Victoria sintió deseos de gritar y golpearle. Él era el culpable; si no hubiera aireado su relación, quizá todo habría sido diferente.
– No me dejaste otra opción -respondió con frialdad, aunque su presencia le provocaba emociones que no había experimentado en el último año.
– ¿ Qué significa eso? ¿ Supongo que no estarías…?
Estaba perplejo. No había oído rumores de que hubiera tenido un hijo y sabía que se había casado varios meses después de que él la abandonara…Ahora se arrepentía de haberla dejado, pues había sido divertido… al menos para él.
– Dijiste a todos que yo te seduje -le recordó, todavía dolida.
– Sólo era una broma.
– De muy mal gusto -repuso Victoria antes de dirigirse hacia el salón.
Charles quedó sorprendido al ver que Toby entraba detrás de ella, pero no hizo ninguna pregunta a su mujer, no quería saber nada. Victoria tampoco tenía nada que contar, ella había sido la víctima y ahora no le quedaba más re- medio que vivir con el daño que Toby había causado a su alma y su reputación.
Al día siguiente la joven recibió un ramo de flores. No llevaba tarjeta, pero adivinó quién las mandaba; dos docenas de rosas rojas, nadie más podía haberlas enviado. A pesar de los sentimientos que todavía albergaba por él, las arrojó a la basura. Más tarde, llegó a sus manos una nota firmada «T» en la que la invitaba a salir con él, pero Victoria no respondió. No deseaba reanudar su relación con él.
Como era habitual, Charles y Victoria llevaban vidas separadas y ninguno mencionó el encuentro de la joven con Toby.Pronto llegó el momento de partir hacia Croton para celebrar las fiestas de Navidad. El coche estaba lleno de regalos, y Victoria incluso había recordado comprar uno para Geoff, un juego muy complicado que, según la dependienta de la tienda, encantaría a un niño de diez años.
La pareja habló de la guerra durante la mayor parte del trayecto. Aparte del sufragio femenino, el conflicto en Europa se había convertido en el tema favorito de Victoria, que estaba muy informada al respecto, lo que sorprendía a Charles. En aquel momento el Frente Occidental, compuesto por franceses, británicos y belgas, se había afianzado a lo largo de seiscientos cincuenta kilómetros, desde el mar del Norte hasta los Alpes suizos.
– Nunca participaremos en esa contienda, que por otro lado nos resulta muy rentable -sentenció él.
Estados Unidos vendía municiones y armas a cualquiera que estuviera dispuesto a comprarlas.
– Creo que es indignante. Más valdría que nos implicáramos en lugar de quedarnos en casa y fingir como hipócritas que tenemos las manos limpias.
– No seas tan ilusa. ¿ Cómo crees que se amasan las grandes fortunas? ¿ Qué supones que se fabricaba en las acerías de tu padre?
– Me enferma pensar en ello -dijo mirando por la ventana. Los hombres que luchaban pasarían la Navidad en las trincheras mientras ellos celebraban las fiestas. Le parecía muy injusto, pero nadie parecía entenderla-. Gracias a Dios que la vendió -añadió.
Le entristecía que Charles no compartiera su opinión sobre la guerra. Era una persona mucho más práctica, con los pies en la tierra, que se preocupaba por Geoffrey.
Al llegar a Croton se enteraron de que Henderson había enfermado de nuevo. El resfriado que había contraído dos semanas atrás había derivado en una pulmonía. Estaba muy débil y delgado, y sólo salió de su habitación la mañana del día de Navidad para la entrega de los regalos. Había comprado dos collares de diamantes idénticos para sus hijas, que se mostraron encantadas al verlos. Ya que llevaban el mismo vestido y el mismo collar, Charles tenía miedo de equivocarse al entregar los obsequios, pero logró acertar por casualidad: un precioso corpiño y unos pendientes para su esposa, y una bufanda y un libro de poesía para Olivia, que se asombró al descubrir que el tomo había pertenecido a Susan.
– ¿ Por qué te lo habrá dado? -Victoria estaba desconcertada.
