– Eres una soñadora, Ollie. -Victoria era consciente de que su hermana no acababa de comprender lo desesperada que era la situación. Por otro lado, tenía que reconocer que sería un alivio librarse del niño por unos días. No le odiaba, simplemente no deseaba cuidarle, preocuparse por él, recoger sus juguetes ni echar al perro de su dormitorio. No quería ser responsable de otro ser humano-. Sí, podrías llevarte a Geoff unos días. -De ese modo podría asistir a conferencias-. Si fuera mío, supongo que sería diferente, pero no lo es y no deseo saber lo que significa tener un hijo.
Mientras Olivia la escuchaba, pensó que ella sí lo quería como si fuera su hijo. El pequeño sustituiría a los niños que jamás tendría.
– Estaré encantada de llevármelo unos días, pero quiero que pases más tiempo con Charles, no que te dediques a reunirte con las sufragistas en viejas iglesias y locales lóbregos.
– Haces que todo parezca tan sórdido. -Victoria rió-. Te juro que no es como lo pintas. Te darías cuenta si vinieras conmigo. De todos modos hace tiempo que no participo en esos actos; últimamente me interesa más la guerra en Europa.
– Te sugiero que te ocupes más de tu marido que de la guerra -replicó Olivia con severidad.
– Siempre estás a mi lado para salvarme -dijo Victoria como una niña pequeña.
– No estoy segura de que pueda salvarte esta vez -repuso Olivia, que añoraba mucho a su hermana, sobre todo por las noches, cuando dormía sola en esa cama tan grande-. Tendrás que solucionar tus problemas tú sola.
– ¿ Sabes? Sería más fácil si intercambiáramos nuestros papeles -sugirió Victoria con tono jocoso, pero Olivia no encontró gracioso el comentario.
– ¿Ah, sí? ¿Te gustaría quedarte en casa y cuidar de papá?
Ahora que Victoria había descubierto un nuevo mundo, no se conformaría con Croton. Necesitaba mucho más que eso, y Olivia esperaba que Charles pudiera dárselo. Si tuviera hijos y se asentara, quizá se arreglaría todo.
Esa tarde Olivia recogió a Geoff en el colegio. Su maleta, el perro y el mono de peluche le esperaban en el coche. El niño se mostró entusiasmado cuando le dijo adónde iban.
En cambio Charles quedó consternado cuando, al regresar del trabajo, descubrió que su hijo se había marchado a Croton.
– ¿ Qué pasa con el colegio? -preguntó.
– No es muy grave que falte un par de días a clase; sólo tiene diez años -contestó Victoria restando importancia al asunto.
Esa tarde había asistido a una conferencia muy interesante sobre la batalla de Bruselas, que tuvo lugar en agosto.
– Deberías haberme consultado.
Charles se sentía cansado e irritado, pero al mismo tiempo le complacía encontrarse a solas con Victoria, que estaba preciosa. Tenía un brillo especial en los ojos y la perfección de su cuerpo quedaba resaltada por el nuevo vestido negro que su hermana le había comprado.
– Pensaba que querías que actuara como su madre -replicó ella con indignación.
A Charles no le gustó su tono, pero se sentía atraído por el fuego que despedían sus ojos.
– Sí, pero yo soy mayor y más sabio que tú -repuso con más dulzura-. No pasa nada, le irá bien estar unos días en el campo; quizá podríamos ir también nosotros este fin de semana.
A Victoria no le entusiasmaba regresar a su antiguo hogar, pero siempre estaba dispuesta a visitar a su hermana. No obstante, si iban a Croton, no tenía sentido que Olivia se hubiera llevado a Geoff para dejarles solos.
– Mejor que vayamos otro fin de semana. Dejamos a Geoffrey aquí, y tú y yo visitamos a Olivia y mi padre.
– ¿Dejar a Geoff? Jamás nos lo perdonaría. No te gusta estar con él, ¿verdad? -preguntó el abogado con expresión triste.
– No sé cómo tratarle -reconoció Victoria mientras encendía un cigarrillo. Le ponía nerviosa estar a solas con su esposo. Deseaba ver en él las mismas virtudes que percibía su hermana-. No estoy acostumbrada a los niños.
