Sin embargo, cuando Charles llegó a casa y Victoria la instó a representar su papel, se sintió nerviosa. Se mostró fría con él, lo que no pareció sorprenderle en absoluto. Le preguntó qué tal le había ido el día y le comentó una noticia que había leído en el periódico de la mañana. Unos minutos más tarde él se retiró a su estudio, ignorante de que en los últimos diez minutos no había estado conversando con su mujer, sino con su hermana.
– ¿ Has visto qué fácil es? -exclamó Victoria con tono triunfal.
Esa noche Olivia durmió con Geoffrey y aprovechó la ocasión para prodigarle todo su cariño. A partir del día siguiente, cuando adoptara la personalidad de Victoria, tendría que mostrarse más distante con él, aunque quizá con el tiempo pudiera tratarle con más afecto. Le preocupaba su reacción cuando se enterara de que se había marchado a California sin previo aviso. Intentó decirle algo a la mañana siguiente. Era sábado, y el niño había quedado en visitar a un amigo. Mientras le ayudaba a vestirse, Olivia le miró con los ojos llenos de lágrimas.
– Te quiero mucho, mucho -afirmó-. Incluso si me fuera un tiempo, volvería…-Le costaba pronunciar las palabras-. Nunca te abandonaré.
– ¿ Te vas a alguna parte? -preguntó Geoffrey. Al mirarla, advirtió que tenía los ojos enrojecidos-. ¿Estás llorando, tía Ollie?
– No, estoy resfriada. Quiero que sepas que te quiero. Al cabo de unos minutos todos se sentaron a la mesa para desayunar. Victoria parecía feliz, reía y hacía comentarios relativos a la guerra. Incluso dio un beso de despedida a Geoffrey cuando éste se marchó, un gesto poco habitual en ella. Se había esforzado mucho en las últimas semanas y ahora estaba tan contenta por perderlos de vista que casi gritó de alegría. Además, después de varios días de contenerse en su presencia, esa tarde podría fumar de nuevo.
Cuando Charles se despidió antes de ir a la oficina, como a menudo hacía los sábados, se mostró más fría.
– No os metáis en ningún lío -dijo él con buen humor.
Victoria se había sentido preocupada al saber que el barco zarpaba el sábado, pues todo habría resultado más difícil si su esposo se hubiera quedado en casa; aun así hubiera encontrado la manera de marcharse.
– Que te diviertas -dijo Victoria con tono sarcástico.
Cuando Charles se hubo marchado, las gemelas subieron al dormitorio, cerraron la puerta, y Victoria entregó a su hermana su alianza de matrimonio y el anillo de compromiso que había pertenecido a la madre de su marido. A continuación echó un vistazo alrededor y concluyó:
– Bien, supongo que esto es todo.
– ¿Tan fácil? ¿ Ya está? -preguntó Olivia.
Victoria asintió. No podía ocultar su felicidad. Le entristecía separarse de su hermana, por supuesto, pero le aliviaba dejar atrás su vida en Nueva York con Charles. De haber sabido once meses antes cómo iría su matrimonio, jamás se habría casado, por mucho que su padre hubiera intentado obligarla.
– Cuídate -dijo a Olivia-. Te quiero -añadió al tiempo que la abrazaba.
– Ten cuidado. Si te pasara algo… -Se le quebró la voz.
– No me pasará nada. Durante estos tres meses me dedicaré a preparar vendajes y servir café, y me mantendré bien alejada del frente.
– Un panorama alentador. No entiendo por qué lo haces.
Le parecía mentira que renunciara a una casa cómoda y la compañía de Charles y Geoffrey, Aquello sólo tenía sentido para Victoria, que estaba dispuesta a arriesgar su vida con tal de hacer algo que consideraba importante.
– Alguien tiene que echar una mano -afirmó Victoria mientras se ponía un sencillo vestido negro.
Después subió al desván para buscar la maleta y por último sacó un sombrero oscuro con un velo.
– ¿ Vas a ponértelo? -preguntó Oliva con perplejidad.