– Quizá le resultaba doloroso guardarlo. Además, a ti no te gusta la poesía -respondió al tiempo que trataba de disimular su turbación. Charles había escrito una dedicatoria preciosa.
Con todo, el momento culminante llegó cuando Olivia entregó a Geoffrey dos pistolas pequeñas, un cañón antiguo y un ejército completo compuesto de soldaditos franceses, alemanes, británicos y australianos. Hacía meses que los había encargado, y el niño no daba crédito a sus ojos. Para sorpresa de todos Victoria montó en cólera.
– ¿Cómo puedes regalarle algo tan repugnante? -exclamó-. ¿ Por qué no los cubres de sangre? Sería más realista.
Estaba muy irritada, porque además Geoffrey había afirmado que el juego que había elegido para él era demasiado complicado y aburrido.
– No se me ocurrió que te opondrías -dijo Olivia alicaída-. Sólo son juguetes, Victoria, y le gustan.
– En Europa hay miles de hombres que mueren en las trincheras, y eso no es un juego. Están lejos de sus seres queridos…y tú los conviertes en juguetes. Es indignante.
Tras estas palabras se retiró con lágrimas en los ojos, y Geoffrey preguntó a su padre si tendría que devolver el regalo a la tía Ollie.
Al cabo de un rato Charles acompañó a Victoria a la tumba de su madre.
– No tendrías que haberte disgustado tanto -dijo mientras caminaban-. Tu hermana no pretendía ofenderte. Creo que no entiende la intensidad de tus sentimientos al respecto. -De hecho él tampoco.
– No puedo seguir así. No estoy hecha para el matrimonio, Charles, todo el mundo es consciente, menos tú. Hasta Geoff se ha dado cuenta…-No sólo le dolía lo del regalo, sino también el libro que su esposo había entregado a Oli- via. No estaba celosa, pero tenía la impresión de que se encontraba en el lugar equivocado-. Cometí un error al aceptar casarme, tendría que haber dejado que mi padre me enviara lejos y se olvidara de mí. No soporto esta situación. -Victoria rompió a llorar.
Charles la contempló con tristeza. En ese momento decidió preguntarle sobre lo que le preocupaba desde la fiesta de los Astor.
– ¿ Has vuelto a verle? ¿ Es eso?
A Victoria le extrañó que se hubiera enterado de que Toby se había puesto en contacto con ella. Pensó que quizá todo sería más sencillo si hubiera vuelto con él, pero ya no le apetecía.
– No. ¿Acaso sospechas que te engaño? Ojalá fuera así; por lo menos mi vida sería más divertida.
Se arrepintió de sus palabras tan pronto como las hubo pronunciado.
Charles permaneció en silencio junto a ella. Al cabo de unos minutos habló por fin.
– No sé qué decir.
Lamentaba haber mencionado a Toby, pero la cocinera le había comentado lo del ramo de flores en la basura. Sus sospechas habían sido infundadas, pero eso no cambiaba la situación.
– ¿ Quieres dejarme? -inquirió Victoria.
Charles le rodeó los hombros con el brazo.
– Claro que no, deseo que te quedes. Conseguiremos que lo nuestro funcione. Sólo llevamos juntos seis meses, y dicen que el primer año es el peor. -Sin embargo no había sido así con Susan; su primer año fue idílico-. Yo intentaré ser más razonable, y tú, más paciente. ¿ Qué quieres hacer con el pequeño ejército de Geoffrey? No creo que le apetezca renunciar a él, pero si quieres trataré de convencerle.
– No, me odiaría aún más. El juego que le he comprado es tan estúpido… No sé qué le gusta. La dependienta aseguró que le encantaría.
Continuaron charlando un rato más y regresaron a la casa. Esa misma tarde Victoria fue en busca de su hermana. La encontró con Bertie, doblando las sábanas.
– Siento haber elegido ese regalo se disculpó Olivia mientras el ama de llaves se marchaba-. No sabía que te disgustaría tanto.
Las dos llevaban el mismo vestido verde con pendientes de esmeraldas a juego. Se sentían felices de estar juntas de nuevo e intercambiaron una sonrisa cargada de significado.