– No te preocupes. He reaccionado como una estúpida. Me interesa demasiado lo que ocurre en Europa y a veces olvido que nuestro país no participa en esa guerra. Me alegro de que papá vendiera la acería, porque de lo contrario acabaría en una manifestación delante de sus puertas y me arrestarían. -Las gemelas rieron. Olivia adivinó que su hermana quería pedirle algo. No tardó en ver confirmadas sus sospechas-. Tienes que librarme de todo esto, al menos por un tiempo -susurró Victoria-, antes de que me vuelva loca. No puedo aguantarlo más.
Olivia la miró con preocupación, pues barruntaba sus intenciones.
– ¿ Quieres que diga que no antes de que me lo pidas, o dejo que me lo preguntes?
– Olivia, por favor…hazte pasar por mí…sólo por un tiempo… Necesito estar sola para pensar… Por favor… ya no sé lo que hago.
Su hermana era consciente de su dolor, pero lo que le proponía no era la solución. Victoria debía enfrentarse a la realidad. Charles era un buen hombre. Tenía que adaptarse a su nueva vida, pues huir no le serviría de nada.
– Tienes razón -repuso-, no sabes lo que haces. Lo que sugieres es un disparate. ¿ Qué sucedería si llegara a enterarse? ¿Qué haría yo entonces? No puedo fingir que soy su mujer, lo adivinaría en cinco minutos. Además, no está bien, Victoria.
– Tampoco estaba bien cuando lo hacíamos en el colegio, cuando mentías por mí… Lo hemos hecho miles de veces. Te prometo que nunca se enterará… No consigue diferenciarnos, tú lo sabes.
– Al final lo notaría, o por lo menos Geoff se daría cuenta. No deseo hablar más del tema, me niego a hacer algo así, ¿me oyes?
Olivia no estaba enfadada, pero quería que su hermana entrara en razón.
Sin pronunciar palabra, Victoria se levantó y se alejó despacio.
CAPITULO 18
No volvieron a hablar del tema durante el resto de la estancia de Victoria en Croton. Olivia tenía intención de visitarla al cabo de unas semanas, pero el estado de salud de su padre empeoró y tardó en recuperarse. Después ella contrajo una fuerte gripe, de modo que hasta finales de febrero no pudo viajar a Nueva York. Entonces descubrió que nada había cambiado. Victoria se enfadaba por cualquier cosa, y Charles se mostraba huraño. Al día siguiente de su llegada Geoff comenzó a tener fiebre.
Victoria estaba ausente cuando Olivia lo notó. A última hora de la mañana el niño casi deliraba, por lo que avisó al médico y a Charles, que acudió de inmediato.
– ¿Dónde está? -preguntó refiriéndose a Victoria. Olivia tuvo que reconocer que no lo sabía.
El cuerpo de Geoffrey pronto se llenó de granos, y el doctor diagnosticó que se trataba de un caso grave de sarampión.
Victoria regresó a las siete de la tarde. Había asistido en el consulado británico a una conferencia sobre los submarinos alemanes que bloqueaban las costas de Inglaterra, a la que siguió un té en el que había charlado largo rato con varios invitados. Ni siquiera se le ocurrió llamar a Charles para advertirle de que se retrasaría. Cuando llegó, Olivia humedecía la frente de Geoffrey con una esponja.
– ¿Qué le pasa? -susurró al verle.
– Tiene el sarampión; está muy enfermo. Estaba pensando en llamar a Bertie, porque el niño tardará unas semanas en reponerse. ¿ Quieres que me quede? -preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
– Dios mío… sí, por favor… ¿Cómo está Charles? -Quería saber si se había enfadado.
– Me parece que está preocupado por ti. -Era una forma agradable de decir que estaba furioso.
Victoria bajó al salón para reunirse con él.
– ¿Dónde has estado? -preguntó su esposo con irritación tan pronto como la vio.
– En el consulado británico; pronunciaban una conferencia sobre submarinos alemanes.
– Increíble, mi hijo con una fiebre altísima, y tú estás en una conferencia sobre submarinos. Fantástico.
