí, ya no lo sé. Comenzó a hacer comentarios en público sobre mí y, cuando le interrogaron sobre nuestra relación, afirmó que había sido yo quien le había seducido y que no significaba nada para él. Lo nuestro había sido un juego, jamás había pretendido dejar a su mujer para casarse conmigo. De hecho, ahora esperan un hijo.

– Menudo canalla. y ahora ya no confías en nadie, ¿verdad?

– No es eso. No sé qué me pasa. Tengo la impresión de que existe un muro entre nosotros, entre cualquier hombre y yo. No deseo que nadie me toque.

No era un futuro muy alentador para su matrimonio.

– ¿Hay algo más que no me hayas contado, Victoria? Ella negó con la cabeza y se encogió de hombros.

– Nada… -Charles adivinó que mentía.

– Me quedé embarazada -confesó con voz tenue.

– Lo sospechaba.

– Pocos días después de regresar a Croton caí mientras montaba a caballo. Olivia estaba conmigo, pero no sabía nada. Esa noche me salvó la vida, sufrí una hemorragia… me trasladaron al hospital en una ambulancia: -Las lágri- mas surcaban sus mejillas, y Charles le cogió la mano-. No quiero tener hijos.

– Tener hijos no es siempre tan espantoso… En ese caso el padre era un hombre que no te quería.

– Mi madre murió al dar a Íuz. Yo la maté.

– Seguro que no fue así -repuso Charles, convencido de que debía de existir otra razón.

– Cuando Olivia nació, once minutos antes que yo, se encontraba en perfecto estado.

– Tú no la mataste. -A pesar de haber sufrido un aborto, Victoria era muy ingenua para algunas cosas-. No me importa que no tengamos hijos, pero no quiero que pienses que no puedes tenerlos. Para Susan el nacimiento de Geoff fue el momento más feliz de su vida. -Se abstuvo de mencionar que el parto no había sido fácil, pues el bebé era muy grande. De todos modos todavía recordaba la expresión del rostro de Susan cuando amamantaba a Geoff. Ja- más había visto una escena tan tierna-. Todo cambiará con el tiempo, nos acostumbraremos el uno al otro y olvidaremos a los que nos hicieron daño.

– ¿Cuándo te hizo daño Susan?-inquirió sorprendida.

– Cuando pereció en ese barco. Cedió su asiento a un niño al que no conozco y me abandonó para siempre -respondió con los ojos bañados por las lágrimas. A pesar del duro revés que supuso la muerte de su mujer, había conse- guido,superarlo y ahora deseaba ayudar a Victoria a enterrar el pasado-. No debes rendirte ni mirar atrás. Tienes que olvidar.

– No puedo.

– Podrás, y yo te esperaré.

– ¿ Y mientras tanto? -inquirió ella con preocupación.

– Nos esforzaremos por ser amigos y yo intentaré no disgustarte más de la cuenta. Es lo mejor que podemos hacer. Estamos casados.

– Mereces más de lo que yo puedo darte.

– Si es así, ya lo encontraré algún día. Hasta entonces, esto es lo que hay.

Estaba dispuesto a aceptarla tal como era, una mujer hermosa a la que deseaba pero que no le quería. Todavía era muy joven, algún día olvidaría a Toby.Cuando al final deseara estar con el hombre con quien se había casado, él la estaría esperando.

CAPITULO 15

La luna de miel no transcurrió como Charles esperaba. El 26 de junio llegaron a Europa, dos días antes de que siete nacionalistas serbios asesinaran al archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador austriaco, y a su mujer en la ciudad de Sarajevo.

Al principio no parecía más que un incidente aislado, pero en cuestión de días causó un notable revuelo en Europa. Por esas fechas los recién casados se alojaban en el hotel Claridge. Victoria expresó su intención de visitar a las Pankhurst en prisión, a lo que su esposo se negó en redondo. Se enzarzaron en una acalorada discusión y al final Charles impuso su voluntad. Estaba dispuesto a ser tolerante, pero hasta cierto límite.

– Pero he mantenido correspondencia con ellas -protestó Victoria.

– Como si se te han aparecido en sueños. Si las visitas, sólo lograrás que te pongan en la lista y que nos expulsen de Inglaterra.

– Eso es ridículo. Son más liberales que nosotros -replicó.

– Lo dudo mucho.

A Charles no le divertía la situación. Últimamente estaba muy nervioso y ambos sabían por qué: todos sus intentos por restablecer su vida sexual habían sido un completo fracaso.

Una semana después de su llegada a la capital francesa, Victoriá comenzó a temblar cada vez que se acercaba a ella. No quería que ningún hombre la tocara ni experimentar de nuevo lo que había sentido por Toby, no confiaba en nadie y estaba decidida a no tener hijos. Charles le había garantizado que tomaría las precauciones necesarias e incluso había adquirido algún método anticonceptivo, pero jamás llegaron a utilizarlo, pues cada vez que la acari- ciaba rompía a llorar y comenzaba a temblar. A pesar de ser paciente, Charles empezaba a sentirse furioso.

– ¿Por qué no me dijiste antes que te sentías así? -le reprochó una noche en París después de intentarlo una vez más.

La situación comenzaba a afectarle. Por mucho que deseara a Victoria, no quería hacer el amor con una mujer que lloraba y temblaba al notar su tacto; se habría sentido como un violador.

– No sabía que me pasaría esto -contestó ella entre sollozos. Charles había derrochado el dinero reservando la mejor suite del Ritz. El ambiente romántico de París hacía que Victoria se mostrara aún más intranquila y no quería estar a solas con su esposo. Sólo deseaba hablar de política, conocer a sufragistas y asistir a sus reuniones-.Con Toby no era así -balbuceó de repente.