– En el barco habrá fotógrafos, he oído decir que incluso es más bonito que el Aquitania.
Y ese viaje sería mejor que su luna de miel, puesto que la llevaría a la libertad. Había reservado un camarote más sencillo que el que había compartido con Charles y retirado parte del dinero que su padre le entregó al casarse, aunque suponía que no lo necesitaría cuando trabajara detrás de las trincheras. Había empaquetado ropa de abrigo y algunos vestidos para el barco. Su intención era permanecer en el camarote durante la mayor parte de la travesía a fin de evitar que alguien la reconociera.
– Has pensado en todo -comentó Olivia con tristeza. Minutos después tomaron un taxi que las dejó en el muelle. Una muchedumbre se había congregado alrededor del barco. Sonaba la música, la gente reía y despedía a los amigos, se abrían botellas de champán para los pasajeros de primera clase. La viuda que ocultaba su rostro detrás de un velo negro subió por la pasarela con paso presuroso seguida de su hermana. No les costó encontrar el camarote, donde el mozo ya había depositado el equipaje.
Permanecieron de pie, mirándose. No quedaba nada que decir, no necesitaban palabras. Victoria había puesto su vida en manos de su hermana para irse a la guerra. Confiaba en ella, sabía que se ocuparía de todo durante su ausencia. Olivia resistió la tentación de suplicarle que no se marchara, pues era inútil.
– Me enteraré de todo lo que hagas. Lo sentiré aquí -dijo al tiempo que se señalaba el estómago-. Así pues, no me vuelvas loca de preocupación, por favor.
– Lo intentaré. -Era cierto que siempre había existido una extraña telepatía entre ellas-. Al menos tengo la seguridad de que tú estarás a salvo con Charles. No te olvides de pelearte todo el día con él; si no, me echará de menos -bromeó Victoria.
– Prométeme que regresarás sana y salva.
– Lo prometo -dijo con solemnidad.
En ese instante sonó la sirena y Olivia notó que se le aceleraba el corazón.
– No puedo dejarte marchar.
– Sí puedes. Ya nos separamos durante mi luna de miel. Olivia asintió, y Victoria la acompañó a la pasarela con el ridículo sombrero negro en la cabeza. Su hermana sonrió al verla así.
– Te quiero. No sé por qué te permito hacer algo así.
– Porque sabes que tengo que hacerlo. -Era cierto. Olivia sabía que su hermana se hubiera ido de todos modos. Se abrazaron una última vez, más fuerte que antes.
– Te quiero -repitió Olivia entre sollozos.
– Te quiero… Gracias, Ollie, por devolverme mi vida -dijo Victoria con lágrimas en los ojos.
Olivia la besó antes de susurrar:
– Que Dios te bendiga. -A continuación se alejó despacio y dejó a su hermana en el Lusitania.
CAPITULO 20
Olivia estaba aturdida. Sin saber qué hacer, se paseaba por la casa pensando en su hermana. A pesar de que tenía miedo de ver a Geoffrey y Charles, tenía ganas de que volvieran porque se sentía sola y abandonada sin Victoria. Nun- ca se había acostumbrado a estar separada de ella.
Cuando Geoffrey y Charles regresaran, tendría que realizar la mejor actuación de su vida. Tenía consigo las cartas para Geoff y su padre, e incluso una para ella misma en la que explicaba por qué se había marchado a California. Se suponía que esa misma tarde había tomado el tren con destino a Chicago.
Cuando Charles llegó, se dirigió al dormitorio, donde Olivia le aguardaba, y se asustó al ver la expresión de su rostro. Adivinó de inmediato que había pasado algo malo y se acercó a ella.
– ¿Estás enferma? -preguntó al advertir que estaba muy pálida-. ¿Qué sucede?
– Es Ollie. -Charles supo que no podía tratarse de un accidente, pues de ser así su esposa estaría a su lado en el hospital. A pesar de ser tan fría con todos, adoraba a su hermana-.Se ha ido.