– Geoff es muy dócil y cariñoso -afirmó él. El niño merecía recibir el amor maternal que siempre le había dado Susan y que ahora Victoria le negaba. Tal vez se debía a que nunca había conocido a su madre; había sido Olivia quien se había ocupado de ella-. Ojalá os conocierais mejor.
– Eso mismo dice Olivia sobre nosotros.
– ¿Le has explicado nuestros problemas? -preguntó con cierta irritación. Nunca le había gustado airear sus asuntos familiares. Además, hacía tiempo que sospechaba que entre las gemelas no existían secretos, lo que, dada la complejidad de su vida privada, no le resultaba del todo agradable-. ¿Por eso se ha llevado a Geoff, para que estuviéramos solos los dos?
– Sólo le he comentado que me cuesta habituarme al matrimonio.
Sin embargo, por la expresión de sus ojos Charles adivinó que se lo había contado todo a su hermana.
– Preferiría que no le hablaras de nuestra vida privada. No es muy delicado por tu parte.
Victoria asintió, y en ese instante la cocinera anunció que la cena estaba lista. Comieron en silencio, en un ambiente tenso y, cuando hubieron acabado, Charles se retiró a su estudio. Ya era tarde cuando entró en el dormitorio, donde Victoria leía una revista. Desde que regresaron de la luna de miel Charles trabajaba mucho y su aspecto era el de un hombre cansado y vulnerable. Contempló a su esposa, que parecía tan joven y dulce con el cabello negro sobre el camisón de encaje, que resaltaba sus generosos se- nos. Mientras la miraba sintió que se deshacía.
– Es tarde -comentó antes de enfundarse el pijama, que jamás había usado cuando vivía con Susan. Ahora en cambio siempre se lo ponía y procuraba mantener una distancia correcta respecto a su esposa.
Habían intentado mantener relaciones algunas veces, pero sin éxito, pues Victoria parecía encontrar desagradable el contacto físico con él.
Cuando se hubo metido en la cama, ella dejó la revista y apagó la luz. Permanecieron un buen rato en silencio, con los ojos abiertos.
– ¿ No te resulta extraño estar aquí solos sin Geoff?
Le gustaba sentir que su hijo se hallaba cerca, pero también le agradaba estar a solas con ella.
Victoria no respondió. Por alguna razón comenzó a pensar en su hermana y en cuánto la extrañaba. Deseaba estar con ella, no con Charles. De haber sabido lo que le aguardaba, jamás se habría casado, habría dejado que su padre la enviara a un convento.
– ¿ En qué piensas? -susurró Charles.
– En la religión.
– Menuda mentira -repuso Charles con una sonrisa-. Debías de estar pensando en algo muy malo.
– Mucho -confirmó ella con tono inocente. Charles le acarició la mejilla y deseó haber tenido un mejor inicio. Su matrimonio sólo les provocaba sufrimientos, sobre todo a Victoria, que no había logrado olvidar su pasado.
– Eres tan hermosa -musitó al tiempo que la atraía hacia sí. En ese instante ella se puso rígida-. No, Victoria, no, por favor…Confía en mí…no quiero hacerte daño.
Mientras la acariciaba, ella sólo pensaba en Toby…y en el tremendo dolor que experimentó la noche en que perdió al niño.
– Tú no me quieres -afirmó para su propia sorpresa.
– Deja que aprenda… Quizá si compartimos esto estaremos más unidos. -Sin embargo para Victoria las cosas eran distintas. Antes de hacer el amor, necesitaba sentirse unida a él-. Tenemos que empezar por algún lado… He- mos de confiar el uno en el otro… -Mentía. No confiaba en ninguna mujer, pues tenía demasiado miedo de que le abandonara. Eso fue lo que sintió el día en que Olivia se cayó del caballo; la vio tan frágil, tan vulnerable, y si hubiera muerto… No quería volver a sufrir la desaparición de un ser querido-. Deja que aprenda a amarte…-repitió, pero Victoria intuía que sólo deseaba su cuerpo y que dedicara su vida a amarle, honrarle y obedecerle, algo a lo que ella se negaba.