– No tengo telepatía, Charles, no sabía que se pondría enfermo hoy -repuso con mayor tranquilidad de la que sentía.
– ¡Se supone que tienes que estar aquí para cuidar de él! -exclamó Charles-. ¿Crees que es lógico que tenga que dejar el trabajo porque nadie sabe dónde está su madre?
– Su madre está muerta, Charles; yo soy sólo una sustituta -replicó con frialdad.
– Y no muy buena, la verdad. Olivia se preocupa más por él que tú.
– Tendrías que haberte casado con ella. Seguro que sería mejor esposa para ti.
– Tu padre me ofreció a ti, no a ella -le recordó con amarga tristeza.
Se odiaba por decirle todas esas cosas, pero su relación se deterioraba cada vez más. Ya no sabían qué hacer, no había solución alguna, tendrían que seguir juntos hasta la muerte. Victoria le había planteado la posibilidad de di- vorciarse, pero era algo impensable para él.
– Quizá si hablas con mi padre acepte cambiarme por ella, como un par de zapatos. ¿ Por qué no se lo pides? -inquirió la joven, que se sentía tan atrapada como él.
El hecho de que ya no tuvieran ninguna clase de relación física demostraba que lo poco que había habido entre ellos ya no existía. El último intento fue en enero y ambos juraron para sí no repetirlo; la experiencia les resultaba demasiado dura y dolorosa, era un reflejo de todos sus problemas. Charles estaba decidido a no volver a tocarla jamás, aun cuando eso significara guardar abstinencia durante el resto de su vida. No valía la pena.
– Tus comentarios no tienen ninguna gracia -replicó-, y tu actitud tampoco. Espero verte aquí cada día con nuestro hijo… mi hijo, si prefieres… Debes cuidar de él hasta que se recupere. ¿Te ha quedado claro?
– Sí, señor -respondió Victoria con una reverencia. Acto seguido añadió con tono más serio-: ¿Te importa si mi hermana se queda para ayudarme?
– Para cuidar de Geoff, querrás decir -corrigió con sarcasmo. Era consciente de que su esposa no sabía cómo atender a un niño enfermo-. Me da igual quién se ocupa de él. De todos modos no os distingo…
– Muy bien -repuso ella antes de salir para reunirse con su hermana.
Deseaba dormir con ella esa noche, pero sabía que si lo hacía Charles se enfurecería todavía más. Aunque no tenía intención de tocarla, no quería que nadie más estuviera al tanto de su vida privada, y mucho menos Olivia.
– ¿Cómo está? -preguntó ésta al verla.
– No muy contento.
A Victoria le reconfortaba su compañía, tener cerca a alguien con quien hablar y en quien confiar, aunque le resultaba embarazoso admitir que su matrimonio era un desastre. De todos modos Olivia intuía que algo iba mal después de oír los gritos de Charles.
Pasaron juntas casi un mes en la pequeña casa del East River. Geoff estuvo enfermo tres semanas, y Olivia jamás se apartó de su lado. Charles agradecía los cuidados que dedicaba a su hijo, y le aliviaba saber que Victoria también se había ocupado del pequeño, pues la había visto sentada algunas veces junto a su cama. Sin embargo estaba equivocado, siempre era Olivia quien atendía a Geoffrey, pero algunas veces había fingido ser su hermana; era el único aspecto en que estaba dispuesta a engañarle. Por otro lado, advertía que la relación de la pareja no iba bien, pero seguía convencida de que con el tiempo resolverían sus problemas, aun cuando nunca tuvieran hijos, algo a lo que se había resignado después de que Victoria le explicara que no existía ni la más mínima posibilidad.
Su hermana no había comentado que su esposo la había acusado de reanudar su relación con Toby. A Charles le costaba creer que, después de haberse entregado a él sin ningún recato, fuera ahora capaz de vivir como una monja, sobre todo porque apenas paraba en casa. No obstante, las actividades de Victoria eran del todo inocentes, pero consideraba que no tenía por qué darle explicaciones. Últimamente había conocido a un general en la embajada francesa y varios coroneles en el Club Británico que habían insistido en la necesidad de que se prestara ayuda a los países que estaban en guerra.